“Saps què passa? Quan no dorms bé, les coses són més difícils, a la vida en general. Llavors, bé, així estem”, dice mientras se le escapa una carcajada. Carla Simón (Barcelona, 1986) vive la promoción más agotadora de su carrera: madre de dos criaturas, Manel y Mila, nacida hace unas semanas, la cineasta afronta los días previos al estreno de Romería tratando de conciliar entrevistas y algún que otro coloquio con el cuidado de sus hijos. Y al periodista le viene a la cabeza una reflexión que aparecía en el cortometraje Correspondencia (2020), que Simón codirigía con la chilena Dominga Sotomayor y donde se preguntaba si era posible hacer cine y maternar al mismo tiempo: “Poder se puede, pero no sé si dejándonos la salud un poquito”, responde sin perder su característica sonrisa, “Es muy cansado, sí, y requiere mucha organización. Pero también mucha reflexión sobre cómo están establecidas las dinámicas familiares en general, que deberían transformarse. La conciliación es difícil, y yo no paro de pensar en la gente que no tiene recursos para conseguirla. O en las mujeres de antes, que claro que estaban enfadadas porque se comían todo el trabajo ellas. Mi abuela tenía siete hijos. ¡Siete! Tuvo un ataque al corazón y pienso... ¡evidentemente! Vamos avanzando un poco y ahora la responsabilidad es mucho más compartida con la pareja. Y nosotros, por suerte, tenemos tribu que nos ayuda, porque si no es imposible”.

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Tras una cita frustrada por cancelaciones de vuelos por causas meteorológicas, nos encontramos con nuestra cineasta más internacional para hablar de su tercer largometraje, Romería, que llega a las salas este viernes, ya formando parte de las tres escogidas por la Academia del Cine Español para ser enviadas a los Oscar (junto con Sorda y Sirat). La película supone el cierre de una trilogía sobre la identidad y la memoria, de nuevo mirando hacia casa, hacia su familia. Y es que la ganadora del Oso de Oro en la Berlinale con su anterior Alcarràs (2022) y autora de uno de los debuts más aclamados del cine catalán como Estiu 1993 (2017), ha convertido su propia experiencia en fuente de inspiración. Si en su ópera prima ponía el foco en una infancia marcada por la muerte de sus padres y por la adopción de sus tíos, y en su segundo film se fijaba en la rama de su árbol genealógico que se enfrenta a la crisis del campesinado, ahora, con Romería, hace las paces con otro potente conflicto íntimo.

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Entrevistamos Carla Simón / Foto: Salvador Sas / EFE
Hacer cine y maternar al mismo tiempo es posible, pero no sé si dejándonos la salud un poquito

Marina, la protagonista de la película, perdió el contacto con la familia del padre después de quedarse huérfana, y ahora, con 18 años, necesita los certificados de defunción de sus progenitores para conseguir una beca que le permita estudiar cine. Para conseguirlos, viaja a Galicia, donde aterriza en medio de un grupo de gente con quien comparte genes pero a los cuales no conoce de nada. Una peripecia similar a la que permitió recoser los hilos rotos a la misma Simón. Así pues, Marina se sumergirá en un entorno nuevo y, siguiendo las palabras escritas por la madre en las páginas de su diario, reconstruirá la historia de amor de sus padres difuntos. Y es en este punto donde, a la ya habitual narrativa naturalista, la cineasta añade una serie de recursos oníricos visualmente bellísimos, utilizando la poética de las imágenes y una cierta experimentación para construir recuerdos. Pero no solo: porque este estado de ensueño también sirve para rendir homenaje a toda una generación de jóvenes que, buscando la libertad robada por cuarenta años de dictadura franquista, se vieron arrastrados por las plagas de la heroína y el SIDA.

Desde el principio, has dado el mensaje de que Romería será la última de tus películas inspiradas en las historias de tu familia. ¿Es una decisión más racional, respecto a las ganas de desarrollar otros caminos como cineasta, o la razón es más emocional, en el sentido de que la búsqueda que tenías que hacer ya está hecha?
Yo siento más que es emocional. Al final tengo tres familias: la de mi madre biológica, que es también la de mi padre adoptivo, por un lado; también la de mi madre adoptiva, y la de mi padre biológico. Son familias muy grandes e historias hay para dar y vender... pero ya he explorado estas ramas familiares, cada una en una película. Y ahora, y no es casual que haya coincidido con el nacimiento de mi segunda hija, siento que he creado mi propia familia y que no tengo ganas de mirar hacia el pasado, sino mirar hacia el futuro y explorar universos nuevos. Al final también es la oportunidad que te da el cine: explorar cosas que no sabes y entrar en mundos que te apetece conocer.

