Pongámonos en situación. Verano, domingo, dos del mediodía, un sol que abofetea y un calor que asusta. La sombra de un árbol, un toldo o un parasol dibuja un pequeño paraíso de un metro de diámetro en el cual el resto del mundo no importa, pero de repente una pregunta lo hace saltar todo por los aires: "qué comeremos, hoy"?. Es entonces cuando el pollo al ast aparece en juego, casi de manera conceptual, incluso onírica, para salvar el mediodía. Por suerte, sin embargo, no es ningún sueño: en algun lado, más cerca que lejos, un asador está cocinando aquello que nos salvará la comida, que como tú también sabes, es la manera más eficaz de salvar la felicidad.

Pollo asta grabat TUIT

Gravado del siglo XIV con dos simpáticos asadores cocinando unos pollos asados que hacen la boca agua.

Un placer culpable (que no prohibido)

Hay alguna cosa erótica en el acto de comier pollo al ast con los dedos. Evidentemente la afirmación puede parecer una hipérbole pasada de vueltas y ya se sabe que en ningún taller mecánico del mundo -en principio- hay recortes de revistas con personas mordiendo un muslo de pollo, pero curiosamente el arte del porno y los pollos asados tienen tres cosas en común: son placeres culpables de que todo el mundo acepta haber probado, provocan una notable excitación y, además, curiosamente la primera documentación ilustrada o escrita que tenemos de las dos cosas nos remite al Renacimiento, concretamente a dos libros publicados con escasos cuatro años de diferencia: el Llbre del Coch e I modi (De omnibus Veneris Schematibus).

pollo asta la cresta banyoles

Un primer plano de los pollos de la rostisseria La Cresta, en Mata, una de las mejores de Cataluña. (Rostisseria La Cresta)

Cuando se publicó este tipo de Kama Sutra a la italiana, el papa Clemente VII exigió quemar todos los ejemplares de la primera edición del libro. Si en aquellos tiempos se editaban manuales para ilustrar a la gente maneras de fornicar mejor, tenía también sentido que se editaran para explicar a todo el mundo como cocinar platos deliciosos. Cuatro años antes de que el grabador Marcantonio Raimondi editara las pinturas eróticas de Giulio Romano en I modi (1524), el mestre Rober de Nola, cocinero personal del rey Fernando I de Nápoles, escribía el Llbre del Coch (1520), el primer recetario de cocina escrito y editado en catalán. Su título original, en realidad, era más suculento y largo que una bacana medieval de aquellas que Stanley Kubrick afirmaba haber querido vivir: Llibre de doctrina per a ben servir, de tallar y del art de coch de qualsevol manera, potatges y salses compost per lo diligent mestre Robert coch del Serenissimo senyor Don Ferrando Rey de Napols.

Llibre Coch

Portada original del Llibre del Coch (Wikipedia)

Los asadores, templos paganos de nuestro tiempo

​Con un título así uno queda tan lleno en que ya podría casi cenar sólo de leerlo, pero de momento las palabras todavía no alimentan ni son tan agradables en el paladar como un pollo al ast marinado con especias, un punto justo de pimienta y un poco de hisopo. El libro recoge algunos platos del Llbret de Sent Soví, un manuscrito anónimo medieval con recetas catalanas, y también contiene todo tipo de guisos y cocciones que volvían loco a Fernando I, hijo de Alfonso el Magnánimo, rey de Nápoles y un sibarita de primer orden. Al rey le encantaba especialmente el pollo al ast descrito por Robert de Nola, una receta que en realidad no hace nada más que describir una forma de cocinar pollo tan antigua y primaria como la lluvia y el fuego: pinchar el alimento en un asta y cocinarlo cerca del fuego o una fuente de calor, haciendo una rotación permanente.

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Un asador haciendo un pollo al ast a la manera turca, es decir, cocinando con un asta vertical un döner. (Luis Vidal | Unsplash)

Eso quiere decir que sí, en efecto, entre un pollo al ast, un döner kebab o un mexuí amazig hay la misma ínfima diferencia que entre un libro de pornografía y un recetario de cocina medieval, pues: los dos, de una manera u otra, sirven para capturar con imágenes o palabras un instante íntimo y de placer. Un instante hedonista. Un instante, en definitiva, para lamerse los dedos. Por suerte, nadie decidió quemar el Libro del Coch, por eso seis siglos después nos podemos aprovechar de su maestría y podemos disfrutar de las delicias que se cocinan en auténticos templos de la felicidad: loas asadores, ya sea en uno de aquellos de toda la vida ubicados en algún rincón de la Catalunya Profunda™ o en uno que asa pollos como churros en alguna roulotte aparcada cerca de una playa. Sea como sea y esté donde esté, lo que no podemos negar es que el solo hecho de ir a buscar un pollo al ast es siempre un ritual especial, como una especie de peregrinaje.

Martin Parr pilota

Benidorm, de Martin Parr, una serie fotográfica costumbrista llena de chancletas, cocodrilos infables y pollos asados. (Martin Parr | Magnum Photos)

En este siglo donde la inmediatez es una droga de la cual no nos sabemos liberar, hacer cola en el asador es una liturgia pagana sin prisas donde fieles de todo tipo, religión, ideología y procedencia social esperamos pacíficamente para comprar un pollo al ast haciendo fila en una escena que parece estar esperando, de un momento en otro, el objetivo fotográfico de Martin Parr para capturar la esencia. No sabemos si la cola de un asador, que es una de las cosas más democráticas que existen, daría para una exposición fotográfica digna del CCCB. Tampoco sabemos si comer pollo al ast con bañador, chancletas y ninguna preocupación en el horizonte será considerado alguna vez una práctica afrodisíaca. Lo que quizás sí que podemos afirmar, en cambio, es que los discípulos ilustres del mestre Robert, los asadores que en pleno verano se exponen al calor infernal durante horas con el fin de cocinarnos pollos deliciosos, son aquella clase de héroes sin capa nunca lo suficientemente glorificados y que merecen, más que un documental, una ópera wagneriana. O, en caso de no tener los recursos para escribirla, producirla, escenificarla, cantarla ni representarla, un humilde artículo como este a modo de homenaje.