Las lecturas de los setenta han envejecido mal, pero las preguntas que nos hacemos son las mismas. Lo pensaba mientras leía Món hetero (Edicions 62) de Montserrat Roig, un recopilatorio de artículos que de hecho están traducidos del castellano, lengua en la que se publicaron bajo un título diferente, menos sexy, pero seguramente más adecuado a la época: ¿Tiempo de mujer? –la esquizofrenia lingüística de este país que somos y no somos es notable, pero no hace falta entrar en eso ahora.

Feminista, comunista, antiracista: ¿y ahora qué?

La generación de Roig, que tenía treinta años en el 77, luchó para derribar a Franco, por el aborto, por el divorcio, por la igualdad de recursos

Lamento no haberme topado antes con esta teoría feminista de Roig, porque es muy explícita. Roig se declara feminista, comunista, antirracista, anticlasista, mucho antes de que estas palabras se usaran hasta el hartazgo y perdieran un poco, en mi opinión, su significado. La generación de Roig, que tenía treinta años en el 77, luchó para derribar a Franco, por el aborto, por el divorcio, por la igualdad de recursos. Antes, las mujeres ni siquiera podían abrir cuentas bancarias. Aún no hace tanto que Ana Orantes fue a la tele a explicar que su marido la maltrataba –y la golpeó una vez más, esta vez hasta matarla por haber aireado los trapos sucios en televisión. Eso (sobre todo el tema de las cuentas bancarias) es fácil de olvidar, pero conviene no olvidarlo, tanto para saber qué no debemos repetir como para ver que hemos conseguido grandes cosas y que debemos mantenernos firmes. Pero volvamos a Roig. Cuando publica esta recopilación de artículos sobre heterosexualidad y feminismo era el año 1980; la Unión Soviética aún existía, y, por tanto, se mantenía una esperanza en el socialismo –que en España tiene importancia porque es el sueño que nos arrebataron, que como no llegamos a vivir tampoco pudo convertirse en pesadilla. Si os interesa la URSS, leed L’agulla daurada de Roig, un libro que escribió cuando los soviéticos la invitaron a Moscú para hablar sobre la entrada de los nazis en Rusia.

¿Qué ha caducado de Món hetero de Montserrat Roig?

Este envejecimiento o caducidad prematura del texto, que como expondré por suerte es solo parcial, se debe a la proximidad del franquismo. ¿Tiempo de mujer?, lo que ahora es Món hetero, salió en 1980. La Transición era tan reciente que la sociología no había tenido tiempo de evolucionar demasiado en mentalidad, sobre todo entre quienes ya habían pasado la veintena —la euforia de la Transición y sus liberaciones ya no podía transformar los matrimonios consolidados.

Durante la era de Primo de Rivera primero y de Franco después, la Iglesia y la Virgen María eran como el ejército de las mujeres

Cuando habla del subconsciente y los deseos sexuales, Roig nos recuerda aquello de “toda mujer ama a un fascista”, una referencia a Sylvia Plath que os hago yo ahora y que, con el cuerpo de Franco aún caliente, debía tener mucho sentido. No por el dictador en sí, claro está, sino por todo lo que implicó el franquismo. En las fantasías eróticas que tenía, nos dice la ensayista, se le aparecían monjas. Es natural, porque Montserrat Roig nació en 1947, cuando hacía menos de diez años que la guerra había acabado. Por tanto, fue a una escuela de monjas: las escuelas laicas entonces eran cosa del pasado, de los tiempos de la república. Betsabé Garcia lo explica bien en el prólogo de esta edición: durante la era de Primo de Rivera primero y de Franco después, la Iglesia y la Virgen María eran como el ejército de las mujeres. Con la figura de la Virgen se les enseñaba el rol que les correspondía dentro de la patria española, esencialmente como madres y siempre después de haber pasado por el filtro del matrimonio católico. Hoy, por suerte, la Virgen es una figura casi simpática, porque a mi generación nadie nos la impuso. Quiero hacer una aclaración: esto no es vigente para mí, ni para el resto de ‘sucesoras’ de Roig en catalán, pero puede muy bien seguir siéndolo en otras comunidades residentes en Cataluña. Pienso, por ejemplo, en una referencia que hace Roig a la regla como un ritual de paso del que hay que esconderse o avergonzarse, la menstruación como la puerta a la “coquetería” y, por tanto, a la sexualidad. Yo no lo viví así, pero sé de qué habla. En definitiva, la queja feminista de Roig tiene un fundamento claro y nítido todavía en muchos ámbitos, y mi intención es celebrar que hoy tiene menos fundamento en el ámbito del que venía Roig, no negar que las problemáticas de fondo que ella denunciaba siguen existiendo y pueden volver a imponerse.

