El cortometraje Per bruixa i metzinera, dirigido por el joven cineasta andorrano formado en la ESCAC Marc Camardons y seleccionado en la prestigiosa sección Cinéfondation (Cinéf) del Festival de Cannes, representa una exploración personal y artística de las raíces familiares del director. Estudiante de la ESCAC, Camardons se adentra en la tradición y la magia del Pirineo catalán, especialmente en el valle de Madrona, en el Alt Urgell, para construir una historia inspirada en leyendas de brujería del siglo XVII. El filme, que narra la obsesión de una joven leñadora que cree ver cada noche un incendio misterioso, destaca por una estética cuidada, un rodaje inmersivo con actores locales y una narración cargada de simbolismo. Con tres años de trabajo y una duración de 24 minutos, el proyecto se convierte en una carta de amor al territorio y una apuesta por nuevos lenguajes visuales. El estreno en Cannes marca un punto de inflexión para el joven cineasta, que ve en este reconocimiento una oportunidad para reivindicar su cultura y seguir experimentando con el cine.

Lo de Cannes ha sido muy bestia. Impresionante. Ahora mismo estoy con una especie de resaca emocional. Es un lugar tan grande y espectacular, pero a la vez tan absurdo, también. Esa mezcla impacta. Todavía lo estoy asimilando

¿Cómo ha sido la experiencia en Cannes?
Ha sido muy bestia. Impresionante. Ahora mismo estoy con una especie de resaca emocional. Es un lugar tan grande y espectacular, pero a la vez tan absurdo, también. Esa mezcla impacta. Todavía lo estoy asimilando.

¿La sección Cinéfondation es una ventana para los creadores emergentes?
Yo lo he vivido así. Hay dos secciones oficiales: la general y la Cinéf, que se enfoca en los talentos del futuro. Lo viví como la promoción del cine del mañana. Había tres premios. Per bruixa i metzinera no ganó ninguno, pero el corto que sí lo hizo, ya sabíamos que iba a ganar. Un crítico dijo que fue “el palmarés asiático”: primero Corea del Sur, segundo China, tercero Japón.

¿Aun así ha sido una oportunidad?
Totalmente. Conoces a productores, distribuidores, programadores de festivales... Es un punto neurálgico. Todo el que es alguien y el que quiere serlo está en Cannes. Todos te quieren conocer, tú quieres conocer a todos. Todos los autores en los que nos queremos reflejar están allí. Muchos distribuidores y programadores se interesaron por el cortometraje. Es una oportunidad porque de repente estamos abriendo nuevas vías de explotación y de proyectos que de otro modo no habrían sido posibles.

Los símbolos no cambian, mutan. La idea de la bruja sigue presente de forma contemporánea

¿Per bruixa i metzinera quiere reivindicar la figura de la bruja?
Más que reivindicar la brujería, queríamos reinterpretar ese símbolo. Nos basamos en procesos judiciales andorranos y pirenaicos de finales del 1600 y principios del 1700. Todas las condenas a mujeres acusadas de brujería acababan con la frase: “te condeno a la horca por bruja y envenenadora”. Por eso queríamos representar ese símbolo. Los símbolos no cambian, mutan. La idea de la bruja sigue presente hoy en día, representando a la persona marginal, emergente y combativa.

¿Hay paralelismos con las trementinaires?
Van de la mano. Eran mujeres solas, fuertes, a menudo viudas, que llevaban remedios a pueblos remotos. Todo ese imaginario sobre las brujas, con el tiempo, se ha descubierto que escondía realidades, como el aborto. Se decía que se comían a los niños, pero en realidad ayudaban a las mujeres a abortar. Lo único que querían era dar soluciones a la gente de su entorno. Las trementinaires, las curanderas y las brujas son sinónimos; es solo una cuestión de perspectiva.

