Mis hijas, la pareja, los amigos... Todos, siempre, me dicen que les hago pasar vergüenza, mucha vergüenza, cuando me detengo a inspeccionar lo que la gente tira en los contenedores. A veces son muebles o cuadros. El otro día recuperé unos magníficos tiestos de arcilla, tan grandes que me podría bañar en ellos. Hay ocasiones, cada vez menos, que salvo algún vinilo del centro de reciclaje. A menudo son libros y revistas.

La gente tira muchos libros y revistas. Acostumbran a ser grandes enciclopedias que ya nadie utiliza porque ahora todo el mundo consulta la Wikipedia. O viejos ejemplares de las aventuras de Mortadelo y Filemón.

Con respecto a novelas, los contenedores son las últimas bibliotecas de superventas perennes, relatos de aquellos que encontrabas en las estanterías de todas las casas como Tuareg de Alberto Vázquez-Figueroa, El perfume de Patrick Suskind, Caballo de Troya de J.J. Benítez, No sin mi hija de Betty Mahmoody... Una vez, en uno de mis mejores hallazgos, me hice con una ejemplar de Mis futbolistas y yo de Johan Cruyff.

El tesoro más preciado, sin embargo, que he encontrado jamás en un contenedor es una copia de La magnitud de la tragèdia de Quim Monzó. Fue no hace mucho, yendo hacia el trabajo, en la calle Numància esquina con Enric Bargés. Ya lo tenía, pero me lo llevé igualmente, por si alguna vez me roban el que ya tengo, para regalarlo, por si me cortan la luz y necesito hacer fuego para calentarme o para dejarlo en otro contenedor.

magnitud tragedia

Antes eran 'containers'

Antes a los contenedores se les decía "containers". A los containers los empezamos a denominar contenedores a partir de una campaña, imagino que impulsada por la Secretaría de Política Lingüística de la Generalitat de Catalunya.

Debió ser a finales de los ochenta o inicios de los noventa. El anuncio, si no recuerdo mal, mostraba a un grupo de catalanes hablando en torno a una mesa. En un momento de la conversación, uno de ellos soltaba un "container". Era entonces cuando el camarero, a un joven de origen chino, lo corregía: "No se dice container, se dice contenedor".

El joven chino tenía un restaurante, de nuevo, si no me equivoco, en el Paseo Maragall de Barcelona. No sé si todavía está. Entre plato y plato, entretenía a la clientela haciendo trucos de magia. Hoy en día aquel anuncio, que partía de más de un tópico peyorativo, sería acusado de racista. Y las acusaciones tendrían fundamento.

Jordi Vendrell Ramon Barnils Quim Monzo
Joan Vendrell, Ramon Barnils y Quim Monzó: El lloro, el moro, el mico y el senyor de Puerto Rico

Una persona humana

Quim Monzó forma parte de mi imaginario cultural y vital desde siempre. Recuerdo a mi padre, ya bien entrada la noche, escuchar El lloro, el moro, el mico i el senyor de Puerto Rico el genial magazín nocturno, tan culto como crápula, inteligente y gamberro, que Monzó conducía con Jordi Vendrell, Ramon Barnils. De hecho, fue el primer programa regular en la parrilla de Catalunya Ràdio.

Después de estos vendrían muchos otros programas y colaboraciones más, hasta llegar a las actuales aportaciones que hace en El Món en Rac1 de Jordi Basté y el Versió Rac1 de Toni Clapés. Intervenciones a veces delirantes, a veces pasadas de vueltas, siempre brillantes, que ya forman parte de nuestra historia hertziana.

Donde empecé a disfrutar plenamente de la personalidad de Quim Monzó fue en sus apariciones en Personas Humanas, programa nocturno conducido por Miquel Calçada. Aunque en muchos sentidos era una apropiación poco disimulada de los late shows yanquis: David Letterman, Jay Leno... Todavía hoy, treinta años después de su emisión, sigue siendo uno de los momentos culminantes en el devenir de TV3.

Como echar un polvo

Y entonces vino el disfrute de leer las columnas que escribía diariamente, en los últimos quince años en La Vanguardia, anteriormente en el Diario de Barcelona, El Periódico, Avui, El Correo Catalán o El País. Y a través de estas, sus libros de recopilaciones de artículos. Y a través de estos, sus libros de cuentos y sus escasísimas incursiones en el mundo de la novela: Benzina y, justamente, La magnitud de la tragèdia. Pere Calders posmoderno, leer a Monzó es como echar un polvo. Los finales de sus cuentos, un orgasmo.

Durante mucho tiempo uno de mis sueños eroticoprofesionales era entrevistar a Quim Monzó. Para conseguirlo me inventé un proyecto llamado 365 dies 365 entrevistes. Una página web en la que cada día, durante un año, publicaba una entrevista con una figura más o menos relevante de la sociedad catalana. Y un día entrevistaba a Ferran Adrià y otro a Muriel Casals. Y un día entrevistaba a Victor Valdés y otro a Mònica Terribas. Pero Quim Monzó se me resistía.

Conseguí su correo electrónico pero no me respondía. Hasta aquella noche que me cansé y le volví a escribir. Solo redacté el asunto: "Quim, deja el Twitter y contéstame de una puta vez". Nada más, el cuerpo del correo iba vacío. Dos minutos después tenía su respuesta. Fue la mejor entrevista que he hecho nunca (la foto que ilustra este artículo, hecha por mi hermano Carles Rodríguez, es de aquel encuentro). Desde entonces, periodísticamente, todo ha ido cuesta abajo. Es mi magnitud de la tragedia.