Candidata a blockbuster del verano, F1, ya en las salas de cine, nace de muchas inquietudes, principalmente la de Joseph Kosinski, que, tras dirigir Top Gun: Maverick, necesitaba otro chute de adrenalina. Todo empezó a raíz de ver la serie Drive to Survive en Netflix, y se dio cuenta de que, desde Grand Prix (estrenada en 1966), no se había hecho una película centrada exclusivamente en la Fórmula 1. Entre medias hubo otras, como Rush (2013), de Ron Howard, con la figura de Niki Lauda como eje central de la temporada de 1976. O, más recientemente, la fallida (por pretenciosa) Ferrari, auspiciada por Michael Mann, con Adam Driver y Penélope Cruz como protagonistas -mejor rescatar el documental Senna (de Asif Kapadia, quien años más tarde también retrató a Amy Winehouse), mucho más creíble que la historia sobre la escudería italiana-. Sin embargo, el mundo del motor ha inspirado muchas ficciones apetitosas: Días de trueno (¿cómo olvidar a aquel Tom Cruise?), 500 millas (con Paul Newman debatiéndose entre el circuito y su matrimonio) o Le Mans '66 (ese duelo cargado de testosterona con Matt Damon y Christian Bale). A partir de ahora, cuando se hable de pisar el acelerador en el mundo del cine, tendremos que referirnos a Brad Pitt: nadie pilota ni enamora a la cámara como él.

Brad Pitt y Javier Bardem pisan gas a fondo

A partir de ahora, cuando se hable de pisar el acelerador en el mundo del cine, tendremos que referirnos a Brad Pitt: nadie pilota ni enamora a la cámara como él

A pesar del empeño y obsesión de Joseph Kosinski por filmar esta historia, la película no hubiese sido posible sin el apoyo de la propia Fórmula 1. Sí, esa que vemos casi cada fin de semana, viajando de un circuito a otro. Para llevar a cabo el proyecto (con un presupuesto de más de 300 millones de dólares), necesitaban la complicidad del paddockaparecen todos los pilotos actuales, incluido el vigente campeón Max Verstappen, y también Alonso y Sainz—. El gran aliado ha sido el británico Lewis Hamilton, que se ha involucrado como productor debido a su frustración: para él, las carreras televisadas no transmiten la auténtica sensación de velocidad que se experimenta al subirse a un coche. Con esto, los recursos técnicos para hacer la película han sido infinitos: han utilizado cámaras de última tecnología, hasta ahora inéditas en este tipo de rodajes. Y claro, luego tiene que haber un guion (no es lo más destacado de la película, pero cumple con lo que se quiere contar) y actores dispuestos a sumarse a la aventura. Brad Pitt no necesitó ni leerlo: firmó con los ojos cerrados. Le atraía, simplemente, la idea de enfundarse un mono de carreras. Y Javier Bardem, a quien ni siquiera le gustan los coches (ni, obviamente, conducir), aceptó el papel porque la película en sí era un reto. Una vez más, el actor madrileño está espléndido. Aquí no necesita forzar nada ni recurrir a artificios. Es ese tipo normal (aunque cuesta creer que los haya en ese mundillo) que toma decisiones en un equipo de Fórmula 1 rescatando a un viejo amigo para cumplir un sueño.

Apretando tuercas

Uno de los aciertos del filme es que te mete dentro de la estructura del equipo: aquí es tan importante quien aprieta una tuerca como quien busca el mínimo detalle para ganar una centésima de segundo. Luego está el factor humano: cómo todo debe engranarse para obtener buenos resultados. Aun así, la lucha principal está entre pilotos: tu mayor enemigo siempre es tu compañero de equipo. Esto no es nuevo; la historia de la Fórmula 1 está plagada de ejemplos y rivalidades que han acabado mal. ¿Cuándo y dónde dejas pasar a tu compañero, que te acecha en una curva? ¿Por qué él sí y yo no? ¿Qué ventajas tiene cada piloto en su coche? En ese sentido, la película lo borda: las fricciones entre Brad Pitt y Damson Idris parecen reales (se enfadan y se reconcilian cuando toca). Tanto es así que Pitt podría ser ese Fernando Alonso que aún anhela la victoria número 33, e Idris el fogoso Hamilton que entró en el circo mordiendo y que ahí sigue en 2025 con volantes competitivos. 

Pitt podría ser ese Fernando Alonso que aún anhela la victoria número 33, e Idris el fogoso Hamilton que entró en el circo mordiendo y que ahí sigue en 2025 con volantes competitivos

No en vano, y con una duración de más de dos horas y media, F1: La Película es entretenimiento puro. Si durara dos horas más, ahí seguirías, clavado a la butaca. Y con el mérito de que no busca ser efectista: cuando están en carrera, pisas el acelerador con los pilotos; cuando están fuera, prestas atención a sus estrategias vitales, a los deseos y fracasos de quienes rodean al equipo. ¿Por qué Brad Pitt lleva una baraja de cartas consigo? ¿Por qué hay un periodista que, en cada rueda de prensa, le hace preguntas incómodas hasta que terminan apostando? ¿Por qué su joven contrincante carga con un hermano algo corto de luces, que solo ve el glamur de la F1? Y, sobre todo, ¿en qué momento Kerry Condon se da cuenta de que entre ella y ese veterano piloto de vida dislocada hay algo más que instrucciones técnicas? Sin duda, este puede ser el blockbuster del verano, aunque solo sea por babear, una vez más, con Brad Pitt.