Ha llegado el amor a Bojos per Molière. Ha llegado o es que más bien los guionistas han metido a Cupido en la trama con calzador. ¿Porque cómo podía ser que una serie juvenil no tuviera líos de sábanas desde el principio? Digámoslo al revés: ¿por qué una serie de veinteañeros ha tardado más de tres capítulos en tirar de hormonas revolucionadas, sudoraciones, mariposas en el estómago y una increíble historia amorosa que enganchara a sus espectadores? Seamos sinceros: no es nada nuevo que los líos del corazón suelen ser un antídoto perfecto para dar gancho y generar expectación, pero los asuntos del querer son susceptibles de desequilibrar el contexto cuando se les da alas por puro cotilleo mediático. Fijémonos si no en Daenerys Targaryen y Jon Snow y en esa pasión precipitada y gestada en tres episodios impacientes que acabó descompensando un final épico en pro de un desenlace mediocre. El amor todo lo cura pero, ojo, también todo lo puede destruir.

🟠 Bojos per Molière: reparto, capítulos y todos los detalles de la serie de TV3
 

Efectivamente, en una serie más predecible que la sonrisa de Mona Lisa, el amor tenía que llegar al Institut del Teatre, aunque es una lástima que incluso la oportunidad de marcarse el inicio de una relación televisiva icónica, de esas que perduran en el tiempo y entran en el firmamento de las series, se haya desaprovechado. Hablo de tortolitos como Quimi y Valle. Como Ruth y Cabano. Como Rachel y Ross. Como Pol y Bruno. Más allá del evidente revisionismo que el tiempo ha infligido a alguno de estos noviazgos, es innegable que sus trifulcas y personalidades perduran en el tiempo,  que al final es la meta máxima a la que debería querer aspirar una serie. Parece que en Bojos por Molière todo intento de sobrevivir a la monotonía es arrasado por el atropello de los hechos. Las buenas ideas sobreviven apenas un par de segundos hasta que mueren asfixiadas por esta carrerilla abismal que tiene más toques de consumo exagerado tiktokero que de ambiente histórico de los 90. 

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La serie se ahoga en una reflexión bastante atemporal sobre que todos necesitamos amar y ser amados, pero pasa de puntillas por la irremediable emocionalidad que habita en cada uno. ¿Por qué Ferran está bloqueado? ¿Qué siente Rem cuando su jefe carnicero le humilla constantemente? ¿Y Eloi? ¿Qué le pasa por la cabeza, y por el pecho, y por las yemas de los dedos cuando su hermano le hace ese sutil bullying teñido de mera incomprensión generacional? Solo Kàtia parece abrirse un poco en este capítulo pero sigue siendo insuficiente mirando el cuadro entero. Y esto nos lleva a una cavilación a la contra: si ni a los mismos protagonistas se les dota con la suficiente sensibilidad e inteligencia emocional para escucharse, mirarse a sí mismos y contárnoslo, ¿cómo nos vamos a creer su enamoramiento? Si el guionista no nos cuenta lo más básico de un único personaje, ¿cómo puede sostener una relación entre dos?

Si el guionista no nos cuenta lo más básico de un único personaje, ¿cómo puede sostener una relación entre dos?

Tampoco se sabe qué pintan personajes como Júlia o Víctor, que para habernos vendido en la promo que eran del mismo grupo que el resto no han avanzado ni un milímetro en la carrera de hacerse un hueco en el elenco principal. Y no está Bojos per Molière para ir malbaratando posibles tramas interesantes. Sobre todo porque cuando no tienes sujetos fuertes que te sostengan una trama principal, acudir a la pluralidad de otras voces puede ser complementario para intentar salvar el barco. Ya me veo venir que en los últimos capítulos estos dos personajes acabarán teniendo más peso pero con un (superficial) desarrollo vertiginoso que acabará siendo más parte del problema que de la solución. 

Lo que me ha gustado un poco más en este cuarto capítulo es la introducción de algunos toques artísticos que se habían visto mucho más difuminados en los episodios anteriores. Hasta ahora la serie podría haber sido la misma de haberse rodado en un instituto cualquiera. No tenía demasiado sentido que una serie centrada en la institución catalana formativa de actores por antonomasia no le diera bombo al espectáculo como simple escena performativa, es decir, que le diera salida a escenas en que los futuros artistas bailaran, cantaran, proyectaran la voz o hicieran el ridículo en alguna clase de corporalidad escénica. Para qué ambientarla en el Institut del Teatre si no.