El segundo capítulo de Bojos per Molière sigue sin captar la atención que merecería una apuesta de su calado: ni las tramas ofrecen grandes interrogantes ni los personajes disfrutan de una personalidad lo suficientemente atractiva como para querer profundizar en su historia. Parece que su estrategia disruptiva para con las generaciones actuales (por su cronología, sobretodo) queda algo insulsa, difuminada en tramas meramente superficiales que no tienen demasiado color. Si bien la primera entrega es introductoria y no permite hacer demasiados análisis —más allá de rascar en una primera impresión en la que tienen mucho que ver los condicionantes contextuales—, esta segunda cata no es que esté todavía lejos de enganchar a la audiencia, si no que parece que tiene todos los números de caer en la peor etiqueta que puede tener una serie que compite con millones de series en decenas de plataformas: ser previsible y que el espectador se le anticipe.

🟠 Bojos per Molière: reparto, capítulos y todos los detalles de la serie de TV3
 

Con Bojos per Molière da la sensación que TV3 se mira al espejo con complejo de inseguridad y que no se atreve a pensar en grande. Un hecho algo absurdo cuando la cadena pública está detrás del éxito de Pulseras rojas o Merlí, ambas producciones traducidas y exportadas a otros idiomas y países, o de Pan negro, coproducida con Televisió de Catalunya i que fue la primera película en catalán en ser preseleccionada para los Oscars. Pero parece que la cadena continúa pensando que juega en segunda división. Y esto es un síndrome del impostor como una catedral que la nostra no se puede permitir. Son muchos los aciertos, desde algunas de las interpretaciones a remontarse a la Barcelona de los 90 y todos los cambios que supuso. La más interesante como televisión pública seguramente sea resaltar lo mejor del teatro y el arte que tenemos en nuestra casa representado en un Institut del Teatre limpio de acusaciones de abuso sexual. Entonces, si se quiere alabar de lo que somos capaces los catalanes, ¿por qué no hacerlo a lo grande?

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Lo que sí me ha pasado durante el segundo episodio es que he sentido una enorme sensación de sentirme como en casa. Es por culpa de los actores y actrices que me (nos) han acompañado en tantas sobremesas, y que, como nostálgica empedernida que soy, me hacen tenerles un cariño anacrónico. Porque cuando miro a la madre de Eloi, interpretada por Rosa Gàmiz, solo veo al personaje de Marta de Temps de silenci —y que en este caso podrían ser primas hermanas sin exagerar—. O si aparece David Selvas, me viene a la mente Guillem Pedrós de Laberint d'ombres, y claro, eso le gana a cualquiera. No deja de parecerme un homenaje bonito a todo lo que TV3 nos ha dado, y este capítulo tiene un guiño intraseriéfilo que me da la razón, pero también soy consciente que tirar de agenda puede ser contraproducente cuando uno quiere material nuevo.

De momento me mantengo en lo que dije la primera vez que hablé de la serie de manera totalmente subjetiva: creo que la propuesta de Héctor Lozano tiene muchos ingredientes para considerarse una buena apuesta, abordando temas que una cadena de carácter público nunca debería dejar de lado, y con una fórmula bastante manida pero que puede llegar a ser funcional. Sin embargo, el cómo se ponen estos conflictos a debate es más importante que el qué se pone a debate, sobretodo cuando TV3 tiene una competencia abismal en materia de series y ya pocas cosas están por inventar. Ahora mismo, el único valor diferencial de Bojos per Molière es que es en catalán. Y estoy segura que en nuestra lengua podemos hacer mucho, mucho más.