Hace unos días, en plena presentación de Misión Imposible: Sentencia final en el Festival de Cannes, Tom Cruise confirmaba que esta octava entrega de la franquicia sería la última. Y no es que la película no deje la puerta abierta a continuar con más aventuras de este grupo de proscritos que viven escondidos en las sombras, siempre listos para salvar al mundo de terroristas, de asesinos o de una inteligencia artificial descontrolada, como ocurre en las dos entregas que, en teoría, cierran la saga. Pero sí es cierto que la edad no perdona, y más en el caso de alguien como Cruise, que ha hecho bandera de su compromiso con un tipo de cine-espectáculo diseñado para ser disfrutado en una pantalla lo más grande posible (esta se ha rodado con cámaras IMAX, la experiencia será más redonda en las salas que ofrecen esta posibilidad), y que se ha empeñado en una cruzada contra la manipulación digital, tratando de conseguir la mayor verosimilitud posible en las acrobacias que rueda él mismo y que hacen honor al título de la saga. Ya lo dijo una vez, cuando le preguntaron por qué se encargaba de todas las escenas de riesgo: "¿Le preguntarías a Gene Kelly por qué filmaba él mismo todas sus escenas de baile?".

La vitalidad del actor no es eterna, y cada vez cuesta más correr, saltar y colgarse de lugares muy altos, con la misma energía que tenía a los 30 años. Y no es que aquí no lo haga, porque, a pesar de que los fanáticos deben cargarse de paciencia, Sentencia final vuelve a apostar por escenas espectaculares en un más difícil todavía: en las casi tres horas de película, que por cierto pasan volando, el icónico Ethan Hunt hace un par de sus características carreras a toda velocidad (ya sabemos cómo le gusta acelerar, al bueno de Tom) y pone toda la carne en el asador en dos mastodónticas, extraordinarias, aunque quizás insuficientes, set pieces de acción: en una, se cuelga del ala de un biplano amarillo para acabar pilotando otro rojo, mientras su rostro se transforma bajo el efecto del viento. Ante una inteligencia artificial, ¿qué mejor que una avioneta centenaria? Citando la serie El Eternauta, lo viejo sí funciona. En la otra secuencia, quizás la mejor de la película, y seguro que una de las más largas de toda la saga, Ethan/Tom se zambulle en el Mar de Bering para tratar de acceder al submarino que vimos hundirse en la anterior entrega de la saga, y este claustrofóbico periplo en el fondo del océano, lleno de obstáculos, de puertas y misiles, de cadáveres congelados y de pasillos, es quizás el momento más imposible de todos los momentos imposibles que hemos visto en treinta años de misiones pasadas de rosca.
Hagamos memoria: la previa Sentencia mortal terminaba con Ethan Hunt y su equipo intentando detener a la Entidad, una inteligencia artificial decidida a destruir el planeta. Como si no tuviéramos suficiente con la “inteligencia humana” para conseguirlo. Todo el conflicto quedaba en el aire, a la espera de una conclusión, y ahora, el antiguo agente secreto caído en desgracia y sus habituales compañeros de peripecias, Luther (Ving Rhames) y Benji (Simon Pegg), sumados a las incorporaciones de la séptima entrega, la carterista Grace (Hayley Atwell) y la asesina Paris (Pom Klementieff), vuelven a unir fuerzas para intentar acabar con una amenaza que ya ha empezado a actuar, haciéndose con el control de los sistemas de los misiles nucleares de un puñado de potencias mundiales que cuentan con este armamento. Como auguraba Terminator 2, la rebelión de las máquinas ya está aquí. Y no es casual que Cruise se enfrente a una AI, con los conflictos que la industria cinematográfica está empezando a gestionar (¿recordáis las huelgas de actores y guionistas estadounidenses?) respecto a las posibilidades de una tecnología que ha llegado para cambiar el mundo tal y como lo conocemos. Tampoco es fortuito el contexto que nos presenta la trama: la manipulación de la verdad y la paranoia entre naciones resuena especialmente conectada con los, quién sabe si pre-apocalípticos, tiempos que vivimos.
Los guiños a la saga
Como (supuesto) cierre de la que es, seguramente y con permiso de James Bond, la mejor franquicia que el cine palomitero nos ha ofrecido nunca, la película que nos ocupa no deja de hacer guiños a sus anteriores entregas. Quizás se podría haber ahorrado las infinitas sobreexplicaciones, con montajes de imágenes que ninguno de los fans debería necesitar. Con alusiones directas a la primera, la de Brian De Palma, y a la tercera, la de la pata de conejo que firmaba J.J. Abrams (y tenía al mejor malvado de todos, el enorme Philip Seymour Hoffman), e, incluso, con la inesperadísima (y afortunadísima) recuperación de un antiguo personaje al que habíamos perdido la pista, Sentencia final tiene demasiados momentos que parecen el típico previously on televisivo. Quizás lo justifiquen honrando los orígenes de Misión Imposible, que se encuentran en la pequeña pantalla, pero suena más a la voluntad de dárselo todo bien masticado a un espectador vago y/o sobresaturado de oferta audiovisual.
Sentencia final es, probablemente, la entrega menos ligera, la más solemne, la más pretendidamente trascendente de todas las Misión Imposible, encontrándose con un Ethan Hunt más mesiánico que nunca
En cualquier caso, los subrayados en forma de flashbacks, y las constantes aclaraciones sobre macguffins anteriores o actuales, incluso algún homenaje algo absurdo al film i a la serie originales, no manchan la altísima capacidad de diversión de la propuesta. Y eso que Sentencia final es, probablemente, la entrega menos ligera, la más solemne, la más pretendidamente trascendente de todas las Misión Imposible, encontrándonos con un Ethan Hunt más mesiánico que nunca. Es el precio de la despedida de una saga que siempre ha jugado al ilusionismo, a la magia, al disparate, a tomarnos el pelo y a hacernos creer que las cosas imposibles no lo son tanto. ¿Podría haber sido mejor? Sí. ¿Es una mucho, muchísimo, más que digna clausura? También. En un momento de Sentencia final, la voz del imprescindible Ving Rhames le dice al protagonista: "El mundo te necesita aunque no lo sepa". De alguna manera, estas palabras hacia el agente salvador Ethan Hunt podrían ir dirigidas a Tom Cruise, el último gran defensor de una forma de entender el cine de evasión, la última esperanza que nos queda para que esos universos espectaculares, y esas sensaciones que solo despiertan en las salas frente a una pantalla enorme, no mueran nunca. Y esa sí parece una misión imposible.