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Marc Camardons ha presentado su cortometraje Per bruixa i metzinera en Canes / Foto: Violeta Gumà

El corto está rodado en el valle de Madrona. ¿Por qué ese vínculo personal?
He hecho un proceso de reenamoramiento del valle de Madrona, el Solsonès y Oliana. Hace años que estoy redescubriendo el lugar de mi infancia y sus masías ancestrales. Rodamos en una casa del 1700. Fue un proceso de creación y escritura muy vinculado a la tierra. Me he reconciliado. Es la tierra de mis antepasados. Tengo familiares enterrados allí. Hay un componente histórico, años de relatos, casas y piedras.

¿Tan antiguo como para tener familiares que formaran parte de los juicios?
En esa zona, seguro. Hubo muchos casos de brujería. Quién sabe. Al final, todos venimos de las brujas, de esa matriarca del pueblo como reencarnación del poder femenino tan presente en los pueblos pirenaicos. Hay que ser conscientes de que todos venimos de ahí, de un lado o del otro, como brujas o como acusadores.

Somos la primera generación que ha perdido el relato como forma de comunicación. Ya no hay magia, todo es transparente

¿Querías hacer un relato sobre la ruralidad y la vida cotidiana pirenaica?
Sí, pero más que retratar, reivindicar el gesto pirenaico. Recuperar el relato. Ya no creemos en el relato ni en la leyenda. Nuestros padres se comunicaban con historias, mantenían el misterio, el hecho mágico. Somos la primera generación que ha perdido el relato como forma de comunicación. Ya no hay un imaginar. Es peligroso, ya no hay magia ni ese punto desconocido. Ahora todo es transparente, todo es blanco y fácil.

¿Cómo se recupera?
A través del cine y la literatura, reivindicando ese símbolo y esa tradición. Tenemos que encontrar la forma ahora, porque con las tecnologías todo está viciado. Hay que volver a buscar el imaginario que queremos crear.

Perpetuar la memoria colectiva.
Es muy interesante esa idea de que cada generación debe mejorar la manera en que entendemos la tecnología. Tenemos que saber incorporarla, pero también saber escuchar. Hay algo ancestral que ha acompañado a muchas generaciones que solo se encuentra escuchando a nuestras abuelas. Es precioso perpetuar la escucha.

¿El pueblo participa activamente?
Totalmente. Toda la figuración —abuelas, bomberos, secundarios— es gente de la zona. Hicimos un casting abierto, buscando perfiles reales en escuelas de teatro amateur. Han dado una veracidad que no se habría podido fingir.

También colaboraste con Farnaz Tabatabaee, una compositora iraní.
Farnaz es brutal. Nos conocimos en Berklee Valencia hace tres años. Nos entendimos muy bien. Hace un par de años me envió música suya y me enamoró. Tiene una forma de componer espectacular y empezamos a colaborar para este corto, todo a distancia. Durante un año y medio de proceso no nos vimos presencialmente por el contexto político entre Irán e Israel. Hubo amenazas de bomba, avisos de bombardeo, le cerraron el aeropuerto, quedó atrapada. Farnaz me decía como si nada: “Están sonando las alarmas y yo aquí componiendo”. El sector cinematográfico iraní ya está acostumbrado.

¿Al contexto?
Y a la censura. Este año la Palma de Oro fue para It was just an accident de Jafar Panahi, uno de los mejores directores. Irán tiene una de las cunas cinematográficas del mundo. Parte del mejor cine que se ha hecho jamás está en Irán. Es triste que el país reprima tanto a sus creadores. Panahi viene de la cárcel y seguramente volverá. Un país tan censor, como ahora Andorra, que va en esa dirección, pero que a la vez genera un cine tan potente. La colaboración con Farnaz nace de esos gustos comunes y creencias compartidas. Fue muy bonito definir una composición en la que ambos teníamos los referentes muy claros.

Ahora quiero rodar en Andorra. Quiero hablar de temas como la fe ciega y la creencia

¿Y ahora, cuál será el próximo proyecto?
Me he tomado tres meses para escribir. Estoy empezando a levantar mi primer largometraje. Hay un embrión, pero ahora tiene que llegar a las 90 páginas. Nos alejamos de lo que había hecho hasta ahora. Quiero hablar de temas que me siguen interesando, como la creencia o la fe ciega. Y quiero rodarlo en Andorra. Es algo que nunca he hecho y me muero de ganas.