Lleida, 24 de octubre de 1149. Hace 876 años. Tras un asedio de más de siete meses (marzo – octubre, 1149), las huestes de Ramón Berenguer IV —conde independiente de Barcelona y Hombre Principal de Aragón— y de Armengol VI —conde independiente de Urgell— entraban en la ciudad andalusí de Lárida, que, a partir de ese momento, pasaría a llamarse Lleida. La conquista de Lleida, que, con 10.000 habitantes (duplicaba la población de Barcelona), era la última gran plaza andalusí al norte del Ebro (Tortosa había sido ganada el año anterior, 1148), completaría el mapa de Catalunya, el nombre que ya recibía el país formado por los condados independientes del cuadrante nororiental peninsular que gravitaban alrededor de Barcelona. Pero, sobre todo, tendría una gran repercusión, ya que inicialmente no estaba dentro de la zona de proyección catalana.

¿Qué eran las zonas de proyección?
Desde que los dominios cristianos peninsulares habían iniciado sus procesos expansivos hacia el sur (siglo IX), se proyectaban enmarcados dentro de las delimitaciones de la época romano-visigoda. La ideología del poder de esos dominios iniciáticos (los reinos de Asturias-León y de Navarra-Aragón) tenía un claro objetivo: la restauración del extinto reino visigodo, que se había diluido como un terrón de azúcar con la llegada de los árabes a la Península (711). Todos los tratados que durante esa época iniciática (siglos IX a XI) firmaron asturleoneses y navarroaragoneses, lo confirma. En cambio, la Casa de Barcelona ambicionaba reunir la vieja Marca de Gotia (la mitad norte no se había independizado en 987). Su proyección estaba orientada hacia el norte, pero también con un criterio basado en viejas demarcaciones; en este caso, las carolingias.

¿Cuál era la línea que separaba los procesos expansivos de Barcelona y Aragón en la Península?
Las expansiones aragonesa y catalana se habían proyectado mucho en función de las dificultades de cada momento. Pero, en líneas generales, ambas cancillerías aceptaban que la línea que separaba aquellos dos procesos expansivos era la vieja raya romano-visigoda que delimitaba las subdivisiones central y oriental de la provincia Tarraconense. Es decir, la raya que separaba el conventus Tarraconense (en este caso, era una subdivisión que llevaba el mismo nombre que la estructura superior) y el conventus Caesaragustanus. El conventus Tarraconense ocupaba el territorio que, posteriormente, formarían Catalunya y los tercios norte y centro del País Valencià. Y el Caesaragustanus, el territorio que, también posteriormente, formaría Aragón. La raya que los separaba, en su mitad norte, era el eje fluvial Noguera Ribagorçana-Segre-Matarranya.
¿Estaba Lleida en la zona expansiva aragonesa?
Lleida —la vieja Iltirta noribérica, Ilerda romana y Lárida andalusí— y su extensísimo término estaban a caballo del río Segre. Pero la ciudad estaba en la orilla derecha, y durante la época romano-visigótica quedó adscrita al conventus Caesaragustanus. El mapa que a finales del siglo XIX trazó el investigador e historiador Heinrich Kiepert, profesor de Geografía de la Universidad Humboldt de Berlín, lo testimonia. Por lo tanto, si nos atenemos a este dato y, sobre todo, a las fuentes documentales de la cancillería aragonesa de principios del siglo XII, Lleida estaba en la zona expansiva de Aragón. El rey Alfonso el Batallador, rey de Pamplona y de Aragón y conde de la Ribagorça (1104-1134), destinó muchos esfuerzos a conquistarla. Tantos, que le acabarían costando la vida. Murió tras ser herido de gravedad durante el fracasado intento de conquista de Fraga (1133).

La disputa de la tentadora Lleida
La tentadora conquista de Lleida y de su riquísima huerta ya había sido objeto de disputa entre Alfonso el Batallador (recordemos, rey de Pamplona-Aragón… ¡¡¡y también conde independiente de la Ribagorça!!!, el condado creado a caballo entre los conventus Caesaragustanus y Tarraconense, en su parte norte) y Ramón Berenguer III (conde independiente de Barcelona… y de la Provenza, y padre y antecesor de Ramón Berenguer IV). En 1126 (trece años antes de la conquista de Ramón Berenguer IV), ya habían pactado que ni uno ni otro emprenderían la conquista de Lleida. En aquel momento (1126), los argumentos aragoneses ya no estaban tan claros, desde que, un siglo antes (1018), la monarquía navarroaragonesa había absorbido la Ribagorça, tras el sospechoso asesinato del conde Guillermo, y mantenía un dominio a ambos lados de la raya.

Entonces, ¿por qué Ramón Berenguer IV conquista Lleida?
¿Por qué Ramón Berenguer IV rompe el pacto que había suscrito su padre y conquista Lleida? Pues porque cuando Ramón Berenguer IV, conde independiente de Barcelona, emprende la conquista catalana de Lleida (1149), ya es Hombre Principal de Aragón. Lo es desde las Capitulaciones matrimoniales de Barbastro (1137) —los pactos matrimoniales entre Ramón Berenguer IV y Petronila de Aragón, heredera del rey Ramiro II, y la donación del reino aragonés a favor del novio— y la Confirmación de Ayerbe (1137) —que certifica la cesión de toda la autoridad real en Aragón a favor del conde barcelonés—. Por lo tanto, la conquista catalana de Lleida se produce en un contexto de extrema debilidad de Aragón. Tan solo diez meses más tarde (agosto, 1150), Ramón Berenguer IV y Petronila celebrarían su matrimonio en Lleida, símbolo del poder del novio.

Un golpe de autoridad
La empresa conquistadora de Lleida fue un golpe de autoridad de Ramón Berenguer IV, que con esta exitosa iniciativa proyectaba un mensaje clarísimo a la nobleza aragonesa. Pero también fue un éxito estratégico. Lleida estaba en el centro de un amplio territorio —el antiguo territorio de la nación de los ilergetes noribéricos, y del emirato de Lárida, en la última época andalusí— que abarcaba los valles bajos del Segre, el Cinca y el Matarranya, y que protegía el territorio de Tortosa de posibles incursiones enemigas. Las conquistas de Tortosa (1148) y de Lleida (1149) cerraban la salida al mar a Aragón, y también impedían que la nobleza aragonesa resucitara la fracasada campaña valenciana de Alfonso el Batallador (1104). La taifa andalusí de Balansiya (Valencia) estaba emplazada sobre el extremo sur del viejo conventus Tarraconense.