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Entrevistamos Carla Simón / Foto: Salvador Sas / EFE

He creado mi propia familia y que no tengo ganas de mirar hacia el pasado, sino hacia el futuro

A nivel formal, en Romería ya has apostado por una cierta mezcla del naturalismo con el elemento del... creo que te gusta decir realismo poético.
Sí, me gusta mucho. A Elena López Riera le pidieron un texto sobre el naturalismo en la revista Caimán, y utilizó este término, poniendo un poco en duda el realismo más puro o social —no sé cómo decirlo—, y dándole una vuelta por explorar todas las opciones del cine sin perder del todo el naturalismo, pero abriendo otros terrenos, más fantásticos, más poéticos. Me gusta el término y me parece más acertado que realismo mágico, porque está muy connotado por cierta literatura y no es exactamente lo que nosotros utilizamos.

Por lo tanto, en Romería ya están las ganas de hacer otras cosas.
Sí, sí. Primero de todo, creo que cada obra te tiene que aportar algo nuevo, que no hayas explorado antes, que te apetezca descubrir, probar y arriesgar. Y aquí tenía mucho sentido, porque al final es una película sobre la memoria, sobre cómo alguien intenta reconstruir un relato que le falta a través del relato de los otros, pero no lo consigue y decide inventárselo. Recuerdo en la promoción de Verano 1993, diciendo que si no tienes recuerdos no se pueden generar, y que te tienes que apropiar de los relatos ajenos porque no puedes crear tu propia memoria si no la tienes. Pero, en realidad, yo tengo el cine para generar mis propios recuerdos y aquellas imágenes que necesito, incluso para resucitar a los muertos. Hay algo de eso que me hizo transitar hacia este terreno un poco más mágico. Creo que uno se tiene que cuestionar siempre, y aquí he intentado darle la vuelta al naturalismo y al compromiso con la realidad que tenía, utilizando la poética del cine y viajando a otros territorios.

Que eso no quiere decir que renuncies al naturalismo.
Totalmente. Creo que es un tono que no abandonaré porque me gusta mucho. Me gusta que las cosas estén vivas, me gusta el caos con los actores, me gusta que haya niños, la familia, las relaciones... pero sobre todo me gusta este tono de actuación. Creo que es algo que, de momento, no tengo ninguna intención de dejar. Pero también creo que, a nivel cinematográfico, es como seguir avanzando y explorando el poder del cine.

Hacer tres retratos familiares también tiene un componente de exposición, explicándote mucho a ti y a los tuyos, de quién eres y de dónde vienes. Este punto de mostrarse tanto... ¿tiene su qué?
Yo no tengo demasiado pudor, en general. Pero también, haciendo el ejercicio de ficción, yo controlo qué quiero explicar y qué no, de mí misma y de mi familia. O sea, también los protejo en este sentido. Romería tiene mucha ficción. Para no decir que no hay una escena real... Bien, sí que me he bañado en un velero con mis primos y nos hemos tirado al agua, como sale en la película. Hay cositas que sí que han pasado, pero el resto... Yo no he hecho este viaje.

En Romería es clave la voluntad de recordar la generación perdida, arrasada por la heroína y el SIDA. De alguna manera, haces memoria histórica desde la búsqueda de la memoria íntima.
Sí, para mí, uno de los grandes motores para hacer la película era darme cuenta de que no se trataba solo de la historia de mis padres, sino también de la de toda aquella generación. Y de oír que era una generación olvidada por el dolor que han provocado sus muertes, por el estigma y el tabú de la heroína y el SIDA. Entonces, hay una voluntad de tratar el tema también como memoria histórica de nuestro país. Todavía hace mucho daño hablar, y está bien recuperarlo y hacerlo desde otro punto de vista: el de la generación de los que venimos después y tratamos de entender por qué toda esta gente ya no está.

Hablabas de transformar las dinámicas familiares en el cuidado de los hijos. No sé si también piensas en un cambio en las promociones. No sé qué es más difícil...
Es que las promociones son tan necesarias para que nuestras películas lleguen al público que siempre estamos muy entregados. Pero es verdad que también son muy cansadas, y es una parte del proceso de hacer películas que yo, personalmente, no había contemplado nunca. Cuando quieres hacer cine no piensas en la promoción. Como mínimo, yo no lo hacía. De todos modos, siempre he dicho que hay una parte de la promoción que para mí es muy útil: las primeras entrevistas que haces te hacen reflexionar sobre la película que has hecho, y los periodistas sois los primeros que la recibís. Entonces, a través de los periodistas y de las preguntas que te hacen, entiendes cómo se está recibiendo la obra que has hecho. Para mí es muy importante tener esta sensación de cierre.

