El escritor Sebastià Portell (Ses Salines, 1992) acaba de publicar Les nenes que llegien al lavabo (Ahora Libros), una defensa de la libertad lectora que es, al mismo tiempo, un texto autobiográfico de su relación con los libros. A pesar de su juventud, Portell es autor de las novelas Ariel i els cososs (2019) y El dia que va morir David Bowie (2016), de los libros de cuentos Maracaibo (2014) y La recerca del flamenc (2015) y de los textos teatrales Transbordo(2018), EL'endemà de Fedra  (2015, con música de Víctor Ferragut), Un torrent que era la mar (2012) y La mort de na Margalida(2012). Además, ha sido curador de Amors sense casa (2018), la primera antología de poesía LGBTQ catalana, y de los volúmenes Antònia Vicens. Massa deutes amb les flors  (2016) y Davant el fulgor. Per a llegir l'obra d'Antònia Vicens (2018), este último junto con Sebastià Perelló.

A pesar de tu juventud, escribes un libro que se puede leer como una autobiografía lectora.

El libro asume mucha subjetividad y es hijo de una época y de una experiencia. Siempre digo que perseguía escribir una cosa caótica y fortuita y que se leyera como tal.

¿De dónde sale la propuesta?

Fue un encargo de Ahora Libros. Querían un ensayo, pero me hicieron un encargo abierto. No me hicieron ninguna sugerencia temática ni ninguna indicación. Sabían que estaba escribiendo una novela, en qué continuo trabajando, y querían un tema de no ficción. Les propuse esta idea de su libertad lectora y se escritura, porque de la nada no podía sacar un ensayo. Tenía que ser alguna cosa que me preocupara y me di cuenta de que había el rasgo común de la rareza y la intersección que se crea entre esta y la lectura y la escritura, mirando mis escritos en prensa.

El título surge de una frase de Marina Garcés, que habla de las niñas que se encerraban en el lavabo para leer.

La oí en el congreso del 40.º aniversario del AELC, donde invitamos a Marina Garcés y Joana Masó a hablar de la literatura como herramienta, camino o vía de creación de comunidades, de redes. Marina nos hizo una trampa, podemos decir, que fue hablar de los lectores separados cada uno, en sus lavabos, y, después, estableció una comunidad a partir de aquí. Me pareció que la imagen era absolutamente poderosa y el libro empezó a nacer aquel día, porque yo me encontré.

¿Te viste reflejado en la imagen del lavabo?

Pensé que yo también era una niña, un niño, que leía en el lavabo. E incluso un adulto que todavía lo hace, quizás no con la misma alegría, porque cuando somos pequeños no percibimos el tiempo de la misma manera.

La idea no es una lectura de lavabo como un entretenimiento, sino que el espacio es un refugio.

El espacio es metafórico que Garcés confiesa que escogió por referentes próximos de su familia suya. También por todas las significaciones que tiene: es un espacio innoble, donde hacemos cosas que supuestamente se tienen que esconder y guardamos sus vergüenzas. Pienso que en la literatura la vergüenza tiene un componente muy importante y valía la pena poner en común eso. El lugar desde donde su literatura es recibida y desde donde reconocernos como una comunidad.

Como especialista en Antònia Vicens, explicas que ella no sólo leía sino que escribía en el lavabo.

La novela ganadora del Premio Sant Jordi el año 1967 fue escrita en el lavabo de un bungalow, en Mallorca por una trabajadora explotada por el boom turístico del franquismo. ¡Me parece maravilloso! Es un cura de humildad para la literatura: grandes obras que hemos erigido en clásicos vienen de lugares innobles y muchas se dirigen. Porque su literatura también habla eso. Es importante no olvidarlo.

Desacralizas la religión lectora que habla de los libros como curación, como salvación o como forma de hacernos mejor persona. Defensas que leer es, sobre todo, un gusto o un placer.

