El siglo XXI tiene como banda sonora el repertorio del concierto que han protagonizado este miércoles el rapero Kendrick Lamar, uno de los mejores rimadores de todos los tiempos, y la diva del R&B contemporáneo, SZA.
El Grand National Tour, con el que recorren el mundo proclamando su mensaje, llegó ayer a Barcelona. Fue la impresionante conjunción de dos universos paralelos. Dos visiones complementarias de la música negra actual, que se fusionaron en el Estadi Olímpic de Barcelona en un espectáculo tan majestuoso como impactante. Tres horas sin concesiones, de fuego y mariposas. Nueve actos y casi cincuenta canciones. Ninguna de las 48.000 personas que subieron ayer al Lluís Companys volvió a casa sin la sensación de haber vivido uno de los mejores conciertos del año.
Contundencia y delicadeza
El suelo del escenario se abrió y de él emergió un Buick Grand National del 87. Es el símbolo, el concepto, el que da nombre al último disco (y a la gira que ayer hizo su única parada en España, en Barcelona) de Kendrick Lamar, el —como toda su obra discográfica, capital y angular— GNX (2024). Las pantallas gigantes proyectaban imágenes que te transportaban al universo del videojuego GTA. El coche sobre el escenario quemaba rueda. Y entre el humo, amplificado por una pirotecnia que encenderá el estadio a lo largo de todo el concierto, emergió la figura del rapero californiano, el hombre que ha moldeado y redefinido el hip hop del siglo XXI con discos que ya son obras referenciales como good kid, m.A.A.d city (2012), To Pimp a Butterfly (2015) o DAMN. (2017). Y el del barrio de Compton, cuna del rap en la costa oeste, se aferra al micro con la convicción del predicador que quiere convertir infieles, y entona los primeros versos de Wacced out murals. Al principio está él solo sobre un escenario inmenso, infinito. Unas pocas rimas después, entra en escena una corte de bailarines. Se mueven de forma marcial. Recuerdan los movimientos casi paramilitares de los miembros del Ministerio de Información de Public Enemy. Cuando resuenan King Kunta y TV off (Part I), la intuición se convierte en certeza: esta noche pasarán cosas importantes.
El del barrio Compton, cuna del rap en la costa oeste, se aferra al micro con la convicción del predicador que quiere convertir infieles
Termina el primer acto. Kendrick Lamar, todo fuego, calle y combate, se retira. Aparece SZA. Lo hace sobre el mismo Buick en el que ha aparecido el rapero. Pero el coche ahora está cubierto de vegetación. Entramos en el universo de mariposas de una de las voces definitivas del neosoul y el R&B contemporáneo. Es como el reverso con calle de Taylo Swift. Lo demuestra con su revisión de composiciones como Love Galore, Broken Clocks y The Weekend. Son dos universos aparentemente distantes: odio y amor, contundencia y delicadeza, tener sexo y hacer el amor, pero conviviendo en perfecta armonía en esta noche de finales de julio en Barcelona. Más aún cuando ambos coinciden en el escenario y recrean juntos temas como 30 for 30, Doves in the Wind, LOVE. y All the Stars.
Son dos universos aparentemente distantes: odio y amor, contundencia y delicadeza, tener sexo y hacer el amor, pero conviviendo en perfecta armonía en esta noche de finales de julio en Barcelona
Una velada que es una lección magistral de cómo suena el siglo XXI, que —como en todos los conciertos— alcanza su clímax en sus instantes finales, en esa parte del repertorio que los artistas reservan para sus temas de seducción masiva. Kendrick empieza a avisar cuando ataca Money Trees, y el público lo acompaña en esos versos extrasensoriales que dicen aquello de “It go Halle Berry or hallelujah. Pick your poison, tell me what you doin'. Everybody gon' respect the shooter. But the one in front of the gun lives forever”. Son la antesala de N95, la segunda parte de TV off, y el himno viral Not Like Us, que pone a prueba los cimientos del Estadi Olímpic. Como el edificio aguanta, la pareja nos regala dos más: Luther y Gloria. El Buick les espera en el escenario. Arrancan. Aceleran. Y se van.