Cuando en Instagram o en un correo electrónico queremos escribir “Gal·la” y el sistema nos lo impide, no es solo una molestia: es una exclusión lingüística. Cuando nuestro teclado nos obliga a escribir “galla” sin ela geminada o cuando nos vemos obligados a hacer malabares como “gal.la”, “gal-la” y similares, cuando no podemos poner “Marçal” con ce trencada, o cuando los acentos “ò” y “è” se transforman automáticamente en “ó” y “é”, estamos ante un problema grave. El mundo digital no está pensado para el catalán, y eso no es una anécdota: es una injusticia estructural.
Cuando en Instagram o en un correo electrónico queremos escribir “Gal·la” y el sistema nos lo impide, no es solo una molestia: es una exclusión lingüística
Sin ellos, la lengua se deforma
El catalán es una lengua rica, precisa y con caracteres propios que la distinguen: la ela geminada (l·l), la ce trencada (ç), las diéresis (ï, ü) y los acentos abiertos y cerrados (à, è, é, ò, ó, í, ú). No son caprichos tipográficos: forman parte esencial de nuestro sistema ortográfico y del significado de las palabras. Sin ellos, la lengua se deforma. Pero el problema va más allá de la ortografía. Muchos sistemas digitales —formularios web, registros de usuario, sistemas de correo electrónico, dominios de internet, aplicaciones móviles— no permiten utilizar estos caracteres con normalidad. Cuando esto ocurre, el catalán queda arrinconado. Lo que debería ser un derecho —escribir correctamente— se convierte en un obstáculo. Se nos fuerza a autocensurar la lengua para poder encajar en un mundo digital pensado solo para unas pocas lenguas globales. Este fenómeno tiene un nombre: Universal Acceptance (UA). Es el principio que dice que todas las lenguas y caracteres deben ser aceptados por los sistemas digitales. También incluye los nombres de dominio, como por ejemplo el .cat, reconocido oficialmente por la ICANN desde el año 2005. Pero incluso hoy muchos portales siguen rechazando correos con este dominio, como si fueran inválidos. Sí, esto sigue pasando en pleno 2025.
Se nos fuerza a autocensurar la lengua para poder encajar en un mundo digital pensado solo para unas pocas lenguas globales
El resultado preocupa por dos razones: por la pérdida de funcionalidad y por la pérdida de dignidad. No poder escribir tu nombre correctamente, no poder tener una dirección de correo con tu identidad lingüística o ver cómo tu idioma aparece roto o mutilado en las aplicaciones es una forma de violencia digital. Sutil, pero real. Y si no es violencia, es, como mínimo, una discriminación y una vulneración de nuestros derechos como usuarios de internet. La tecnología no es neutra. Si el catalán no está —o no está bien—, queda invisibilizado. Y lo peor es que esto se normaliza. Nos hemos acostumbrado a escribir mal las palabras, a adaptarnos y a no molestar. Pero ¡basta! Hay que reivindicar no solo el derecho a hablar catalán, sino a vivirlo plenamente en el mundo digital.
La tecnología no es neutra. Si el catalán no está —o no está bien—, queda invisibilizado. Y lo peor es que esto se normaliza
El catalán no quiere solo sobrevivir en internet. Quiere funcionar, quiere crear, quiere programarse. Queremos que nuestro nombre de usuario, nuestra tienda, nuestra empresa y nuestros textos respeten la lengua tal como es. Con todas sus l·l, ç, ò y ü. Por no hablar de los robots y las IA… ¿Pueden hacer millones de cosas y no podemos lograr que maquinitas como Alexa o la Thermomix incluyan el catalán? Lo siento, no me lo creo. ¿No interesa? ¿No hay suficientes catalanes como para incluir el catalán como lengua totalmente válida y reconocerlo en estos espacios tecnológicos? Para lograrlo, necesitamos tres cosas: presión política, compromiso institucional y desarrollo tecnológico propio. El otro día ya os hablé del Pacto Nacional por la Lengua… A ver si es verdad que se consiguen ciertos avances. Estamos en 2025 y necesitamos participar en los espacios globales donde se definen las reglas del juego (como ICANN, W3C o los foros de IA), pero también exigir a los gigantes digitales que dejen de discriminar lenguas como la nuestra. Y sí, gente, sí: de esto también va la soberanía. Sin soberanía lingüística, no hay soberanía digital. El catalán debe poder existir en igualdad de condiciones en internet o asumir que, como lengua, también seremos expulsados del futuro. No pedimos privilegios, ¡exigimos normalidad! ¿Por qué? Pues porque tenemos derecho a escribir ‘Gal·la’. Con punto volado, con orgullo y, sobre todo, con dignidad.