En 1927, en plena dictadura del general Primo de Rivera, La Gaceta Literaria –revista cultural que quería ejercer de puente entre las culturas de la península ibérica y de escaparate de la vanguardia– impulsó una exposición del Libro Catalán a la Biblioteca Nacional de Madrid. Los catalanes Ferran Valls i Taberner y Joan Estelrich colaboraron en la exposición, que fue inaugurada por el ministro de Instrucción Pública con la presencia de Ramón Menéndez Pidal, el duque de Alba, José Ortega y Gasset, Azorín y Gregorio Marañón, entre otros.

La exposición era una continuación de la carta de los intelectuales castellanos en defensa de la cultura catalana, enviada al Dictador el año 1924, cuando empezaba la represión del catalanismo que supondría la liquidación de la Mancomunidad de Catalunya y su proyecto cultural, educativo y político. El redactor de la misiva fue Pedro Sainz Rodríguez, admirador de un intelectual que había tenido una relación importante con la cultura catalana como Marcelino Menéndez y Pelayo, y que el año 1938 sería el ministro de Educación del franquismo, responsable de la depuración del profesorado.

De hecho, esta evolución hacia el fascismo no fue nada inusual: el mismo director de La Gaceta Literaria, el escritor Ernesto Giménez Caballero –protagonista tres años después del viaje de los intelectuales castellanos a Barcelona, en una operación que parecía entroncar con la operación "Por la concordia" de Francesc Cambó- fue uno de los exponentes y precursores más destacados del fascismo español. Aunque de estudiante había coqueteado con el socialismo y había sido procesado por injurias al ejército por su libro sobre la experiencia militar en Marruecos, influido por la Italia fascista, el vanguardista Giménez Caballero fue uno de los teóricos más destacados del que años después cristalizaría Falange Española, procedente de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista de Ramiro Ledesma Ramos. Con el estallido de la Guerra Civil puso en marcha el primer aparato de propaganda del ejército sublevado, y escribió en diferentes publicaciones de la España franquista. Dentro de Falange, fue uno de los impulsores de la unificación de Falange con los carlistas, en Falange Española Tradicionalista y de las JONS, y mantuvo relaciones con el partido nazi alemán.

Su interés por la cultura catalana fue intenso, dentro del pensamiento imperial y el nacional-sindicalisme falangista. Al proclamarse la República destacó los esfuerzos que había hecho La Gaceta por acercar las culturas catalana y castellana. El año 1939, pronunció un discurso radiofónico desde Barcelona en que hacía explícito a su particular amor por Catalunya –de hecho, publicó un libro con este nombre, Amor a Catalunya–, que lo había llevado, con una frase de resonancias melodramáticas y trágicas: "Quien bien te quiere te hará llorar', dice el profundo adagio nuestro. 'La maté porque era mía', dice también otro hondo y apasionado decir de nuestro pueblo. [....] Porque tú, Cataluña, ¡nos pertenecías!, ¡y a nadie más! Y sentíamos el derecho ¡de hacerte llorar! Porque te queríamos". Para Giménez Caballero, la guerra había servido para acabar con el catalanismo, y así lo haría explícito en los textos que acompañarían un viaje de Franco a Catalunya. Años antes, en el artículo que hemos seleccionado, Giménez Caballero reflexiona sobre el futuro de la cultura catalana en un momento que, como buen vanguardista de veleidades fascistas, veía próximo el derrumbe del mundo burgués.

 


La interrogante del libro catalán

Ernesto Giménez Caballero
El Sol, 4 de diciembre de 1927

En el mismo local madrileño [La Biblioteca Nacional] donde Lisboa plantará un día no lejano su estandarte cultura con la Exposición de Camoes, hincará el suyo Barcelona –desde el día 5 al 21 de diciembre– con esa hueste de su cultura que son 6.000 volúmenes impresos en catalán.

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Tal vez no haya pretendido otra cosa La Gaceta Literaria al organizar esta Exposición que ese desfile manso de la legión catalana ante los ojos, siempre un poco dormidos y frívolos, del buen Madrid. Para la mayoría de los madrileños constituirá una notable sorpresa la contemplación de esa gruesa mesnada de libros, dócilmente alineados como silencioso pelotón.

