La basílica de la Sagrada Familia marcha a toda máquina. Se ha convertido en una atracción turística de primer orden. El año pasado recibió a 3.722.540 visitantes, un 14% más que en 2014. Esto la situa entre los monumentos más visitados del mundo. No llega, ni de lejos, a los 12 millones de turistas que recibe la catedral de Nôtre-Dame, ni los más de 7 de la ópera de Sidney o de la torre Eiffel, pero cuenta con tantos visitantes como las pirámides de Gizeh y con más que el Taj Mahal. Este año, en el primer semestre, se ha detectado un 5% de visitas más que en el 2015.

Entre los constructores reina el optimismo: con los ingresos de las entradas la basílica crece a todo ritmo. Muy pronto se acabará. Ahora bien, ¿para quién se acabará? Entre los visitantes de la Sagrada Familia, los catalanes son una ínfima minoría. No llegan ni a los 140.000 (un 3,7%). Es cuatro veces menos que los norteamericanos, que son los que más visitan el templo (18%). Y también son muchos menos que los franceses (16%), los italianos (10%) o los británicos (10%). Incluso los visitantes del lejano Japón (8%) duplican en número a los catalanes. Y los chinos pronto los duplicarán, pues ya se sitúan en el 6% (una cifra similar a la de españoles de fuera de Catalunya que se desplazan a la Sagrada Familia). La basílica se ha consolidado como una magnífica atracción turística integrada en el gran parque temático que es Barcelona. Y queda claro que el papel más lucido que corresponde a los catalanes en todo este montaje es el de taquilleros, el de albañiles o el de guardas de seguridad.

Evidentemente, la mayoría de los visitantes están mucho más preocupados por hacerse un selfie con las torres que por el significado religioso del edificio. El obispado de Barcelona ya se ha planteado dinamizar el aspecto parroquial del templo, programando más misas y actos religiosos. Probablemente ya debe haber alguien planeando como convertir la obra de Gaudí en el más lujoso centro de bodorrios de la jet set de todo el mundo. La Sagrada Familia está muy viva, pero el espíritu de Gaudí está completamente acabado.