Este viernes 24 de octubre se estrena Springsteen: Deliver me from nowhere, una película de Scott Cooper que explica el proceso personal, profesional y artístico por el que pasó Bruce Springsteen durante la composición, grabación y producción de Nebraska, el álbum acústico publicado en 1982, justo después de The River (1980) y justo antes de reventarlo para siempre con Born in the USA (1984). Para no andarnos por las ramas: es una gran película, con unas interpretaciones impresionantes y una historia que mantiene atrapado al espectador las dos horas que dura.
Pero lo mejor de todo es que no hace falta ser un seguidor de Bruce Springsteen para poder disfrutarla. Evidentemente, para la comunidad de fans es una nueva dosis en vena de material springsteeniano -en este caso cinematográfico- que ayuda a explicar detalles y poner luz a la oscuridad de aquellos 12 meses que van desde la finalización de la gira de The River, en septiembre de 1981, hasta la publicación de Nebraska en septiembre de 1982. Contiene detalles hasta ahora desconocidos tanto de su biografía personal como del proceso de creación y producción musical; con un grado de precisión más propio de un documental que de una película.

El principal mérito de Jeremy Allen White es que no imita a la estrella Springsteen sino que interpreta al joven Bruce
Ahora bien, Springsteen: Deliver me from nowhere es, ante todo, una historia humana con mayúsculas, y eso es lo que la hace universal, de ahí que sea apta para todos los públicos, es decir, para admiradores, pero también para desconocedores de la obra de Springsteen e incluso detractores, que normalmente lo suelen ser como reacción a la adoración acrítica que profesan los fans. De hecho, con que te guste el cine bien hecho ya es motivo suficiente para ir a verla.
Y en caso de duda, solo hay que derivar la admiración de Bruce Springsteen hacia Jeremy Allen White, el actor que le da vida en aquellos 12 meses concretos del curso 81-82. La suya es una interpretación majestuosa y el principal mérito es que ha rehuido de quererlo imitar o caricaturizar, a diferencia de lo que pasó con Rami Malek y Freddie Mercury en Bohemian Rapsody o con Timothée Chalamet y Bob Dylan en A Complete Unknown. En este caso, Jeremy Allen White da vida a un joven Bruce de 30 años al que le cae encima un peligroso cóctel de éxito creciente, frustración permanente, reconocimiento social, traumas familiares, ser amado y no saber amar, y obsesión por la perfección justo cuando se encuentra en el momento más dulce de su creatividad artística y tocado por la varita de los dioses del rock and roll.

Un canto a la masculinidad no tóxica
Y aunque a la interpretación de Jeremy Allen White no le hace falta nada más, el gran protagonista secundario completa un tándem imbatible. Se trata de Jeremy Strong (el Kendall Roy de Succession) en el papel de Jon Landau, mánager, confidente y amigo -aún ahora- de Bruce Springsteen. A diferencia de otros biopics donde el representante tiene un rol de apoyadicciones, en este caso ambos protagonizan una relación de estima que deriva en un canto a la masculinidad no tóxica cuarenta años antes de que se le llamara así y en contraposición a un padre, Douglas Springsteen, interpretado por un especialista en padres, Stephen Graham (el padre de Adolescence). Todo ello, abordando la cuestión de la salud mental cuando tampoco se le llamaba así porque, simplemente, no se hablaba de ello. Y menos si empezabas a ser una celebrity.
También resulta impactante ver algunas escenas y saber que Bruce Springsteen no solo ha autorizado el guion de la película (basado en un libro homónimo) sino que -directamente- ha estado presente en los rodajes: tanto en los fragmentos en blanco y negro en los que se recreaba su infancia como en los que, en color, rememoraban la confección de Nebraska. El disco fue acústico, crudo, literario y sin gira. Y al cabo de dos años, en 1984, se publicó Born in The USA, completamente eléctrico, con letras y melodías virales y soportado por un tour de dos años. Pero el embrión es el mismo: buena parte de las canciones de ambos álbumes se compusieron entonces, en los meses que retrata el film. De hecho, la historia musical podía haber ido justo al revés y los coleccionistas de rarezas lo saben: existe un Nebraska eléctrico y hay un Born in the USA acústico. Pero por suerte, la historia fue como se explica en Springsteen: Deliver me from nowhere y gracias a esto todo está en su sitio. De hecho, la última canción del álbum Nebraska se titula Reason to Believe. Y en el fondo Springsteen: Deliver me from nowhere es, también, una razón para creer en el cine, en la música y, por encima de todo, en la especie humana.