Asociamos los veranos con la playa, el sol, las vagas y el descanso más allá del trasiego productivo del resto del año. ¿Pero y si fuera un espacio perfecto para la actividad creativa? En L'estiu passat (Comanegra), el periodista Joan Safont demuestra que para muchos de los más conocidos escritores y artistas catalanes del siglo XX así lo fue. El autor explora, en el libro, los periodos vocacionales de nombres como Verdaguer, Carner, Espriu, Vinyoli, Rodoreda o Maragall y explica cómo las experiencias de los meses de calor se vinculan muchas veces decisivamente con la creación de sus obras.

El libro es un compendio de artículos publicados originalmente en Revers, sección cultural de ElNacional.cat, que Safont ha ampliado con otros materiales. Se centra en los destinos que formaban parte de la geografía de los Países Catalanes, dejando de lado los internacionales, y cubre un amplio abanico de escritores, entre los cuales también se cuelan nombres de otras disciplinas como Carmen Amaya o Joan Miró. Se trata, en definitiva, de una colección de las relaciones entre nuestros artistas y su territorio que nos ilumina sobre su inspiración y proceso creativo y que prueba aquella máxima de que los artistas no descansan nunca.

Josep Carner Bona
Josep Carner.

De los Pirineos en el Maresme

Jacint Verdaguer, poeta moderno de Catalunya por excelencia, viajó hasta el Balneario de la Presta, en el Vallespir, durante el verano de 1879, con el objetivo, entre otros, de coronar el Canigó. Quedaría maravillado por el contacto con la gente sencilla y la riqueza de leyendas, cuentos y canciones que se habían conservado a través de la tradición oral en aquel territorio. Historias, en algunos casos, sobre la propia montaña que describían reuniones prohibidas de brujas en su cima y que inspirarían Canigó, su gran poema épico. El de Verdaguer es solo un ejemplo de cómo los veranos, la geografía asociada y las experiencias que se viven allí han inspirado la obra de escritores, tanto en la literatura catalana como más allá. No se trata, en este caso, de la literatura de viajes, que recoge las impresiones de un autor que se marcha fuera de su lugar de origen, sino de una cosa diferente: de cómo el contacto con el territorio y los horizontes diferentes de la residencia habitual pueden convertirse en motor creativo para inspirar historias y obras.

Una colección de las relaciones entre nuestros artistas y su territorio que nos ilumina sobre su inspiración y proceso creativo y que prueba aquella máxima de que los artistas no descansan nunca

La operación funciona también en el caso de uno de los grandes poetas catalanes de la segunda mitad del siglo XX: Salvador Espriu. Aunque la vida familiar transcurría sobre todo en Barcelona, los Espriu, familia adinerada, se solían trasladar a una bonita casa en la calle Perera de Arenys de Mar durante los meses de calor. En el patio de la casa, el Salvador niño jugaba durante horas, solitario, en barcas de papel que él mismo hacía y que ponía en un lavadero en el que incluso una vez estuvo a punto de ahogarse. Y la casa también acogía la visita de familiares y los amigos del padre. La casa y el pueblo serían la semilla sobre la cual el poeta y escritor construiría tanto Primera història d’Esther, su primera obra teatral, como el mito de Sinera en general y la evocación de un mundo perdido que era antítesis del presente oscuro de después la Guerra Civil.

Y hay más, sin que ni siquiera tengamos que movernos del Maresme. Los meses de verano de Joan Maragall iban también indefectiblemente ligados al nombre de Caldes d'Estrac, Caldetes. Los baños termales y las torres de veraneo de la población, como de otros de la comarca, eran un destino perfecto para la burguesía barcelonesa, apuntalada por la llegada del tren. Y Maragall no era inmune a sus encantos. Desde principios de siglo hasta 1910, Maragall se trasladaría con la llegada del calor para entregarse a la "vida tranquila". En este caso, para él la expresión se refería, entre otros, a traducir Novalis "delante de la majestuosa raya del horizonte marino" mientras veía a los niños bañarse en el mar y hacer volar cometas en el viento de la playa. La proximidad con el mar sería clave también para inspirar Nausica, la obra póstuma del poeta, inspirada en el libro homónimo de Goethe.

