Hay estrenos que enamoran, otros que defraudan y luego está el primer capítulo de Bojos per Molière. La nueva serie de TV3 no está hecha para transgredir horizontes pero tampoco es un generador automático de bostezos: básicamente ha aprovechado la receta básica que tienen todas las series de instituto pero con otros personajes, otros escenarios y otras tramas. O al menos esa es la sensación que dan sus primeros 45 minutos. O esa es, al menos, la lectura fácil, rápida y superficial de una serie que —entiendo— pretende enseñarnos algo. Inconscientemente viajo mentalmente a Merlí, también de Héctor Lozano, para sacar esta conclusión: la de los peripatéticos también parecía una serie básica de instituto y cerró filas con un éxito absoluto y una hilera de consideraciones morales que dejó a más de uno con la cabeza hirviendo. Por ejemplo, que no hay que fiarse ciegamente de las primeras impresiones.

🟠 Bojos per Molière: repartiment, capítols i tots els detalls de la sèrie de TV3
 

Vale que quizás en Bojos per Molière no hay riesgo, pero sí aciertos. Porque que una propuesta dirigida a los jóvenes en plena apología de las pantallas esté ambientada en una época estéril de tecnología me parece quizás uno de los logros más sutiles, divulgativos y bienintencionados que puede haber hacia aquellos que están a dos pasos de la vida adulta. Para que entiendan las herencias y vean que hay mundo detrás de Tik Tok. Para que nos demos cuenta, seguramente, de que las demás generaciones, todas, también lidiaron con conflictos. Para que haya un poco de esperanza en el futuro. Me ha parecido valiente huir de los debates exclusivamente contemporáneos —la dictadura del like, la aprobación enfermiza de las redes sociales, el deterioro de la comunicación en los usuarios, la adicción a los videojuegos, el uso de la violencia en edades tremendamente tempranas, etc.— para centrarse en otras perspectivas temáticas y temporales que lidiaron con lo suyo. No me parece banal que la serie ponga en valor las enseñanzas artísticas ahora que las artes están apuradas, desvaloradas y precarizadas. Como televisión pública también hay que ayudar a empatizar y hay que dar cobertura a nuestro pasado para poder entender el futuro. 

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Por eso tampoco me parece una casualidad que Bojos per Molière esté ambientada en la Barcelona de finales de los años 90, en plena época de transformación social y cambio de milenio. Creo que es su gracia y su mejor oportunidad de desobedecer un poco las normas de las típicas series juveniles, de hacerse hueco, de plantarle cara a la audiencia. Nos hemos anestesiado tanto al cambio inmediato y sistemático de las cosas que ya actuamos como títeres ególatras de nuestro tiempo, siempre más listos que el resto. Pero Bojos per Molière nos da un aviso recordatorio: que hay cosas que hace solo unos años eran mucho más injustas, pequeños detalles sociopolíticos que ya se vislumbran en el primer capítulo, como el tabú de la homosexualidad o el clasismo recalcitrante. Y eso también es hacer un servicio público a la comunidad.

Bojos per Molière nos da un aviso recordatorio: que hay cosas que hace solo unos años eran mucho más injustas

El primer capítulo de Bojos per Molière es una declaración de intenciones. Puede llegar a más o quedarse en un mero ensayo, pero los ingredientes hacen prever que las tramas irán in crescendo y serán nutritivas. Y ojalá sea así y nos haga aprender a todos. El buen sabor de boca que dejan las primeras interpretaciones de actores ya consagrados (Pere Arquillué siempre soberbio, la frescura innata de Elisabet Casanovas) se mezclan con las ganas de ver hasta dónde pueden llegar las caras menos conocidas para el público. En realidad, el peso de la serie dependerá de la carne fresca: pueden ser los que más se beneficien del estreno —como les pasó en su día a los jóvenes intérpretes de Merlí, ahora ya todos ellos con cierta trayectoria en el mundillo— o, por el contrario, y como refleja la serie, deban conformarse con un lavado de vocación y con un mal cierre de telón. Continuará.