Si juntamos calidad literaria, popularidad e impacto artístico en el mundo actual, difícilmente encontraremos cinco escritores europeos mejores que Emmanuel Carrère. La prueba irrefutable de ello la pudimos ver no hace mucho, cuando durante la polémica por la (no) publicación de El odio de Luisgé Martín, todo el mundo sacó los grandes tótems como A sangre fría de Truman Capote y, precisamente, El adversario de nuestro amigo Carrère para intentar justificar —sí, parece que en 2025 aún hace falta justificarlo— el derecho narrativo a representar literariamente el mal. Es altamente improbable que todos los que lo citaron lo hayan leído, y casi seguro que la mayoría solo había oído campanas, pero demuestra que el autor parisino de bestsellers y uno de los codificadores del género moderno de la autoficción no es en absoluto un desconocido.

De todos modos, con la apelación a la autoridad artística de estos dos tótems no fue suficiente, y todo acabó en un conato de caza de brujas y en la lamentable bajada de pantalones de la editorial Anagrama. Pero no hemos venido a hablar de Anagrama. ¿O sí? Cabe añadir también que dentro de la obra de Carrère difícilmente encontraríamos cinco libros mejores que Limónov. Pero ni siquiera esa evidencia bastó para que el libro se publicara en catalán en su lanzamiento mundial en 2011. Entre la gente de letras local, que en general no domina el idioma de Kylian Mbappé, Limónov tuvo cierta distribución clandestina: ahora ya se puede decir —porque el delito ha prescrito— que circulaba un PDF de la edición castellana que provocó un entusiasmo y una conmoción similar al efecto que tuvieron las novelas del propio Eduard Limónov en la Rusia poscomunista de Borís Yeltsin. Por supuesto, la gente de la ceba, entre los que me incluyo, nunca reconoció haberlo leído, porque un buen catalán no leía en español y menos aún publicaciones de la editorial divina de Jorge Herralde.

No hace falta saber francés ni ruso para ver que la traducción de Ferran Ràfols Gesa es magnífica, con un catalán fluido, vivo y desgarrado cuando es necesario, que emociona de lo bonito que es

Ahora, sin embargo, el país ha cambiado como lo hizo la Unión Soviética. Cataluña ha sido pacificada y Anagrama no solo publica en catalán, sino que ha arrastrado su prestigio al sistema literario local, abduciendo incluso a los escritores más modernos, como Irene Solà o Pol Guasch. Un buen momento para hacer borrón y cuenta nueva, liarse la manta a la cabeza y reparar la deuda histórica traduciendo, catorce años más tarde, una fascinante biografía novelada como es Limónov. Se supone que también han influido dos factores más: el reciente estreno de una película basada en el libro y la resaca de la invasión rusa de Ucrania, aunque ahora ya no se hable tanto de ello. En cualquier caso, estamos ante un acontecimiento totalmente celebrable, que completa, como bien señala la promoción editorial, "uno de los ciclos más innovadores y fructíferos de la literatura contemporánea" en catalán.

Así que muchas gracias, Anagrama, podéis pasar a recoger la Creu de Sant Jordi cuando queráis, que Salvador Illa ya la está puliendo con su sudor pegajoso de runner impenitente. Poder leer párrafos como "Yo solo la vi de lejos, a Natacha Medvedeva, en casa de Olivier Rubinstein, que era muy amigo de los dos. Era espectacular: alta, majestuosa, con unos muslos fuertes enfundados en medias de rejilla, maquillada como una mona de Pascua, y según Olivier, una tocacojones de campeonato", da mucho gusto. No hace falta saber francés ni ruso para ver que la traducción de Ferran Ràfols Gesa es magnífica, con un catalán fluido, vivo y desgarrado cuando hace falta, que emociona de lo hermoso que es.

Cubierta de la edición catalana de Limónov de Emmanuel Carrère

Una delectación intacta

En cuanto al contenido, debo decir que he disfrutado tanto o más ahora de la lectura que hace una década. El placer que producen las escenas y pasajes más famosos de Limónov sigue intacto. Limónov haciendo gamberradas juveniles por Járkov. Limónov siendo sodomizado por negros en Central Park. Limónov disparando una ametralladora contra el asedio de Sarajevo después de entrevistar a Radovan Karadžić y lamerle las suelas de las botas. Limónov convirtiéndose al nazbolismo, la única contracultura postsoviética real, y en el líder del Partido Nacional Bolchevique. Limónov redimiéndose en prisión y convirtiéndose en un héroe perdedor y ascético. Todo el engranaje diseñado por Carrère para construir un personaje legendario a la altura del Raskólnikov de Dostoievski sigue funcionando de manera espléndida, sin decaer en ningún momento a lo largo de casi cuatrocientas páginas.

De la lectura original también me quedó el poso consistente de la extrañeza que sigue provocando en Europa eso que se ha dado en llamar "el alma rusa", todo un tópico literario, pero que aún representa un misterio y la máxima disonancia cultural con Occidente (ahora que el imperio español ya está completamente integrado). Como apunta Limónov en una conversación: "En Occidente todo está permitido y nada importa, y aquí [en Rusia] es al contrario: nada está permitido y todo importa."

Todo el engranaje diseñado por Carrère para construir un personaje legendario a la altura del Raskólnikov de Dostoievski sigue funcionando espléndidamente

Lo que quizás me había pasado más desapercibido es el carácter militante de alegato antiputinista del libro. Y eso que Carrère es explícito: empieza con una única cita del presidente ruso: "Quien quiera restaurar el comunismo no tiene cerebro. Quien no lo eche de menos no tiene corazón." Y termina con un epílogo donde compara abiertamente a Limónov y Putin, rebajándolos a la misma categoría moral, distinguiendo el carácter perdedor del primero y el de vencedor absoluto del segundo.

No es que Putin no hubiera hecho ya barbaridades en 2011. Ya tenía un currículum criminal considerable. Los atentados de falsa bandera en Moscú en 1999, justo antes de llegar al poder. Los ciento cincuenta rehenes gaseados en el teatro Dubrovka y los niños masacrados en la escuela de Beslán. El Kursk, Litvinenko o Politkóvskaya. Pero desde entonces ha ocurrido la invasión de Ucrania, para muchos incomprensible, aunque se entiende mejor a la sombra de la vida y milagros de Eduard Limónov. Por cierto, y esto quizás tampoco se le ha dado suficiente importancia, hijo de ucranianos. Por todo ello, no podemos decir que Emmanuel Carrère no nos hubiera avisado.