Melilla, 17 de julio de 1936. Hace 89 años. 16.00 horas. Un pelotón militar (oficiales del ejército) y paramilitar (falangistas armados) dirigido por el coronel en la reserva Juan Seguí Almuzara, catalán —de Figueres— y jefe político de Falange Española en el protectorado español de Marruecos, asaltaba la Capitanía General de la región militar del Rif y arrestaba —a punta de pistola— al general Manuel Romerales Quintero, máxima autoridad militar española en la plaza. Una delación que se habría producido unas horas antes (la de un tal Álvaro González —de Falange Española— a los dirigentes locales de la Unión Republicana y del PSOE) había obligado a los golpistas a adelantar sus planes, inicialmente previstos para el día siguiente a las 5.00 horas.

Pero aquel contratiempo no precipitó la operación al fracaso. Todo lo contrario, en la medianoche del 17 al 18, los golpistas ya tenían el control de la ciudad y habían detenido a 189 personas (relacionadas con partidos políticos y sindicatos republicanos), que serían asesinadas durante los días posteriores. Con los deberes hechos, Seguí telefoneó a Franco, capitán general de Canarias, para informarlo de la situación. Pero, ¿era el general Franco el jefe de la conspiración que se había iniciado en Melilla y que desembocaría en la Guerra Civil? ¿O era tan solo una pieza destacada de aquel siniestro engranaje? Y de ser así, ¿cómo logró convertirse en el jefe de la rebelión y en el jefe de Estado del régimen dictatorial español?

Franco llega a Ceuta para comandar la rebelión militar. Ceuta, 1936. Font EFE
Franco llega a Ceuta para comandar la rebelión militar. Ceuta, 1936 / Fuente: EFE

La conspiración

La conspiración que culminó en el golpe de Estado del 17 de julio (y que desembocó en una imprevista —por los golpistas— guerra civil) se empezó a gestar unos meses antes. El triunfo electoral del Frente Popular en España y del Front d'Esquerres en Catalunya (febrero, 1936) y la amnistía al gobierno de Catalunya (encarcelado desde los Fets d'Octubre de 1934) y el restablecimiento del autogobierno catalán (marzo, 1936) generaron una gran inquietud entre los segmentos más reaccionarios de la sociedad. La CEDA de Gil-Robles, la última esperanza de la derecha, había sido incapaz de capitalizar la crisis del PRR de Lerroux —hundido por el escándalo del Estraperlo (octubre, 1935)— y de concentrar el voto conservador, y este fracaso también sería decisivo.

Un cambio de régimen, pero no para restaurar la monarquía

Tanto que un grupo de mandos del ejército español —con un pasado en común en la Guerra de África (1909-1923)— y algunos dirigentes políticos de la derecha española más furibundamente antirrepublicana y anticatalana (pero sin Gil-Robles, considerado un pusilánime) y algunos elementos de las clases extractivas madrileñas, urdieron un golpe de Estado para imponer un nuevo régimen, que, en palabras de los propios golpistas, no tenía que ser una monarquía. Los militares consideraban a los Borbones unos traidores por el modo en que el rey Alfonso XIII había dejado caer al general Primo de Rivera (1930), con el propósito de poner fin a un régimen dictatorial amortizado —pero que habían creado y gobernado conjuntamente (1923-1931)— y lavar la imagen de la corona.

Reunión de militares conspiradores. Tenerife, 1936. Font EFE
Reunión de militares conspiradores. Tenerife, 1936 / Fuente: EFE

Sanjurjo

La mayoría de los historiadores de esta etapa histórica coinciden en la idea de que los militares golpistas fueron los que llevaron la iniciativa de aquella conspiración. Y en este contexto, aparece la figura del general José Sanjurjo Secanell (Pamplona, 1872) —nieto de un militar catalán de ideología liberal—, un mando militar con un bagaje golpista contra la República —la "sanjurjada", mientras las Cortes republicanas debatían el proyecto de Estatut de Catalunya (agosto, 1932)— y que, por este motivo, estaba exiliado en Portugal y estaba muy bien considerado por la derecha sociológica antirrepublicana y anticatalana. Mucho más que Franco, que no gozaba del mismo nivel de reconocimiento de la "familia castrense" española.

También por estos motivos, Sanjurjo era el personaje destinado a liderar el golpe de Estado y el régimen resultante. Sanjurjo era el "hombre de consenso" entre las diversas facciones que alimentaban la conspiración: desde la "familia castrense", con su núcleo duro "africanista" (los oficiales galardonados en la Guerra de África), hasta cierta derecha parlamentaria (algunos dirigentes de la derecha —como Serrano Suñer o Escrivà de Romaní—, decepcionados con la corruptela de Lerroux o con el tacticismo de Gil-Robles), pasando por las clases extractivas madrileñas (terratenientes, banqueros, especuladores); el tradicionalismo carlista; las jerarquías eclesiásticas o, incluso, los monárquicos del depuesto y expatriado Alfonso XIII.

