Desde este jueves y hasta el sábado, Vic acoge una nueva edición del festival Adoberies, cita alternativa que ha crecido en paralelo al Mercat de Música Viva de Vic, que este año celebra su décimo aniversario. Impulsado por el colectivo La Clota, con Marcel Pujols, Arnau Musach y Roger Sena al frente, el festival se ha consolidado como un espacio autogestionado, libre de subvenciones y fiel al espíritu do it yourself.

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Pujols, que además es bajista y cantante de Power Burkas, repasa con ilusión y —pocos días antes de que Mar Pujol ponga las primeras notas de la edición de este año— cansancio a partes iguales la trayectoria de esta aventura colectiva: “Es un gran trabajo, siempre hay muchos imprevistos, pero vale la pena. Hace diez años que empezamos y cada edición acaba siendo un reencuentro divertido y necesario”.

Un acto de amistad y resistencia cultural

El festival nació casi por accidente, explica Pujols. Cuando el Hoteler, una de las pocas citas alternativas que tenía la ciudad, dejó de celebrarse, un grupo de amigos decidió ocupar un espacio en las antiguas adoberies del río Mèder. “Era un lugar apartado de todo pero a la vez muy céntrico. Estuvimos una semana arreglándolo para que fuera mínimamente transitable y allí hicimos los primeros conciertos. Sin ese trabajo previo, la gente ni habría entrado”, recuerda. Aquel primer experimento se convirtió en tradición. Hoy, el solar de las Adoberies es de titularidad municipal, y eso ha permitido normalizar el festival: “Antes teníamos contratos en precario. Y había propietarios que querían, pero otros no; y estos a veces llamaban a la policía. Nunca nos hicieron suspender nada, pero había tensión. Ahora, desde que el Ayuntamiento compró el terreno, todo es mucho más fácil. Creo que en parte lo empujamos nosotros, demostrando que aquel espacio podía estar vivo”.

Para nosotros el factor social está por delante del musical. El festival sirve para que la gente se encuentre, conozca artistas, comparta cosas

Si algo define el Adoberies es su manera de entender la música. No como un producto de consumo, sino como una experiencia comunitaria. “Para nosotros el factor social está por delante del musical. El festival sirve para que la gente se encuentre, conozca artistas, comparta cosas. A veces esto te puede hacer más cerrado en géneros, pero a la vez nos ha hecho abrirnos a músicas muy diversas”, apunta Pujols. Este año, por ejemplo, habrá varios artistas vinculados al hip-hop: Extrañoweys, Poor Tràmit o White T... De este último, confiesa Marcel, no saben nada más que lo que han escuchado. "Lo descubrimos en Bandcamp y nos costó mucho contactarle. Finalmente, lo conseguimos y ha accedido a tocar en el festival sin que nos conociéramos de nada, ni habernos visto antes". Así es l'Adoberies, un festival donde el único requisito que el colectivo organizador pone a los grupos para tocar, es que entiendan las condiciones del festival: sin ayudas públicas, financiado exclusivamente con la barra y con tratos sencillos: comida, dormir y un pequeño caché. “Los grupos más underground se adaptan mejor. Los que están muy profesionalizados, a menudo les cuesta más volver a condiciones tan básicas. Pero aquí lo importante es el vínculo, no la industria.”

Por eso, con los años, el Adoberies se ha convertido en un punto de encuentro anual para músicos y público. “Hay gente que solo ves una vez al año, y es aquí". Es como una Navidad del subsuelo, un espacio donde te reencuentras sin presión, solo para vivir la música de cerca. "Es casi una pequeña utopía”, dice Pujols. Esta dimensión comunitaria ha hecho que muchos grupos nazcan o se consoliden en el festival. Según Pujols, por el escenario han pasado más de 200 bandas en diez años, y algunas incluso se formaron a partir de contactos hechos en Vic. “Es un vivero, han pasado tantas cosas que ya no las recordamos todas.” Una edición, la de este 2025, que de alguna manera, quiere ser un homenaje a la historia del festival. Por eso en el cartel hay nombres que han ido creciendo con el festival o han estado presentes casi desde la primera edición, como Tarta Relena, Remei de Ca la Fresca o Garrafa Nadal, y junto a estos, como siempre, nombres emergentes del subsuelo musical local. Pujols destaca especialmente Transistor, una banda de post-rock con músicos aún adolescentes: “Son hermanos, el batería tiene 13 o 14 años y ya suenan increíble. Hace gracia ver grupos así, sabes que tienen futuro.” No solo eso, sino que l'Adoberies ya empieza a sumar nombres internacionales a su programación, como la pianista francesa Elisabeth Vogler o el guitarrista vasco de jazz experimental Joseba Irazoki.


Un Adoberies Fest que coincide en el tiempo y, casi, en el espacio, con el MMVV. Si el Mercat facilita permisos excepcionales y crea una atmósfera propicia para que la ciudad hierva de música, Marcel admite que desde el Adoberies “es evidente que nos beneficiamos de este contexto. Nos es mucho más fácil conseguir permisos esos días. Pero también pasa al revés: al Mercat le gusta que salgan cosas espontáneas al margen, que haya vida paralela”, apunta. El festival se reivindica así como un complemento imprescindible, programando propuestas que quizás no encajarían en los escenarios institucionales, pero que tienen la misma o más calidad. “Muchos músicos que vienen aquí hace años que tocan y tienen un nivel altísimo. Lo único que pasa es que no han entrado en el circuito de los managers y las grandes salas. Y nosotros les damos espacio.”

Queremos mantener este espíritu autónomo. Si dura, será porque seguimos divirtiéndonos y porque la gente lo sigue haciendo suyo. Cuando deje de ser así, quizás no tendrá sentido

¿Qué espera Pujols de los próximos diez años? Ríe antes de responder: “No lo sé, la verdad. Lo que tenemos claro es que queremos mantener este espíritu autónomo. Si dura, será porque seguimos divirtiéndonos y porque la gente lo sigue haciendo suyo. Cuando deje de ser así, quizás no tendrá sentido”. De momento, la fiesta está asegurada. Durante tres días, les Adoberies volverán a ser el epicentro del subsuelo musical catalán: un espacio libre, cercano e imprescindible. Una década después, el festival continúa siendo lo mismo que cuando empezó: un acto de amistad y resistencia cultural.