Y, sobre todo, lo será mayor cuando se entere que representan solamente un 75 por 100 de lo publicado desde 1900 acá.

Pero no solamente los madrileños serán los sorprendidos. Si Carles Aribau levantase la cabeza no experimentará menor asombro. (Carles Aribau, el tímido poeta de aquella Oda, en lengua vernácula, que El Vapor publicara en 1833, cuando apenas el romanticismo había fecundado con su polen revolucionario ese “problema catalán”, del que quizá sea esta Exposición en Madrid una de sus últimas consecuencias).

Porque ésta es la verdadera cuestión que el visitante del libro catalán deberá proponerse: si tal alarde y poderío de cultura autónoma de Cataluña es un “espléndido final” o es un “magnífico principio” de algo.

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De algo germinado en el siglo XIX, al margen de las novelas de Walter Scott y del folklore sentimental.

El problema catalán es un problema de origen romántico. La “renaixença” catalana data desde el figurín con perilla, con capa y chistera. Data desde el triunfo de los Derechos del Hombre. Desde la estela napoleónica. Desde la máquina de vapor. Por tanto, desde la consolidación de la burguesía como clase directora de la Historia.

El problema catalán ha sido y sigue siendo un problema esencialmente burgués.

Su misma base de sentimentalismo es una característica burguesa.

Su amor por las costumbres, la lengua y los fueros tradicionales, otros tantos estigmas de burguesía.

Por eso se ha dicho que el último modo de acabar con el obsesionante “caso catalán” es acabar con la burguesía, que es su raíz profunda. Y eso es lo que quiere la vieja aristocracia tradicionalista y la nueva democracia sindical.

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Ahora bien: ¿tendría completo éxito esa solución vertical en un probable futuro?

¿No heredarían las masas revolucionarias ese mismo sentimiento que hoy inspira a estas reaccionarias y capitalistas, sostenedoras del catalanismo?

¿Se destruiría absolutamente este ingente esfuerzo de producir millares de libros –en apenas un cuarto de siglo– por un simple golpe societario?

Ahí está la gran interrogante de la cosa: si lo “catalán” es algo artificial –yuxtapuesto por una corriente histórica determinada: el romanticismo– o es un manantial vital, auténtico, que corre y correrá por la historia peninsular ibérica –con intermitencias varias– a través de todos los siglos.

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Es curioso constatar que esta Exposición del Libro Catalán en Madrid –en ese Madrid rápido, ágil, alegre y eléctrico de hoy, norteamericano y futurista de gustos– lo que hará mayor evocar es la Edad Media: el período preunitario de España.

No tendría nada de particular considerar este alarde de cultura catalana como un “aspecto” medieval de la vida nueva y más próxima. (Cataluña donde apoya todas sus actuales pretensiones es así, con su medievalismo insepulto y glorioso).

La Edad Media regresa hacia nosotros. O nosotros volvemos a ingresar en la Edad Media. Se promulgan en estos días por el mundo “Cartas de Trabajo”, y se ensaya de instaurar instituciones corporativas que recojan todo el espíritu de aquella edad enorme y sencilla que fue la Edad Media. El tomismo vuelve a la moda. La nueva literatura se “catoliza”. Tanto la burguesa como la roja; pues la roja tiene también su Santa Sede y su Índice.

Hay un futuro inserto –pues– en todos estos signos.

¿No entrará en ese futuro –con solución social congrua– el problema catalán?

¿No será un principio más bien que un fin?

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Cada cual – a lo Pirandello – que lo piense a su modo.

Las indicaciones quedan hechas. Y el fenómeno, el facto ahí: En la Biblioteca Nacional, de diez a una de y de tres a cinco.

La Gaceta Literaria, con su carácter de revista-puente de las eras sociales e históricas de nuestro país, ha cumplido su misión provocando el fenómeno y sacudiendo con él la inercia de las gentes.

Creemos que no sea poco. Tratándose como se trata de cosas de unos jóvenes que no entienden nada de política –según afirman los viejos y graves señores de esas graves y viejas generaciones españolas anteriores, que no supieron jugar al futbol, entre otros juegos menos peligrosos.