En tu caso, además, la cantidad de entrevistas que haces dibujan una posición dentro de la industria. Es un hecho que estás entre los tres o cuatro cineastas más internacionales, de Catalunya y de España, y que todo lo que haces genera interés. ¿Qué te dice eso?
Para empezar, me siento muy afortunada de estar en este sitio, porque sí que noto que es un espacio muy privilegiado, sobre todo por un motivo muy concreto: la oportunidad que te da de seguir haciendo cine. Que no es algo tan obvio en carreras artísticas. Entonces, en este sentido, me siento muy afortunada. Después, no lo sé... cuando me hablan de esta cosa de ser una representante, me molesta un poco porque siento que, justamente, lo bonito del momento que estamos viviendo ahora es que entre nosotros, sobre todo entre las mujeres cineastas, hay algo colectivo muy compartido. Hay mucha más gente que también está viajando con sus películas a los festivales más importantes, y hay un gran interés en lo que está pasando aquí a nivel cinematográfico. Y siento que este interés radica en que somos voces muy diferentes, y las búsquedas también lo son. Y eso es muy motivador.

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Entrevistamos Carla Simón / Foto: Salvador Sas / EFE
Me siento muy afortunada de estar en este sitio, porque sí que noto que es un espacio muy privilegiado, sobre todo por un motivo muy concreto: la oportunidad que te da de seguir haciendo cine

Como otras compañeras de generación, ¿siempre has hablado de este tipo de espíritu colaborativo entre cineastas?
Supongo que por culpa de los premios, y también desde la prensa, siempre se ha vivido una especie de lenguaje bélico, de competencia, de batalla, como si estuviéramos luchando entre nosotros. Y no sé por qué. En realidad, yo no puedo tener más empatía hacia cualquier persona que sea directora o director y que pase por lo mismo que yo vivo. Entonces, yo no hago películas para combatir contra nadie, y menos contra mis amigas y amigos, que están haciendo sus películas. Lo que quiero es poder ver las que me inspiren, que me motiven, que me descubran cosas. Y aprender de ellas y de ellos. En generaciones anteriores sí se vivió esta cosa de rivalidad que me parece absurda. Y que tampoco pasaba siempre, porque había artistas muy amigos que se querían y se ayudaban. A mí, esta reivindicación me ha llegado a parecer casi obvia hasta que te das cuenta de que no lo es tanto. Y que realmente la industria no está preparada para que, de repente, nosotros digamos que vivimos el trabajo de manera colectiva.

La industria piensa en otras cosas…
Muchas veces todo te empuja en una dirección opuesta a esta. Y para mí es una pena. Hay mucha gente que entra en este juego. Pero resistimos con la idea de que no se trata de competir, sino de compartir. Nosotros nos ayudamos, hay directoras que se han leído mi guion o que han visto el corte de mi peli antes de que estuviera terminada, o yo he visto el suyo. Que hablamos, que nos invitamos a comer, todas esas cosas. Para compartir el proceso, porque, muchas veces, como cineasta tienes momentos muy solitarios, y poder compartir ciertas cosas para mí es muy bueno. Entonces, me gusta reivindicarlo desde este lugar: lo que está pasando es generacional y colectivo.

Hace unos días hablaba con Jaume Claret Muxart, que ahora ha presentado Estrany riu en el Festival de Venecia, y me contaba que había hablado contigo durante su proceso creativo. Este espíritu colaborativo no se queda en vuestra generación, también lo tenéis con los recién llegados…
Sí… Yo lo vivo mejor así, pudiendo compartir mi manera de hacer. Nuestra generación también tiene un compromiso bastante firme con la educación, dando clases o a través de Cinema en Curs. Creo que ser accesible hace que todo sea más tangible y real, y que desmontemos un poco esa cosa de los genios creadores encerrados en casa, a oscuras, sin comunicarse con nadie. Y tocados por la mano de Dios. Quizá tenía sentido hace un tiempo, pero ahora mismo me parece una idea obsoleta, sobre todo viendo que el arte también se ha democratizado tanto. Y que hay cineastas que han compartido sus procesos y que yo admiro profundamente. Vivir un proceso de creación es, a veces, doloroso, las cosas como son, pero está bien hacerlo desde la luz y compartiéndolo.