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Begur: de Carmen Amaya a Joan Vinyoli

L’estiu passat es una recopilación de cariz enciclopédico del contacto entre autores y destinos de vacaciones. Escrito con estilo periodístico, está lleno de anécdotas curiosas sobre algunos de los escritores catalanes más relevantes del siglo XX. Los artículos de Safont abren una puerta al mundo de estos creadores, a sus formas de vida, a sus rutinas veraniegas, sus filias y también a los procesos y experiencias a través de las cuales encontraban inspiración para crear. Y esta última se acaba convirtiendo quizás en la parte más interesante del volumen. En el libro, también se cuelan algunos artistas fuera de la órbita de las letras. Es un ejemplo la bailaora Carmen Amaya. La Capitana, como se la conocía popularmente, se enamoró del Mas d'en Pinc, en Begur, un caserón construido en época medieval para defender a la población. Y allí moriría.

Amaya pasó ahí los dos últimos años de su vida, de 1961 en 1963, gran parte de ellos todavía en activo. En el Mas, Safont afirma que pudo "encontrar la calma", a pesar de la enfermedad renal que sufría y que le acabaría provocando la muerte. En todo caso, Amaya personifica el trayecto de las playas del Somorrostro en Begur, uno no muy habitual. La curiosidad es que la bailaora coincidió en la localidad ampurdanesa con otro artista catalán, Joan Vinyoli. Aunque no hay ninguna evidencia ni de que coincidieran ni que tuvieran relación, los veranos del poeta catalán también están estrechamente vinculados a Begur. Alquiló varias casas y disfrutaba viendo salir el sol desde el castillo de la población. De su importancia, él mismo dejó testimonio: "El sitio importante y definitivo como centro de mis experiencias de todo orden poético y vital fue Begur", escribiría.

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Carmen Amaya.

Los paisajes de Miró y Picasso

Y el veraneo también funcionaba como momento clave y de exaltación creativa en el caso de los pintores. Joan Miró, uno de los artistas más universales e influyentes de todo el siglo XX, decidió que se quería dedicar a las artes gráficas en el Mas de Mont-roig del Camp que sus padres habían comprado en la primera década de 1900. Iría para recuperarse de una enfermedad y se encontraría con una epifanía que lo vertería a aquella vocación. Desde entonces, volvería cada verano durante más de cuatro décadas a aquella casa solariega del Campo de Tarragona. Sus paisajes serían más que relevantes para la evolución artística del joven pintor, que retrataría la playa de la población o la iglesia a sus cuadros. Incluso se procuraría un taller durante los años cuarenta donde podría tanto pintar tranquilamente como dedicarse a hacer esculturas.

Y sin marcharse de la misma provincia, podemos encontrar el rastro de otro de los artistas más conocidos del siglo pasado: Pablo Picasso. El malagueño pasó una temporada importante de su juventud, cuando no había hecho todavía los dieciocho años, en el pueblo de Horta de Sant Joan, al pie del macizo de los Puertos de Beseit. Llegó ahí porque se trataba de la localidad natal de uno de sus amigos barceloneses, el también pintor Manuel Pallarès. Lo marcaría la estancia que ambos hicieron el mes de agosto de 1898 en el bosque, pintando y viviendo de forma salvaje y donde estuvo a punto de morir ahogado atravesando una corriente de agua en el macizo. En definitiva, el libro nos permite establecer un mapa de destinos y localidades marcadas por la huella de escritores, pintores y músicos del país. Una geografía que nos acerca al territorio de los Países Catalanes con una mirada diferente, conscientes que sus localidades y lugares estando estrechamente vinculados a las obras que hemos leído, releído y contemplado durante más de un siglo.