Estoy harto de oír que leer nos hace viajar, que escribir es una terapia, que todo nos hace más inteligentes o más felices. Creo, sinceramente, que eso puede pasar, pero no estoy convencido de que eso le pase a todo el mundo o pase con cualquier libro. Pens que desde el mundo literario lo tendríamos que empezar a asumir y decir claramente. Seguro que de esta manera haríamos que mucha gente – no evangelizados según este marco mental– osaran acercarse a los libros.

Estoy harto de oír que leer nos hace viajar, que escribir es una terapia, que todo nos hace más inteligentes o más felices

Eso ha provocado acomplejamiento o rechazo.

Si una cosa es sublimada y se supone que es una experiencia extraodinaria y tú no la tienes, automáticamente te sientes excluido de esta experiencia y de su comunidad de gente que puede tenerla. No tengo una idea elitista de la literatura. O bien de un elitismo como lo hemos entendido tradicionalmente. Mis élites son la gente que respeta, que trabaja, que pone colzas, que se encara a las emociones. Hay variables que se han tenido en cuenta tradicionalmente para crear élites que no son las mías y me gusta ponerlas en cuestión.

Hablas de la vergüenza que nos hace mentir, no reconocer gustos, decir frases esnobs...

Joan-Carles Mèlich a sus Fragmentos filosóficos habla de la vergüenza como un rasgo común en cualquier aprendizaje. O dicho de otra manera: lo que me planteé en este capítulo, siguiendo lo que leí de Mèlich, es quien nos enseña la vergüenza y con qué objetivo. Qué interés hay que en ciertos círculos sociales tengamos que fingir que hemos leído unos ciertos libros o autores, que nos han gustado, que comulguemos con determinadas ideas... veo mucha presión social, un ansia, muchas veces inconsciente, de homogeneización y de silenciamiento de otros discursos. Otros discursos que no tengan por qué ser ni mejores ni peores, pero es bueno que estén y qué, a menudo, se neutralizan con un mecanismo tan básico en su humanidad como la vergüenza. Es casi un mecanismo de supervivencia.

Has trabajado la literatura que ha quedado fuera del canon por cuestiones, a menudo, extraliterarias.

Me preocupa mucho el privilegio que tengo de poder leer, de tener tiempo para leer y el privilegio de escribir. Que haya editores que crean en mí y que lo que escribo interese a los lectores. Este privilegio lo quiero utilizar para hacer un mundo mejor. El que intento es escribir y leer de otra manera. Por eso hice una antología que religaba una serie de deseos que no habían estado nunca religados, como Amors sense casa. Por eso hice una biografía sobre Antònia Vicens y cuidé de un volumen sobre su obra, con Sebastià Perelló. En mis obras no sé si voy hacia allá de las normas, porque si una editorial media o grande decide publicarlas no sé si se rompe una norma o se genera una nueva, pero siempre intento poner en cuestión o desestabilizar lo que se espera que haga de entrada.

Eres el nieto de un director de escuela que pasó muchas horas en la sala de profesores. Dices que te gusta mucho escuchar a las personas mayores.

Siempre me he reconocido como un alma vieja. No me gusta salir de fiesta, me gusta bailar, pero poco rato, me dentifico más con los gustos de las personas mayores y supongo que eso es el resultado de haber pasado muchas horas en una sala de profesores, oyéndome privilegiado para estar en un lugar que no me correspondía. En eso hay una posición muy interesante. Este bagaje que no pueden tener todos los niños fue una oportunidad de aprender a fijarme en los matices de cómo la gente se expresa, de cómo funcionan espacios donde los niños no entran... Y esta actitud la he mantenido siempre: me gusta meterme allí donde no se me espera y llevo bastante bien este síndrome del impostor, que siempre está y combado como puedo.

Me gusta meterme allí donde no se me espera y llevo bastante bien este síndrome del impostor

Descubrir la lectura fue la entrada en un mundo nuevo.

