He leído la última novela de Xavier Bosch en busca de respuestas. La primera vez que oí hablar de Diagonal Manhattan (Columna) fue una mañana, mientras me duchaba escuchando la radio. Pensé que anunciar una novela por la radio, en nuestro país y con nuestro sistema literario, era una señal inequívoca de que el libro en cuestión no podía tener mucho valor literario. “Un libro para ser vendido” siempre parte de un lugar perverso. Aun así, que Xavier Bosch esté siempre entre los autores más vendidos —fabricando libros para estar entre los más vendidos— no deja de desconcertarme. Tiene que haber algo más que una brutal campaña de marketing detrás, que la hay, para explicar el éxito de Bosch año tras año. Es un éxito sintomático de una dinámica presente y dominante en el sistema literario catalán. Por eso he elegido el libro de Xavier Bosch: porque quiero saber qué explica sobre la literatura y el mundo literario catalán su éxito en cifras. Y, sobre todo, porque quiero averiguar qué dicen esas cifras sobre las necesidades del país.

He elegido el libro de Xavier Bosch porque quiero saber qué explica sobre la literatura y el mundo literario catalán su éxito en cifras. Y, sobre todo, porque quiero averiguar qué dicen esas cifras sobre las necesidades del país

Literatura sin viaje transformador

Diagonal Manhattan es una novela sin una idea de fondo definida. El autor encaja todo tipo de obsesiones como un rompecabezas, con la ambición de que la novela bastará para unirlo todo. En una Barcelona de los años ochenta cargada de clichés, una agencia de publicidad dirigida por Òscar Casas y Brauli Leveroni hace eslóganes y dinero. Brauli Leveroni, uno de los socios, le hace un regalo a su hija Edda: la envía un año a la agencia de publicidad de Bianca B. Miller, en Nueva York, para que se adentre en el mundo laboral de su padre. Los capítulos transcurren o bien en la Diagonal de Barcelona, o bien en Manhattan, y esta alternancia es lo que da título al libro. Cada capítulo empieza con una cita sobre el mundo publicitario que lo impregna todo de un tono “chavinorriguesco”. “Citas sobre publicidad”, copiar y pegar. No sé si me explico. Tampoco hace falta ser muy perspicaz para intuir que el autor es fan de Mad Men, y que hacer una adaptación superficial es el escenario para conectar todo tipo de temáticas —siempre abordadas desde una óptica complaciente con el lector, con una sensibilidad impostada— que le otorguen apariencia de profundidad.

Diagonal Manhattan es una novela sin una idea de fondo definida. El autor encaja todo tipo de obsesiones como un rompecabezas, con la ambición de que la novela bastará para unirlo todo

Brauli Leveroni es un Donald Draper de marca blanca, Barcelona es como la describiría la personalidad más estereotipada de la Gauche Divine, y Nueva York es la Nueva York que podría escribir alguien que ha visto Gossip Girl o Sex and the City sin haber estado allí jamás, ni siquiera haber hablado con alguien que vive allí. Todo es plano. Los personajes tienen una caracterización escasa y falta de subjetividad que les impide tener cualquier tipo de arco evolutivo conforme avanza la novela, y el estilo de Bosch acompaña esta manera de hacer: sin nada que suponga una dificultad, sin ninguna posibilidad de que la novela requiera una dimensión de concentración más o menos intensa. Encontrar palabras para describir un estilo de escritura es posiblemente una de las tareas más enrevesadas para quienes hacemos reseñas, pero con Bosch la metáfora de ChatGPT funciona a la perfección: si cogiéramos todos los libros que el país ha distinguido con los premios mejor dotados este año y le pidiéramos a la inteligencia artificial que escribiera una novela usando el estilo promedio de todos ellos, saldría Diagonal Manhattan. Escribiendo sobre Cornèlius, l’almogàver (Columna), Borja Bagunyà explica en La Lectora que “es el tipo de lectura que ya sabemos leer porque ya la hemos leído muchas veces y que produce el efecto tibio y anestesiante de las conversaciones que ratifican punto por punto las opiniones que ya teníamos sobre los asuntos del mundo en el momento de ponernos a hablar”. Funciona para Rahola y funciona para Bosch.

