Leer debería ser un placer. Una invitación a imaginar, a descubrir mundos y voces que nos hacen crecer. Desde mi punto de vista, cuando la lectura se convierte en una obligación fría e impuesta desde arriba, pierde todo el sentido, y eso es exactamente lo que pasa con el Pla lector en muchos institutos: aquello que nace con la mejor de las intenciones acaba convirtiéndose en un quebradero de cabeza, tanto para el alumnado como para el profesorado.

Leer por obligación

Leer por obligación. ¿Cómo se puede pretender que los adolescentes asocien la lectura con un hábito deseable, si les recortamos el único momento del día en que pueden respirar, socializar y ser ellos mismos? El patio no es solo un espacio de recreo; es un territorio simbólico donde suceden cosas fundamentales para la adolescencia: amistades, confidencias y complicidades. Después de casi dos horas de clase, veinte minutos de lectura obligatoria no solo no crea lectores, sino que más bien crea más aversión y rechazo hacia la lectura. Ahora bien, hay que decirlo claro: la culpa no es de los docentes ni de los equipos directivos. Al contrario, muchos profesores intentan hacer malabares para dar sentido y cabida a este plan, adaptándolo y buscando fórmulas más atractivas. El problema viene de más arriba: de un sistema educativo que, una vez más, decide aplicar una “mandanga” pedagógica uniformizada, sin tener en cuenta la diversidad real de los centros y las necesidades concretas de su alumnado. Leo en la web de la Generalitat que uno de los objetivos del Pla lector de cada centro es “desarrollar los tres ejes de la Competencia lectora (saber leer, leer para aprender y gusto por leer) para formar lectores competentes”. Permítanme que me ría de este objetivo...

Después de casi dos horas de clase, veinte minutos de lectura obligatoria no solo no crea lectores, sino que más bien crea más aversión y rechazo hacia la lectura

Porque… sí, hay institutos donde el Pla lector sí funciona. Centros donde ya hay una base sólida, donde el alumnado tiene un entorno familiar que acompaña, donde la biblioteca del pueblo está viva y accesible, donde hay tiempo y recursos para acompañar la lectura de una manera atractiva. En estos casos, el plan puede ser un buen complemento. Pero ¿qué pasa en aquellos institutos donde las necesidades urgentes son otras? Hablamos de centros donde el reto es que el alumnado venga a clase cada día. En estos contextos, el Pla lector no solo no funciona, sino que se vive de manera negativa: como una imposición ajena y desconectada de la realidad. El alumnado no lo percibe como una oportunidad, sino como un robo de su tiempo libre y un castigo lector. Y los docentes, que bastante trabajo tienen para mantener la motivación y el vínculo con el alumnado, se ven forzados a aplicar una medida que nadie ha consensuado con ellos.

Un puente hacia la libertad

Además, en muchos centros el Pla lector se traduce en que todos leen el mismo libro. Una lectura uniforme que ignora la diversidad de intereses, ritmos y necesidades. A ver, señores de los despachos y los trajes, ¿no se supone que debíamos procurar ofrecer una atención y educación personalizada para cada alumno? Quizá si dejamos que los chicos y chicas lean lo que quieren (con supervisión de cada elección, claro), aparecería la chispa del interés. En algunos institutos esto pasa: se les permite traer libros de casa, escoger sus títulos, e incluso compartir lecturas entre compañeros. Pero enseguida chocamos otra vez con la realidad: hay familias que no se pueden permitir comprar libros o que no tienen acceso a la biblioteca. ¿El resultado? El derecho a elegir lectura, que debería ser básico, vuelve a quedar limitado por cuestiones económicas. Y así es como, una vez más, las desigualdades se acentúan. Los alumnos con más recursos pueden elegir y experimentar la lectura como un acto de libertad. Los otros, a menudo, tienen que conformarse con lo que marca la lista común, o con el libro que “toca” porque el centro no puede ofrecer alternativas más atractivas o, como mínimo, diversas. Con este panorama… frustración generalizada asegurada. Los alumnos no leen por placer, sino porque “toca”. Y eso es lo peor que se puede hacer con la lectura: asociarla a un castigo.

Los alumnos no leen por placer, sino porque “toca”. Y eso es lo peor que se puede hacer con la lectura: asociarla a un castigo

Leer es demasiado importante para dejarlo en manos de un plan mal pensado y mal ejecutado. La lectura debería ser un puente hacia la libertad, no un muro. Si de verdad queremos formar lectores, hay que cambiar el chip: darles libertad para elegir qué quieren leer, vincular las lecturas a aquello que les interesa de verdad (música, series, videojuegos, youtubers, temas sociales). Crear espacios de lectura voluntarios, encuentros con autores, clubes de lectura donde la conversación sea tan importante como el libro, etc. Y, como siempre, yo tampoco tengo la solución a todo, pero decir las cosas por su nombre no debería darnos miedo. Está bien que seamos críticos con lo que hacemos y con las cosas de las que participamos, y no pasa nada por reconocer que una propuesta no funciona. Rectificar no es un fracaso, es la condición necesaria para avanzar, y quizá solo así conseguiremos que leer vuelva a ser aquello que nunca debería haber dejado de ser: un placer y no una condena.