A veces es un momento, una escena que te lo hace ver. A veces se alarga durante meses y te haces a la idea progresivamente. Pero hay un momento, como un clic de dos piezas que no acababan de encajar, y que finalmente encajan, en qué te das cuenta de que ya no eres joven. O ya no eres tan joven. Y ya no eres, ni de trozo, de los más jóvenes. Yo me di cuenta de ello de repente, como si hiciera días que no me hubiera fijado bien. Como cuándo en el Penedès vas despistado con el coche por mil cosas y no te das cuenta de que de un día para el otro en las cepas han brotado pámpanos. Y deja de ser todo yermo y oscuro y seco.

Hay un momento, como un clic de dos piezas que no acababan de encajar, y que finalmente encajan, en qué te das cuenta de que ya no eres joven

La juventud es un gran valor, en los tiempos que corren. Asociada a la belleza funciona como un capital social preciadísimo. No me haré pesada ahora con eso, que ya nos damos cuenta todos que, queramos o no, el mundo nos hace luchar contra los (siete) signos del envejecimiento. Tapar las canas, reafirmar pieles, párpados caídos, varices y calvicies. Esta idea, tan sabida y explicada, me ha sorprendido en dos películas de terror recientes. Esta idea, pero portada en el extremo (que al final, la ficción nos interesa por eso, por los extremos). Una es X, dirigida por Ti West. Un grupo de jóvenes alquila una casita (que forma parte de un rancho) para grabar una película porno. Estamos a finales de los años setenta y su acto es de transgresión y de libertad. Los propietarios del rancho son una pareja de ancianos que generan incertidumbre desde el minuto cero. Unos encarnan la juventud, el vigor, el entusiasmo. Todo lo que parece que siempre tenemos que desear. Los otros viven el estadio previo a la muerte. Viejos, enfermos, dementes y solos. No quiero explicar mucho más, de lo que os la quiero destrozar, pero el filme regala casquería. E imágenes perturbadoras de cuerpos frágiles y grises haciendo el amor desesperados, persiguiendo aquello irrecuperable.

Unos encarnan la juventud, el vigor, el entusiasmo. Todo lo que parece que siempre tenemos que desear. Los otros viven el estadio previo a la muerte. Viejos, enfermos, dementes y solos

Hay otra, La abuela, de Paco Plaza, que nos habla sutilmente de los cuidados y de la dependencia. De la responsabilidad sobre las personas mayores y las renuncias que nos supone. En la película, el único familiar de la abuela es su nieta, que hace de modelo en París (evidentemente no es casual, por el culto a la belleza y la contraposición con un cuerpo decrépito) y para cuidarla para todos los proyectos, que también quiere decir perder las oportunidades que supone desaparecer temporalmente del panorama. Que bonito cuánto vemos que quiere estar con su abuela, pero al mismo tiempo no quiere abandonar su vida. La historia habla de la pervivencia de alguna cosa más allá del cuerpo y que siempre busca instalarse en el cuerpo idóneo (intento no arruinárosla). El mal, otra vez, lo encarna una abuela esquelética que no abre la boca en toda la película y que es capaz de generar ternura y lástima y al mismo tiempo un miedo visceral. De aquí, para mí, la sorpresa y la subversión de los filmes: los más vulnerables son los que hacen de malos. El miedo, justamente, lo generan los más desvalidos. Y por eso es un miedo que funciona tan bien (como cuando lo encarnan los niños). Al final, las dos películas hablan de lo mismo: del terror inevitable de la vejez. De una añoranza dolorosísima. Del miedo de acercarte al abismo y no poder soportarlo.

Siempre hay alguien ocupando tu lugar. Siempre hay alguien descubriendo aquello que ya has descubierto

Hace unas semanas estuve en la UAB, donde estudié. Una de las gracias de la UAB es que siempre que vuelves está muy igual, como si entrar fuera descongelar un recuerdo de hace más de una década. Los estudiantes de ahora se sientan en el patio de letras y fuman. Hacen lo que hacía yo hace quince años cuando estudiaba Filología Catalana y me parecía que no era verdad lo que me decían entonces, que aquellos eran los mejores años de mi vida. Siempre hay alguien ocupante tu lugar. Siempre hay alguien descubriendo aquello que ya has descubierto. En el aula del instituto, en la discoteca, en una playa a media tarde. Quizás viene de aquí, la pena, de todo aquello que ya no te queda para empezar. Y tiene sentido, que el cine explore este miedo, porque nos agarramos tanto como podemos, pero es lo único que no podemos parar. Me hace pensar en Dorian Gray. Y en la Carta a la reina d'Anglaterra, de Vicenç Pagès Jordà. Para el protagonista, vivir eternamente (lleva casi mil años) es la peor de las condenas. Porque ya no existe nada ni nadie de lo que ha amado.