Todo es plano. Los personajes tienen una caracterización escasa y falta de subjetividad que les impide tener cualquier tipo de arco evolutivo conforme avanza la novela, y el estilo de Bosch acompaña esta manera de hacer: sin nada que suponga una dificultad, sin ninguna posibilidad de que la novela requiera una dimensión de concentración más o menos intensa

Las voces más cursis del mundo literario dicen que leer un libro es como hacer un viaje, y que nunca vuelves de ese viaje siendo la misma persona que eras cuando lo emprendiste. Bien, pues con Diagonal Manhattan pasa algo extraordinario: vuelves siendo exactamente la misma persona que eras cuando lo empezaste. Todo está tan meticulosamente preparado para que nada de lo que pasa suponga un conflicto para el lector, que nada lleva a ninguna expedición introspectiva, ni a ningún sentido nuevo de las cosas. No hay ninguna estridencia que suponga un sacudón moral, ni ninguna idea que lleve al lector a replantearse lo que ya tenía por seguro. Decía Arià Paco en Núvol que “muchos libros de ahora están hechos con todo el tema moral ya resuelto antes de escribir”. También me explicaba Laura Huerga en Revers que “la buena literatura debe tener un punto de reto y de desafío, por la forma, por el fondo o por la narración. Debe tener un punto provocador porque está bien hecha”. En Diagonal Manhattan hay relaciones paternofiliales, y muerte, y amantes, y sexo, y publicidad, y lesbianismo. Todas estas cuestiones están tratadas de forma que el lector no sufra ninguna transformación. También es un talento, supongo, encontrar la manera de lograrlo. Y quizás ese es uno de los secretos que explica el éxito de ventas de Bosch. Anestesia, permite evadirse un rato y, a la vez, no exige ningún esfuerzo: ni moral, ni intelectual, ni sentimental.

XAVIER BOSCH / Foto: Montse Giralt
Xavier Bosch / Foto: Montse Giralt

El 'procés' y el sistema literario catalán

He dicho que uno de los temas que Bosch toca —o pretende tocar— es el sexo. Es un punto donde quiero detenerme, porque esta priorización de la comodidad del lector obtiene el efecto contrario del que quiere conseguir. Edda Leveroni, la hija de Brauli Leveroni, y Bianca B. Miller, directora y propietaria de la agencia de Manhattan, mantienen una relación sexo-afectiva que en la novela no acaba de definirse, porque ellas tampoco la definen. Dejando de lado que Bosch utiliza las referencias más manidas y empalagosas para describir a los personajes femeninos de su libro —“ojos de miel”, “labios de fresa”—, la manera en que se habla del sexo es arquetípica de cómo la literatura catalana de ventas habla del sexo: con sobreentendidos sudorosos y de no muy buen gusto. Es una contención con vocación literaria que, en su oxímoron, deserotiza lo que pretendía erotizar. Escribe Bagunyà en La Lectora, también sobre el libro de Rahola, que “hace pensar todo el tiempo en cómo nuestros abuelos hablaban de ‘chistes verdes’ o ‘picantes’”. Da cringe, como dice la juventud. El erotismo no es pornografía y pasa por la cabeza antes que por el cuerpo: no es necesario que el sexo, en una novela, te conduzca a masturbarte para que esté representado de manera adecuada y literaria. Pero el sexo en Diagonal Manhattan, más que permitir que el lector amplíe su marco de lo que considera provocador o sensual —o directamente sexual—, o más que estar allí porque forma parte de la vida, da ganas de cerrar el libro. “Le besó el cuello como quien estampa un sello de cera en una carta de amor. Después, se entretuvo, suavemente, en el contorno de los pezones. Bianca, en el séptimo cielo, se dejaba hacer. Catapultadas por el deseo, Edda recorrió ombligo y caderas hasta desembocar, sin prisa, en la perla pulida.” La “perla pulida” es el clítoris, queridos lectores. Y eso dejando de lado que Xavier Bosch aprovecha cualquier ocasión para hablar de pechos, pero no haremos reproches: uno no escoge del todo con qué obsesionarse.