Sanjurjo el segundo por la izquierda en la Sanjurjada. Sevilla, 1932. Font EFE
Sanjurjo, el segundo por la izquierda, en la Sanjurjada. Sevilla, 1932 / Fuente: EFE

Mola

El general Emilio Mola Vidal (Cuba colonial, 1887) —hijo y nieto de militares catalanes liberales (más o menos como Seguí, Sanjurjo o los Milans del Bosch del siglo XIX)— fue el auténtico arquitecto de la conspiración, extremo que se confirma cuando, antes del golpe de Estado, los conspiradores se refieren a su figura con el nombre en clave del "director". Desde su capitanía general de Pamplona, redactó, por ejemplo, la "Instrucción reservada nº. 1", que transmitiría el 25 de mayo de 1936 y que ordenaba a los conspiradores que cuando se produjera el golpe: “Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta; dirigida a directivos de partidos, sociedades o sindicatos no afectos al movimiento, aplicándoles castigos ejemplares”.

Mola era el cerebro de la conspiración y de la represión que tenía que venir a continuación. En una "Instrucción" posterior ordenaría que: “Hay que sembrar el terror, hay que dejar sensación de dominio, eliminando sin escrúpulos a todos los que no piensen como nosotros”. Pero sobre todo, y por este motivo, ostentaría la dirección de la conspiración (del movimiento, en la terminología de los golpistas): tenía una extraordinaria capacidad para tejer complicidades. En un borrador de memorias que dejó escrito poco antes de morir, explica como, a pesar de su tradición familiar liberal —conocida por todos—, lograría la importantísima participación de los carlistas en el golpe de Estado y posterior represión.

Mole pasa revista a las tropas carlistas. Burgos, 1936. Fuente Museu Carlista. Madrid
Mola pasa revista a las tropas carlistas. Burgos, 1936 / Fuente: Museo Carlista. Madrid

Primo de Rivera

En el borrador de memorias de Mola, documentadas y publicadas contemporáneamente, dice: “Mi abuelo Joaquín (...) peleó contra los carlistas (...) por tierras catalanas (...) mi padre luchó contra los carlistas en Bilbao (...) Con estos antecedentes cualquiera puede preguntar qué estoy haciendo en este pesado verano del treinta y seis junto a la masa carlista [el requeté de Navarra y de Castilla], movilizada en España a mis órdenes. La respuesta es sencilla: compartimos los mismos ideales, idénticas ilusiones y, por si esto no fuera suficiente, son gente inasequible al desaliento, capaces de dar ánimos en estos momentos difíciles al más timorato”.

En cambio, José Antonio Primo de Rivera, hijo del dictador Primo de Rivera y fundador de Falange Española (1934), tenía una visión simplificada del movimiento, inspirada en la organización corporativa de la sociedad y del Estado. En el escenario ideal que pretendían construir a los falangistas, y que pretendían imponer con el uso de la violencia, los tradicionalistas carlistas, los monárquicos alfonsinos o ciertos sectores de las clases extractivas madrileñas (como los terratenientes latifundistas) que alimentaban —discursivamente y económicamente— la conspiración, no tenían cabida. Y, en el universo de la conspiración, aquella postura no era fácil de gestionar, porque Falange tenía mucha predicación en Castilla y en Andalucía.

Primo de Rivera, hijo, en un miting de Falange. Madrid, 1934. Fuente Wikimedia Commons
Primo de Rivera hijo, en un mitin de Falange. Madrid, 1934 / Fuente: Wikimedia Commons

Los aviones de Franco

El 18 de julio, a las 14.00 horas, cuando el golpe de Estado ya había cruzado el estrecho de Gibraltar y se había extendido por buena parte de la Península, el general Franco embarcaba en el hidroavión Dragon Rapide —de matrícula británica—, que, desde las islas Canarias, lo conduciría a Tetuán (Protectorado español de Marruecos). A partir de aquel momento, desde distintos puntos de origen, pero con un mismo destino, despegarían una serie de aviones tripulados por personajes clave en aquella conspiración, que sufrirían unos extraños y misteriosos accidentes, y que, sorprendentemente, despejarían el camino de Franco hacia el poder en solitario. En la entrega de mañana examinamos esta serie de accidentes y su sorprendente resultado político.