A Carles Prats siempre lo había asociado a Loquillo y a Joe Strummer. Hasta el día de hoy, en que quizá lo conectaré más con el universo de Hergé. Esa es, entre otras, alguna de las cosas que descubre su nuevo libro, Visió Multimedia (Pratsworks). Cierto es que el documental en sus múltiples variantes ha sido su alimento creativo (el del cine también lo ha explorado en profundidad con figuras como las de Jess Franco y Sergio Leone) durante años. En su momento, también vivió la televisión desde dentro, otra fuente de vivencias y anécdotas. Con Carles, por su propia inquietud, es imposible detenerse en un solo tema. Incluso siguiendo un guion para la entrevista, las cuestiones saltan de aquí a allá, lo cual lo convierte en un divertido juego en que participa la intuición. Ya lo dijo Juan Bufill al referirse a su anterior libro Pel·lícules inacabades: “Es un libro que hace pensar, sonreír y reír, tres buenos verbos”.

Ahora el halago le llega de parte de un buen amigo, Vicent Sanchís, quien loa las virtudes del nuevo libro en la contraportada del mismo. Con el sentido del humor, siempre, como principal bastión. Con ese recurso tan a mano, Carles Prats nos habla de las costumbres establecidas a partir de cómo usamos el teléfono móvil o las redes sociales. En la IA ni entramos. Eso ya sería material para otro libro, así como los vínculos abiertos con Josep Pla o los Kraftwerk de 1981 en el Palau Blaugrana. Y, finalmente, una duda que no alcanzaremos a adivinar: ¿cómo vería el mundo actual un personaje como Borges? 

Entrevista Carles Prats / Foto: Irene Vilà Capafons
Foto: Irene Vilà Capafons

Carles, ¿qué puntos en común hay entre el proceso de escribir un libro y el de hacer un documental? 
Hay muchos. Yo de joven escribía en  el Vibraciones. También en una revista de la época que se llamaba Diagonal, en la que escribía de música. Y entonces, yo procuraba hacer artículos sobre lo que vivía en aquel momento, pero también cosas así más incorrectas. Un poco por molestar... De hecho, escribí un artículo que se llamaba Viva Verdi, pues en aquella época me hacía mucha gracia la ópera. Y me acuerdo que un día Sabino Méndez me dijo que el disco Morir en primavera (de Loquillo y Trogloditas) él lo quería titular Viva Verdi por aquel artículo, pero al final no lo pusieron. Estuve escribiendo un tiempo y después estuve haciendo videoclips por Barcelona, y fue a partir de quedarme viudo, aunque yo seguía enrolado en temas editoriales con los cómics, cuando comencé en la televisión.

Según intuyo, esto supuso un descanso para ti.
Exacto, para mí fue un descanso, pues escribir era otra cosa, escribía para El Noticiero en la sección de Cultura y Espectáculos, y cada semana iba a tres o cuatro conciertos, con todo ese mundo freaky alrededor. Un mundo en el que siempre nos encontrábamos los mismos. Entonces, entrar en la televisión fue un descanso, hasta que aprendí cómo era el lenguaje de la misma. Al escribir, me costaba más construir las frases y lo dejé. Y en la televisión pude dirigir canales temáticos. Todo eso para mí era como aire fresco. Ibas a rodar a Londres, a Roma. Los documentales, por ejemplo, tenían la gracia de lo que habías visto y vivido. Tenía hasta un punto divertido.   

Entrar a trabajar en la televisión fue un descanso

Hablando de lo divertido, una de las cosas que más he disfrutado del libro es el sentido del humor, algo que la sociedad actual ha dejado un poco de lado. Y al libro, ese sentido del humor y esa ironía que tiene le da un plus, una identidad. Más aún en estos tiempos en los que dependemos tanto de un elemento como es el móvil. 
Para mí, el sentido del humor es fundamental. Incluso cuando siento que me entra información que no me interesa. Esto también me lo tomo como viene.

Eso es tremendo, ahora tenemos esa sensación de que nos vigilan. Te entran anuncios sobre cosas que igual has hablado con tu pareja pero sin estar conectados a nada, y te preguntas, ¿cómo puede ser?
Amigos míos, por ejemplo, tapan la cámara del ordenador. Yo, como no hago nada de especial, no me escondo. Pero sí, estamos muy expuestos.