Un lector que, empujado por el sistema de premios y la lista de más vendidos, cruza ventas y premios con valor literario, es un lector destinado a comprarse el libro con previsiones de ser el más vendido o premiado año tras año

He empezado el texto exponiendo que mi intención era escudriñar los motivos del éxito de ventas de Xavier Bosch, y he desarrollado el texto destacando los que me parecen más significativos. Obviamente, un libro pensado para ser vendido tiene —antes que el manuscrito, y que la idea, y que el objetivo, y que la visión literaria— una campaña de marketing. He explicado que Diagonal Manhattan la tiene y la ha tenido. También tiene la vocación de sedar al lector, de abstraerlo de su realidad sin incomodarlo —aunque con el sexo consiga el efecto contrario—, de confirmarle todo lo que ya piensa sobre el mundo. También tiene la capacidad de no generar ninguna conversación pública a su alrededor, claro. Y de apuntalar un sistema que promueve la idea elitista de que, para ampliar el público al que se dirige, lo que hay que hacer es bajar el nivel. Pero un lector que, empujado por el sistema de premios y las listas de más vendidos, cruza ventas y premios con valor literario, es un lector destinado a comprarse el libro con previsión de que sea el más vendido o premiado año tras año. El siguiente libro más pulido, con menos aristas —y con menos alma—, que le dé palmaditas en la espalda más bien dadas. Así es, supongo, como Xavier Bosch —y todos los grandes grupos editoriales— se aseguran el éxito para el próximo Sant Jordi.

El problema no es del lector catalán, el problema es de un sistema literario lleno de silencios y clientelismo que ya empieza a oler demasiado a naftalina

También he empezado diciendo que me interesaba poder explicar qué dice el éxito de ventas de Xavier Bosch sobre las necesidades del país. En cuanto al sistema literario, me parece que no nos diferencia mucho de los sistemas literarios de otros lugares, con la pequeña salvedad de que esto es un país pequeño y quizá la crítica literaria está más cercenada de raíz que en otros sitios. Y, sobre todo, que el sistema literario catalán compite de manera descarnada con el sistema literario castellano, que también tiene sus libros “xavierboschianos” y sus éxitos de ventas. Es con el argumento de la competencia y de la recatalanización del público que se esquivan debates como estos. De todos modos, el lector catalán consume lo que se le ofrece, pero, al consumirlo, pierde la capacidad de darse cuenta de que todo está calculado y la oportunidad de construir su propia idea de lo que considera buena literatura. Y el problema no es del lector catalán, el problema es de un sistema literario lleno de silencios y clientelismo que ya empieza a oler demasiado a naftalina. Y que deja que esta clase de libros le disputen premios e instituciones de prestigio. La consecuencia de esta rueda es Diagonal Manhattan. Ayer, en el coche, intenté explicarle a mi madre cuál creía que era el problema de la novela. Ella, que no tiene muchos estudios, pero sí sabiduría, me contestó: es como el 'procés'. No hicieron falta muchos más aclaraciones, ella y yo nos entendimos. Es como el 'procés', sí. Y Xavier Bosch podría salir de esta rueda de hacer siempre el mismo libro escribiendo una novela —o un ensayo— sobre algo que de verdad lo interpelara. Que le permitiera ponerle alma y estilo. Que le permitiera encontrar la fuerza dentro de sí para, usando la literatura como vehículo, transportar, sacudir y hacer viajar de verdad al lector. Un libro sobre pechos, por ejemplo. Quizá no ganaría tanto dinero, pero empujado por las ideas más que por los senos, haría el esfuerzo de llevar su marco de pensamiento más allá y, con él, el nuestro. Eso estaría bien.