El dilema de la pornografía

Esta “caducidad” relativa del contenido de Món hetero también la he encontrado respecto a lo que dice sobre la pornografía. Hoy nadie diría, como Roig dice que decía también el autor y ensayista Joan Fuster, que “la pornografía es educativa”. La gente ve porno, quizás más que nunca, pero ningún intelectual defendería la pornografía como vía para aprender el noble arte de follar; más bien al contrario: hay que desaprender del sexo profesional, que es artificioso y nos aleja de la conexión física en directo. Más que enseñar a follar, la pornografía enseña a actuar como si follaras, y me parece que todos lo intuimos. Pero entiendo desde dónde hablaba Fuster cuando defendía la pornografía. Hablaban del porno desde el franquismo inmediato. España venía de la represión sexual de las mujeres, pero también de los hombres. Para empezar, ser gay (como era Joan Fuster) era ilegal, y por tanto ya estamos en el meollo del asunto. Incluso dentro de lo que es la normatividad hetero, nuestros abuelos iban a ver porno a Perpiñán (con la mujer, con otros matrimonios) porque era la transgresión de su tiempo.

Navegamos entre el hedonismo frívolo y la trascendencia “natural”, entre la pulsión de ser racionalidad y cultura (como siempre han sido los hombres) y el instinto de mandar la racionalidad al carajo

¿Qué sigue siendo plenamente vigente de Roig?

Todo lo que me ha parecido una queja antigua del libro está bien recordarlo, pero todavía es mejor constatar que no todo “ha pasado”. Las preguntas que se hace Montserrat Roig y, por tanto, toda la generación de mujeres que representa, son las mismas que nos hemos hecho nosotras (las millenials, y también las mujeres más jóvenes). La monogamia, el amor romántico, la prostitución, la pornografía, la maternidad como bendición y como carga. Estas reflexiones que hace Montserrat Roig nos las seguimos haciendo aún hoy. Y lo más interesante es que las conclusiones también se parecen mucho. En este sentido, pienso que el feminismo debería sacudirse una serie de dicotomías y enfrentamientos que en el fondo son falsos. Tengo una intuición (dicen que es muy femenino, tener intuiciones, pero yo no acabo de creérmelo) que me dice que las mujeres sabemos qué nos conviene, qué es feminista y qué no lo es, y leer a Roig me lo confirma.

Tengo una intuición (dicen que es muy femenino, tener intuiciones, pero yo no acabo de creérmelo) que me dice que las mujeres sabemos qué nos conviene, qué es feminista y qué no lo es

Lo que dice sobre la pornografía como manifestación eminentemente masculina sigue vigente. Afirma que incluso las mujeres que hacen pornografía la hacen para los hombres, porque la libido femenina está menos compartimentada que la masculina. La escisión de raíz cristiana entre el cuerpo y el espíritu, entre la puta y la beata, sigue vigente y nos fastidia a las mujeres de ahora. Navegamos entre el hedonismo frívolo y la trascendencia “natural”, entre la pulsión de ser racionalidad y cultura (como siempre han sido los hombres) y el instinto de mandar la racionalidad al carajo y ponernos a “hacer de mujeres” en el sentido “natural” y en parte sumiso de la palabra. Incluso cuando habla del matrimonio acierta, Roig, si bien tiene en mente una tipología de pareja de la generación de mis abuelos. Habla de la dependencia psicológica feroz de la mujer, del hogar, del rechazo que eso provoca en el hombre, ahogado por la presencia de alguien tan dependiente. Eran las reglas del juego. Hoy no es del todo así, pero algo de eso permanece.

Beauvoir llegó a decir que el mayor éxito de su vida fue la relación con Sartre, y esa afirmación, vista con perspectiva, da un poco de pena

¿Qué problema personal tengo con la teoría de la mujer araña?

Me ha pasado algo muy personal al leer a Roig. Como si yo hubiera dejado atrás algunos tics que ella describe y con los que yo misma me reconocía, avergonzada, cuando era más joven. Esa necesidad feroz de ser amada y escogida, de retener al hombre en casa como si yo fuera una areña. Se ha desvanecido, sin que yo misma entienda por qué. Me ha hecho gracia constatar que las mujeres de los setenta pensaban tanto en Simone de Beauvoir y Sartre como posible referente de la pareja ideal. Roig se lo pregunta: ¿son la pareja ideal? Ella misma se responde que no, y yo añadiría que no, rotundamente no: Sartre era más feo que un pecado, y Simone tenía que buscarle jovencitos y jovencitas. Beauvoir llegó a decir que el mayor éxito de su vida había sido su relación con Sartre, y esa afirmación, vista con perspectiva, da un poco de pena. Si eso es el amor femenino, dan ganas de compartimentarse “como los hombres”, realmente —eso del hombre que sabe “compartimentar” y amar a medias a la esposa lo dice Roig, no yo, pero entiendo por qué lo dice; añade, y eso me ha golpeado, que “algunas mujeres han aprendido a amar a medias” y que en consecuencia “se salvan más, pero viven menos”.

En cualquier caso, hay que agradecerle a Sartre que torturara lo suficiente a Beauvoir como para hacerle escribir la nouvelle La mujer rota, que posiblemente refleja al menos en parte la historia de ellos dos: la mujer madura enloquecida por el marido infiel es ella y somos todas. Ese texto me pareció magistral, solo comparable a Los días del abandono de Elena Ferrante, que es la historia de un divorcio y de una resurrección con un hombre al que le apesta el aliento —nadie es perfecto.