En la Sala Fabià Puigserver del Teatre Lliure de Montjuïc se ha estrenado la nueva comedia de La Calòrica, La brama del cérvol: una experiència única en un marc incomparable (que se puede ver hasta el 22 de junio). Un espectáculo arriesgado, divertido y con momentos brillantes protagonizados por unos actores espléndidos, aunque con una trama que decae a partir de la segunda parte. La obra, escrita por Joan Yago y dirigida por Israel Solà, pretende reflexionar sobre el sentido y las contradicciones del teatro crítico, y sobre la búsqueda desesperada de todos nosotros por vivir experiencias únicas que nos hagan sentir vivos e importantes. Pero más que invitar a la reflexión, el espectáculo consigue que pasemos un buen rato, quizá intencionadamente, porque, en conclusión, parece que todos estamos un poco flipados y que nada es realmente trascendente.

Un espectáculo arriesgado, divertido y con momentos brillantes protagonizados por unos actores espléndidos

Bramidos, egos y subvenciones: de safari en el Lliure

Sobre el escenario, una estructura heptagonal de gran tamaño simula un hotel en la Vall Fosca. Recuerda a esos chalets-iglú en forma de cúpula transparente para ver las estrellas y otras pijadas. Allí se alojan Maribel y Pau, interpretados por unos magníficos Esther López y Xavier Francés, que brillan especialmente y logran el equilibrio justo entre el costumbrismo y la exageración. En un intento desesperado por salvar su relación, la pareja se ha gastado trescientos euros para escuchar los bramidos de los ciervos machos de la zona, que compiten por conquistar a las hembras. Un ritual convertido en reclamo para turistas y urbanitas que también ha despertado el interés de especuladores.

La brama del cérvol, el nuevo espectáculo de La Calèrica, en el Teatre Lliure de Montjuïc hasta el 22 de junio / Foto: Sílvia Poch

Una crítica sin pelos en la lengua a los eventos culturales hipócritas, que, reducidos a estética y a dinámicas efectistas, abordan temas progresistas de forma vacía mientras son sostenidos por bancos y fundaciones que blanquean su imagen

En ese mismo hotel también se celebra un simposio para debatir sobre el teatro político y su capacidad para construir un mundo mejor. Una crítica sin filtros a ciertos eventos culturales que, envueltos en estética progresista, carecen de contenido real y están financiados por entidades que usan la cultura para lavar su imagen. Los personajes representan arquetipos de actores y dramaturgos del panorama catalán, con interacciones fantásticas llenas de ironía, referencias metateatrales e incluso autoparodia. Destacan especialmente un divertidísimo Aitor Galisteo-Rocher y una fabulosa Júlia Truyol. Pero por las montañas también andan perdidas dos hippies que buscan una fiesta milenaria. Unas interpretaciones quizá demasiado caricaturescas que desentonan un poco con el tono más contenido del resto del reparto. Además, su trama es poco relevante y podría haberse recortado o pulido. Las vidas de todos ellos se cruzarán en una noche delirante que los llevará al corazón del bosque, a sus miedos más irracionales, a su propio egocentrismo. Todos coincidirán en la necesidad de llenar sus vacíos vitales: ya sea extasiados por una experiencia sexual nueva, aplaudidos por el público, eufóricos con un negocio exitoso o abrazados por la masa de una rave multitudinaria. Una desesperación por ser vistos y reconocidos que se nos presenta como absolutamente ridícula y patética, más animal que las propias bestias que braman en la montaña. Y eso es delicioso.

Un caos bestial

La sensación de caos escénico y la extravagancia de los personajes se acentúan en la segunda mitad del espectáculo, con una mezcla de géneros teatrales que van desde el thriller hasta enredos al estilo de Shakespeare. La obra rompe con la estructura narrativa convencional y da valor a la palabra, a la acción, al cuerpo, a la luz, priorizando las sensaciones que transporten al público a un lugar también imaginativo e irracional, invitándonos a disfrutar del delirio, del humor y de las inquietudes ajenas. Todo ello, en lo que quiere ser un homenaje al teatro. Pero es precisamente en ese punto cuando, aunque conceptualmente y visualmente la propuesta resulta sugerente, las tramas se alargan, pierden fuerza y algunos gags no acaban de funcionar. Además, hay un exceso de temas y metáforas que dificultan un poco la reflexión. Esto me lleva a pensar que quizá la pieza, en conjunto, no convencerá a un público tan amplio y popular como en propuestas anteriores.

Aunque conceptualmente y visualmente la propuesta es sugerente, las tramas se alargan, pierden fuerza y algunos gags no acaban de funcionar

Aun así, la destreza interpretativa de los habituales de la compañía y de las nuevas incorporaciones (Oriol Casals y Mer Salvatierra) salva los momentos narrativamente más flojos. Además, la escenografía de Bibiana Puigdefàbregas y la iluminación de Rodrigo Ortega crean espacios poéticos y evocadores, y al mismo tiempo captan muy bien esa estética de “autenticidad” tan típica de ciertas atracciones turísticas y vivencias “reveladoras”. En definitiva, La brama del cérvol mantiene la identidad de La Calòrica, con unos actores que lo dan todo, y donde el entretenimiento y las sonrisas están asegurados. Porque, como dijo acertadamente una compañera al salir, “el teatro quizá no cambie el mundo, pero sí lo hace más habitable”. Y si sois fans de La Calòrica, os lo hará más divertido.