Mientras la calle Génova de Madrid es famosa por acoger la casa del PP, muchos no saben que su tocaya barcelonesa esconde el bloque de pisos que fue uno de los principales focos de la contracultura. En el edificio de estilo internacional-celtíbero de Gonzalo Urquijo, hace poco los ‘Cayetanos’ celebraban desde el balcón su victoria electoral. En el inmueble del Studio PER, una caterva de hippies greñudos hacía fiestas en la azotea día sí, día también. Las continuas reformas de la sede pepera son conocidas por haberse hecho con dinero B. Estos apartamentos del Guinardó tienen el defecto o la virtud —según se mire, como veremos al final del artículo— de ser imposibles de reformar; “arquitecturas intransformables” en palabras de Ramon Faura. Y el músico y arquitecto barcelonés flipado por los años 60 habla con conocimiento de causa: tuvo que renunciar a vivir en su admirado edificio después de intentar (sin éxito) hacer pasar un piano por la puerta.

La editorial independiente Tenov, capitaneada por Llorenç Bonet y Joana Teixidor, dúo proclive a mezclar arte, diseño y arquitectura en una coctelera llena de hielo, agitarla bien, y verter la refrescante mezcolanza sobre el vaso de tubo de la cultura contemporánea, ha publicado recientemente La Casa Fullà. Tot estava per fer i tot era possible. Una cuidadosísima monografía de este bloque de viviendas proyectado en 1967 con la intención que su arquitectura “favoreciera a un tipo libertario de relación social”. Los espacios laberínticos, las zonas comunes y los diferentes apartamentos —cada uno de su padre y de su madre— pronto atrajeron a inquilinos poco convencionales. Como la pareja formada por el escritor maldito y teórico del underground Pau Malvido (alias de Pau Maragall) y la también escritora, viajera e hija del constructor, Ana Briongos; la poeta Marta Pessarrodona; el pintor y dibujante de cómics Javier Montesol; Víctor Jou, que inventó allí la Sala Zeleste o Joan Brossa, que en la terraza de su piso cantaba zarzuelas y hacía juegos de manos mientras su compañera Pepa Llopis cocinaba alubias con butifarra. 

Hoy ha cambiado mucho el tema de la arquitectura, pero en los 60 todavía era una profesión —por decirlo rápido— de pijos

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 Portada de La Casa Fullà con su señalética neoartesanal. Foto: Tenov.

La hora del mono

En un aposento rústico, tres hippies, una chica y dos chicos con el pelo largo y cubiertos con pieles de animales, celebran una suerte de jam session ancestral. Dos de ellos tocan bongos y daraboukas, pero el tercero, de espaldas, se distingue por hacer sonar un inmenso sintetizador modular Moog lleno de cables, clavijas y potenciómetros. Primitivismo y cibernética, vanguardia y arcadismo. La imagen que les acabo de describir pertenece a la contraportada del Affenstunde (literalmente, “la hora del mono”), el primer disco de los Popol Vuh, un grupo alemán que se hará conocido por mezclar los sonidos étnicos con la electrónica marciana (amén de componer las bandas sonoras más memorables de Werner Herzog). El lanzamiento de este álbum, en 1970, coincidió con el final de obra de la Casa Fullà, y Ramon Faura aprovecha la concomitancia para hilar una serie de referencias simiescas (desde el mico percusionista de 2001: A Space Odissey a las ‘tecnocavernas’) que relacionan la arquitectura del bloque de viviendas del Guinardó con la aparición del mundo computacional y el fin de la modernidad optimista y racional. Como el sistema social, la arquitectura también fue objeto de revisión a mediados de los años 60 y durante los 70. 

"Las relaciones entre contracultura y arquitectura siempre han sido raras —me cuenta Faura—, paradójicas y contradictorias. Hoy ha cambiado mucho el tema de la arquitectura, pero en los 60 todavía era una profesión —por decirlo rápido— de pijos. Y lo digo en el sentido menos crítico de la palabra 'pijo'. Hay pijos que no me gustan y pijos que me encantan. Ahora está de moda decir que todos somos hijos de obreros, y también me parece fantástico; pero quien tiene una vida acomodada, si no es burro, puede dedicarse a experimentar, incluso a rebotarse con las autoridades porque no tiene tanto que perder. Muchos grandes artistas catalanes de la época, como Pau Riba, pudieron hacer lo que hacían gracias a su posición acomodada. En el caso de la arquitectura, esto es así por defecto: en los 60 no había pobres estudiando arquitectura. Esto también les daba una visión más hedonista de todo el asunto. La arquitectura siempre ha estado vinculada a las relaciones de poder. Y aquí es donde muchas veces la arquitectura y la contracultura, a pesar de que en muchos casos se aliaron, entran en choque o hay contradicciones, y el Studio PER es uno de esos casos. Si tocas en el Fillmore de San Francisco puedes continuar siendo hippy toda la vida. Si quieres mantener el despacho, en cambio, muchas veces tienes que pactar con el diablo. Buckminster Fuller era un arquitecto superinteresante, que los hippies reivindicaron con la Drop City, por ejemplo, pero a la vez trabajaba para la CIA".