O tomar conciencia de las dimensiones que podía tener lo que ya conocía. Hay lectores que me han dicho que no entienden en qué momento doy el paso de no leer a leer y qué efectos genera en mí. Lo explico, pero no me paso de la raya, no hago la sublimación de la terapia o la salvación, porque integré muy rápidamente la lectura en mi vida. Como desayunaba, miraba la televisión o me enemistaba con mi hermano pequeño, leía.

Yo recuerdo perfectamente cuando fui consciente de que podía leer. A partir de entonces empieza la necesidad de leer cualquier cosa que encuentras.

Es tener una curiosidad y osar perseguirla. Dejarte llevarse por lo que te genera interés. Eso los niños lo tienen. Por eso el espacio de la infancia era un lugar seguro para hablar de estos temas.

Defensas que si alguien no lee tampoco no pasa nada.

Puede ser que no ha tenido el interés, que no ha tenido las condiciones materiales, que no tiene tiempo para leer... Hay gente que dedica muchas horas a trabajos que tienen que ver con el pensamiento o con leer en pantallas y lo último que quieren es leer. Si esta gente acaba cogiendo un libro, no lo tienen que hacer forzados, sino para que los aporte alguna cosa. Si no lo ven, no seré yo quien los obligue.

En el libro hay un par de referentes generacionales claros: Uno es Matilda.

Matilda es maravillosa. Ha llegado a ser un lugar común donde muchos lectores nos vimos reflejados de muy pequeños. Quizás no hemos acabado todos los libros de la biblioteca, pero seguro que nos hemos visto como aquel niño que iba solo a pedir libros. O aquellos niños que a sus padres lo ayudan para que sigan su aventura lectora. Matilda explica muy bien eso y también la rareza, las bondades de ser especial. No todas las personas son especiales, eso es un discurso incluso un poco tóxico, pero Matilda de una causa que puede ser motivo de vergüenza –o de bullying, incluso– un motivo de orgullo.

El otro es Harry Potter.

Harry Potter sale citado pero sin hablar de su autora por una motivación política, que es su transfobia. Pero quise que estuviera porque Harry Potter me hizo lector. Leía libros infantiles antes, pero el primer libro que estaba pendiente de que saliera fue la saga de Harry Potter.

Defiendes la existencia de la crítica, pero le pides condicionales y matices.

Le pido sobre un posicionamiento. Tomar partido. Proclamar eslóganes, destrozar trayectorias o enaltecerlas puede ser muy traidor si no se expresa desde dónde se hace. Soy un defensor firmísimo de la libertad de expresión, pero pienso que cuando las palabras que proyectamos tienen efectos, es bueno decir desde donde las proyectamos. Y si miramos la historia reciente de la crítica literaria y la confrontamos con el hoy, vemos que si este ejercicio de situación y honestidad se hubiera hecho a inicios del siglo XX el canon sería bien diferente. No nos veríamos obligados a reelaborarlo constantemente. Eso ha pasado especialmente en la literatura catalana. Por el contexto histórico –guerras, exilios, destrucciones, censura... – pero también a las dificultades que han tenido ciertos escritores a causa de su género, como Víctor Català.

Recuerdas a las críticas que recibió Un filme 3.000 metros...

No se trata de hacer un memorial de agravios, pero sí cuestionar proclamas desde una neutralidad que no es neutra.

¿Has leído a Josep Pla, ya?

No he leído a Josep Pla y me da vergüenza que me lo pidas tú y decirte que no te lo he leído. Lo haré, lo acabaré haciendo. Me hace mucha gracia que todo el mundo se haya fijado en eso, que vean un rechazo –cuándo no tengo un rechazo hacia la figura de Pla–, pero como tantos autores que consideramos clásicos, no lo he leído todavía.

Tú no tienes vergüenza de decirlo. Quizás alguien más habría dicho que lo ha leído sin haber pasado de la primera página.

