Lo has visto en el brillo de mis ojos desde primera hora de la mañana. Sabes que por una entrada sería capaz de hacer sacrificios que me avergonzarían en público y sería capaz de sacrificar —sin pensarlo mucho— a algunos miembros de la familia. Nos imagino allí, en medio de la pista, bailando, rodeados de colores indescriptibles y de seres desconocidos que, como tú y como yo, han luchado, han pirateado, se han hartado para conseguir un lugar, ahora y aquí, y ya huelo el delirio. Cuerpos jóvenes y sudorosos que desafían los años y la música, y si supieras cómo gotea cada nota dentro de mí, cómo se me mezcla con las vísceras, tengo el cerebro podrido de cada verso, te los puedo recitar de memoria como quien va a la eucaristía: tomad y cantad todos de él, porque este es el cáliz de mi deseo, el deseo de la alianza nueva y eterna, derramada por un puertorriqueño. Y yo seré el primero de la primera fila, exhausto, abandonando el cuerpo más allá del cuerpo hasta que me has hecho un gesto así, con la mano, un gesto que no he entendido, pero era severo. Y tu cara lo decía todo y la dopamina se ha licuado.

—¿Qué pasa? No me has dicho nada. ¿Qué pasa?

—Ya no quedan entradas.

—¿Pero qué cojones dices?

Y con cada sílaba, la frase se convertía en una amenaza, y con cada sílaba, la frase dejaba de ser una amenaza para convertirse en la pantalla del ordenador con el estadio dibujado y todos los asientos rojos, todos, completamente rojos.

—No puede ser, debe de ser un error.

Ser optimista es el principio de todos los desastres.

—No puede ser, debe de ser un error.

Y he creído, porque la fe mueve montañas y mata hombres, que quizás era una broma o una sorpresa. Que de repente me dirías: mira lo que tengo, y me enseñarías como una reliquia, como se muestra el Santo Grial, dos entradas para el concierto. Te juro que sí, que lo he pensado, pero has soltado un lamento mezclado con el aire que te salía de la boca, y en un par de segundos me ha bastado para entender que no había ningún truco de magia. Entonces la fe —como antes la frase— se ha teñido de rencor. ¿Cuántos fieles se nos habrían adelantado? La gente está loca. Odio esas sentencias que lo engloban todo. ¿Quién es “la gente”? ¿Y qué significa “estar loco”? Y pulsaba y volvía a pulsar el botón para comprobar si era verdad, o si se liberaba un asiento rojo y se ungía de un verde lleno de esperanza. Y entonces una idea fugaz y perversa ha inundado mis pensamientos. La reventa.

—Estamos en contra. Dijiste.

Tienes razón. Pero también estamos en contra de los ateos y bien que los dejamos ir por la calle sin cantar sus canciones, incluso algún hereje las critica. Yo sé que iré, estoy seguro, da igual lo que tenga que sacrificar (en casa somos familia numerosa). Y cuando me encuentre allí, solo, bailando rodeado de colores indescriptibles y de seres desconocidos..., y cuando llegue a casa y te lo cuente..., te cantaré en voz baja que debía haber tirado más fotos.