En el barrio era conocida como 'la casa de los hippies'

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Contraportada del primer disco de Popol Vuh: vanguardia y arcadismo en la hora del mono. Foto: Pinterest

Un castillo mágico con celosías y merlones que se llenaba de colores gracias al LSD. Esta definición lisérgico-lírica de la Casa Fullà la he robado del último capítulo del libro, firmado por Ana Briongos, ilustre habitante de varios apartamentos del edificio durante décadas, hija de Restituto Briongos, el constructor del edificio, e impulsora —junto a Loles Duran— del libro editado por Tenov. “Estamos hablando de los años 70, un tiempo de experimentación con sustancias psicodélicas. Nos llegaban noticias de los Estados Unidos donde incluso unos catedráticos en la Universidad de Berkeley experimentaban con LSD con sus alumnos —me explica Ana—. Yo ya había escrito sobre la Casa Fullà en mi blog ‘Pasión Viajera’, pero no era suficiente. Tenían que hablar también los arquitectos y se tenían que mostrar los planos y los dibujos que ellos habían hecho, puesto que se trata de un edificio singular. Para mí, explicar cómo se había llegado a poder hacer una casa de aquellas características en aquellos tiempos, me parecía muy interesante. Es, en definitiva, un homenaje a mi padre, que había llegado de Quintanarraya, en la provincia de Burgos, y que, sin ser un constructor con grandes posibilidades económicas, dio vía libre a los arquitectos para hacer un experimento como aquel”.

Briongos era una joven universitaria cuando se afilió al clandestino Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), se encerró en la Caputxinada y fue delegada de actividades culturales del Sindicato Democrático de Estudiantes de la UB. En aquel montserratroigiano tiempo de las cerezas se enamoró de Ferran Fullà, estudiante de física como ella, que acababa de salir de la cárcel después ser juzgado por el Tribunal de Orden Público junto a Manuel Vázquez Montalbán, Salvador Clotas y Martí Capdevila. El padre de Ana levantó el edificio sobre un terreno de la familia Fullà junto a las barracas que trepaban al Carmelo. Antes de acabar la obra, sin embargo, Ana y Ferran se separaron, y ella llegó a la Casa Fullà con Pau Malvido tras pasar largas temporadas en Afganistán e Irán. "En el barrio era conocida como 'la casa de los hippies' —continúa—. Todos los vecinos éramos jóvenes, nos conocíamos y las puertas estaban abiertas. Los espacios comunes amplios y luminosos facilitaban la relación entre vecinos. La arquitectura al servicio de la comunidad".

La permanencia intransformable de la Casa Fullà es sinónimo de cierta integridad que no hace concesiones a la especulación financiera

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Escaleras, laberintos y tecnogrutas en la Casa Fullà. Foto: José Hevia

Un piano en la sede de la calle Génova

Volvemos con Ramon Faura, las reformas de edificios pagadas en negro y el mencionado piano que no pasaba por la puerta de la Casa Fullà: “La anécdota lo que viene a decir es que este edificio tiene muchos valores, pero también pone en entredicho otros que a veces son discutibles. Uno de ellos es la versatilidad: es verdad que un espacio que puede transformarse es arquitectónicamente positivo. Las casas tradicionales del Eixample, por ejemplo, algo bueno que tienen es que las puedes usar de muchas maneras. Pero a la vez pienso que la permanencia intransformable de la Casa Fullà es sinónimo de cierta integridad que no hace concesiones a la especulación financiera. Y me gusta pensarlo desde ahí. Vivimos en un mundo donde todo cambia, donde la gente no tiene un trabajo seguro y si te descuidas te recortan la jubilación. En un mundo en el que todo baila menos los beneficios de las grandes corporaciones, que haya algo inmutable me parece un acto de resistencia revolucionaria”.