Eso pasa en los estudios de género con Judith Buttler. ¡Nadie la ha leído! Como mucho alguien ha leído el prólogo de Problemas de género, que se acaba de publicar traducido al catalán por Bel Olid. Hay libros intocables, que no puedes decir que no les has leído, y creo que lo tenemos que poder decir, porque forman parte de un horizonte de descubrimientos posibles.

Hay libros intocables, que no puedes decir que no les has leído, y creo que tenemos que poder decir que no los hemos leído

Martí de Riquer decía que felicitaba a quien no había leído nunca El Quijote, porque tendría la oportunidad de leerlo por primera vez.

Lo pienso con mis autores favoritos. ¡Qué gozo leer Antònia Vicens, Maria-Mercè Marçal o Blai Bonet por primera vez!

Explicas que cuándo leíste por primera vez La plaza del Diamante no te gustó... ¡Alguien diría que es un sacrilegio!

¡Y eso que a Rodoreda me fascina! Espejo roto me parece una catedral narrativa y La muerte y la primavera lo tendré que volver a leer porque todavía no la he digerido. Pero La plaza del Diamante ni me emocionó, ni lo disfrutaba leyéndolo. Mi reconciliación con La plaza del Diamante fue a través de la adaptación teatral de Joan Ollé con Lolita Flores. Se puede decir que conecté cuando fue llevada a escena, en castellano y dicho desde una persona que podría tener una emoción diferente de la de la autora. Pero también me gusta que pasen estas cosas... Rodoreda hizo que me gustara Lolita, que no estaba seguro de que pasara.

¿De qué manera la lectura, que es una intimidad, se convierte en un hecho colectivo?

A través de la literatura, que es palabra. Haremos una cosa colectiva si hablamos, si salimos de todos los armarios: literarios, de género, de sexualidad... Si somos quienes somos en el mundo con naturalidad y osamos hablar, debatir, confrontarnos. La cultura es el hecho compartido y lo conseguiremos discutiendo.

A veces se dice que el peligro es que el leer nos haga perder el escribir.

No me importaría que el leer me hiciera perder el escribir. Si tuviera que escoger entre una y la otra, sin duda escogería leer. Básicamente porque hay gente que escribe mucho mejor que yo. Leí mucho antes de escribir y para escribir tienes que haber leído mucho. Hay una creencia muy extendida –y lo explican incluso profesores de escuelas de escritura– que se pueden hacer grandes obras sin haber leído antes. Me parece grave y dice mucho del egocentrismo que tenemos como sociedad. Queremos decir la nuestra sin prestar atención a aquello que se ha dicho antes.

Es aquello del genio quien no tiene que haber leído nada.

La idea de la genialidad no sé si nos lleva en ningún sitio. A veces es el pretexto para perdonar cualquier cosa, pero también es como la sublimación de la lectura, que para una persona que se pone delante de la hoja en blanco acaba siendo paralizante. Eso no lo necesitamos. Necesitamos que la literatura sea debate, cosa compartida y, sobre todo, respuesta. Siempre que he escrito lo he hecho con conciencia de estar respondiendo o plagiando alguna otra cosa.

La idea de la genialidad no sé si nos lleva a ningún sitio y a veces es el pretexto para perdonar cualquier cosa

¿Cuál es la recepción de los lectores?

Ha sido increíble. Nunca había tenido una respuesta como esta. Había hecho narrativa y teatro, con la cual los lectores se pueden identificar más o menos y podemos opinar, pero a Les nenes que llegien al lavabo he abierto una ventana, he hablado de mí, de uno yo muy vulnerable como es un niño gordo y borde que crece en un pueblo de 2.000 habitantes y que no sabe que le esperará. La gente ha abrazado a este niño. Y lo ha hecho desde su niño. La respuesta ha sido una intimidad compartida. La gente no opina del libro, sino que me escriben para explicarme cosas de ellos. ¡Eso es maravilloso! Quizás tendría que hacer un libro de confesiones de las otras niñas que leían en el lavabo.