Volviendo al humor, en el libro está muy patente, en cada capítulo hay un guiño al respecto.
Es algo de lo que no me había dado mucha cuenta, son cosas que me hacen reír y quiero trasladar a la escritura. Tengo tendencia a hacerlo. Y todo a resultas de muchas historias, ya sea aquí o relacionadas, no sé, con Japón, con el consulado y el servicio.

Los escritores, sobre todo, han de ser muy observadores. Por ejemplo, en Visió Multimedia, sacas muchos relatos de lo que ves en la calle, en el tren cuando vienes de Cambrils a Barcelona... Es una fuente inagotable de contenido. Ya de pequeño, ¿eras así?
Yo de pequeño era muy tímido. Y de más mayor también, me costó un poco superarlo. Ya con treinta años, una vez me propusieron presentar un libro y todavía arrastraba aquello. Imagina, no pude abrir la boca. Es algo que con mi entrada en la televisión pude vencer, y ahora doy charlas para 500 personas en una conferencia de dos horas.      

Cuando empiezas un documental o un libro, ¿cómo es ese recorrido?
Cada vez que hago un libro y, sobre todo, un documental, lo primero es acumular información y después estructurarlo. Pero luego, de ahí a lo que te sale, hay cambios y un tránsito. De alguna manera, esto no deja de ser una aventura. Por ejemplo, Hitchcock decía que cuando los guiones los escribía él, rodar se le hacía muy pesado porque era volver a hacer lo mismo, y había actrices y actores que se habían agobiado muchísimo por su actitud; no les hacía caso. Era la repetición de una cosa que ya había hecho. Y eso no pasa con el documental, porque te vas encontrando con cosas todo el rato. En los que he hecho, sé cómo empezarán, pero no exactamente cómo acabarán. Durante un tiempo hacía casi uno al año, y con la pandemia me quedaron varios colgados. Por eso el título del libro anterior.  

Entrevista Carles Prats / Foto: Irene Vilà Capafons
Foto: Irene Vilà Capafons

¿De ahí te vino la inspiración?
Así es, proyectos que tenía empezados y que no quería acabar. De algunos tenía mucho rodado. Por ejemplo, Cerezo quería hacer una serie sobre el spaghetti western, con Carlos Aguilar, y tenía como cuarenta entrevistas rodadas, y luego eso no tiró adelante. Y ahora retomar eso no me apetecería, o lo haría de otra manera. También, para redondear lo que hice con Loquillo y seguir hablando de la escena de rock'n'roll en Barcelona, pensé en hacer algo otra vez con Los Rebeldes.

El otro día participaron en la despedida de la Sala Sidecar con la formación original.
Tengo mucha amistad con Aurelio Morata. De hecho, tras lo de Loquillo, filmé una parte sobre Los Rebeldes, tenía una media hora, pero el productor lo perdió todo. Incluso pensé en hacer un documental sobre todos esos documentales inacabados.

Tintín para mí es un mundo fascinante y recurrente

De hecho, cuando estás inmerso en un proyecto, sea cual sea, siempre tienes la sensación de que le puedes dar una vuelta de más.
Yo siempre lo volvería a rearmar otra vez. Me pasó con el de Loquillo, a los dos años tuve la necesidad de hacer un nuevo reportaje.

Y, cómo no, quería preguntarte por la figura de Hergé.  
En casa, los cómics siempre los acabábamos dando, por ejemplo los de Flash Gordon, pero nunca los de Tintín. Los álbumes de Tintín daban como respeto, es una percepción formal. Tienen una narrativa visual que siempre me ha gustado mucho, y con el paso del tiempo, vas profundizando en ese mundo. Cuando hizo Tintín en el Tíbet él estaba inmerso en una gran depresión, por eso salía toda esta cosa blanca. De hecho, pasan dos cosas; él se divorcia y después se vuelve a casar. Y la otra: cada vez se enamora más del arte abstracto. Es un gran admirador de Joan Miró, llega un momento en que lo quiere coleccionar todo. Durante un año y medio pintó cuarenta cuadros abstractos y quería dejar el cómic. Pero fue un poco como cuando George Harrison se fue a la India y él quería tocar el sitar. Y al llegar allí, Ravi Shankar, entre otros, le dijo: “Te vas a cualquier pueblo y hay veinte que lo tocan mejor. Dedícate al pop, y si quieres, lo incorporas”. Y entonces, Hergé también se dio cuenta de eso y volvió al cómic. En definitiva, Tintín para mí es un mundo fascinante y recurrente.