En la Barcelona de finales del siglo XIX, con el Eixample en plena expansión, se iba configurando un espacio que acabaría confrontando las teorías igualitarias e higienistas de Ildefons Cerdà con la cruda realidad de la división social. Al fin y al cabo, el Eixample fue una consecución burguesa y su centro se construyó a partir de la vía que conectaba Barcelona con la villa situada justo en línea recta hacia Collserola, es decir, el paseo de Gràcia. Pronto el cruce con la Gran Vía se convirtió con el chaflán más céntrico y eso explica que sus edificios siempre hayan sido punto de interés, tanto por su arquitectura, como por sus propietarios y sus usos.

En el lado Llobregat-montaña se levanta el edificio que acoge todavía el cine Comèdia, que estos días es actualidad porque este domingo celebrará su última sesión cinematográfica para bajar la persiana acto seguido. El fin de otro cine del centro de Barcelona -recordamos que en Ciutat Vella solo queda uno, el Maldà, y en el Eixample cada vez se necesitan menos dedos para contar los que quedan- se puede considerar como un signo de los tiempos y los cambios de costumbres y consumos, pero también como la pérdida de un eslabón más de una Barcelona popular que quizás nunca no volverá, la de las largas colas en los estrenos, las de los cines de sesión continúa y programa doble o cualquier otro aspecto que pueda alimentar la nostalgia, que también es, en sí mismo, un bien de consumo.

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Última cartelera del cine Comèdia, que ofrecerá sus últimas sesiones cinematográficas este domingo, 14 de enero del 2024, con películas como 'Wonka', 'A fuego lento' y 'Ocho apellidos marroquís' / Foto: Carlos Baglietto

En todo caso, los usos de los edificios se transforman, pero la arquitectura, más o menos, permanece. A menudo decapitada y alterada, pero manteniendo el aroma de otro tiempo. Y eso es lo que encontramos en el número 13 del paseo de Gràcia -que también es el 609 de la Gran Via de les Corts Catalanes- donde a finales del siglo XIX tomó forma una residencia familiar burguesa que, con el tiempo, se convirtió en teatro, posteriormente sala de cine y todavía más tarde en multisala y que a las puertas del segundo cuarto del siglo XXI se prepara para nuevos destinos, quien sabe si comerciales o culturales o, probablemente, las dos cosas al mismo tiempo.

El Palau Marcet, edificio señorial

Conviene recordar, por si alguien teme por la integridad del edificio, que este está catalogado como Bien Cultural de Interés Local (BCIL), por lo cual no hay que sufrir, ya que el nivel de protección del cual disfruta impide su derribo y obliga a la conservación de los elementos patrimoniales, como la fachada. Sin embargo, hay que apuntar que queda poco más que la fachada del edificio original, ya que el edificio ha pasado por varias reformas en profundidad. Según recoge el Inventari del Patrimoni Arquitectònic de Catalunya, el edificio original fue levantado entre 1887 y 1890, en un solar donde previamente había habido el palacete de Llorenç Oller, conde de Sant Joan de Violada, de corta duración, ya que fue edificado en 1869.

En todo caso, en 1887, el industrial Frederic Marcet i Vidal, empresario del sector inmobiliario y ferroviario, aparte de político, encargó al arquitecto Tiberi Sabater i Carner la construcción de lo que se llamaría el Palau Marcet, un edificio señorial que, como tantos de otros en Barcelona, demostraba el poder de la burguesía urbana. Aquel palacio, de estilo historicista y ecléctico contaba, según detalla el Catàleg del Patrimoni Històrico-Artístic de la Ciutat de Barcelona, de "suntuosas dependencias eclécticas" como un "gran vestíbulo pompeyano", una "capilla goticista" y, como hijos de los gustos de la época, "salones oriental y japonés". Todavía más, el palacio contaba con un amplio jardín, hoy desaparecido, que daba a la Gran Via, donde ahora se levanta el hotel Avenida Palace.

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El Palau Marcet poco después de su construcción, donde se aprecia el jardín que formaba parte de la finca, desaparecido con la conversión del edificio en teatro y la construcción de un edificio adyacente / Foto: Brangulí - Archivo Nacional de Catalunya

Del interior, que, recordémoslo, era una residencia familiar, destacaba el trabajo decorativo, que contó con la participación de los mejores profesionales del momento: "Pinturas y esculturas de Eduard Llorenç y Joan Parera, vitrales de Antoni Rigalt, taller en mármol de Joan Balletbó y Francesc Roig". Vaya, la burguesía no escatimaba a la hora de mostrar su pujanza. Con todo, aquella suntuosidad perduró solo hasta 1935, cuando el empresario Josep Maria Padró reconvirtió el palacio en teatro a partir de un proyecto del arquitecto Josep Rodríguez Lloveras, que comportó el derribo del interior y la ocupación parcial del jardín, de manera tal que del origen prácticamente solo quedó la fachada.

De teatro a multicine

Con interrupciones en las obras a causa de la Guerra Civil, no será hasta 1941, el 2 de abril, para ser más precisos, cuando empieza la segunda época de este inmueble, con la apertura del Teatro de la Comedia, con platea y dos pisos con palcos y butacas, y una capacidad total de 1.246 asientos. Como demostración de que nada es inmutable y los equipamientos culturales tampoco y que todo acaba obedeciendo los signos de los tiempos, en 1960 el teatro se convirtió en cine, conservando, eso sí, el nombre de Comedia, posteriormente descastellanizado y convertido en Comèdia, que trae asociado hasta la actualidad. Con su situación privilegiada se convirtió en uno de los principales cines de estreno de la ciudad en una época en que, hay que recordarlo, cada barrio tenía su sala de cine.

También como signo de los tiempos y a consecuencia de las innovaciones técnicas, las nuevas necesidades y también las reconversiones a causa de la crisis del sector, el Comèdia afrontó dos grandes reformas, una en 1983 y otra en 1995, que dio como resultado la división en cinco salas siguiendo la tendencia a reconvertir las grandes salas en espacios multisalas. La principal contaba con 839 butacas, una mediana tenía 224 plazas y las otras tres, 153 cada una. En manos de la exhibidora Yelmo Cines desde 2017, el fin de esta época ha quedado fijado para este domingo, 14 de enero del 2024, cuando se proyecten las últimas sesiones cinematográficas.

Un futuro incierto pero abierto

Con respecto al futuro, nada está escrito todavía, pero hay que tener presente que el punto de partida es un inmueble catalogado y de propiedad privada, lo cual garantiza que no será derribado y al mismo tiempo indica que se querrá explotar comercialmente, como ya hace con dos locales de los bajos, donde hay comercios de las firmas Massimo Dutti y Guess. Por eso mismo es cierto que el chaflán es indudablemente goloso, el más codiciado del Eixample, justo en medio de una zona colonizada por las grandes marcas de moda y las tiendas de lujo. La noticia del cierre, más allá de las lamentaciones de los cinéfilos, los nostálgicos y los que son las dos cosas al mismo tiempo, abre una nueva época para la finca, con todo un abanico de posibilidades abiertas. Sin ir más lejos, hay bastante con recordar que el cine Urgell es ahora un supermercado y que el Palau del Cinema pronto será un edificio de viviendas de lujo. La propiedad, en todo caso, se limitó a señalar que buscaría un nuevo operador que propusiera una "actividad de mayor valor añadido en la ciudad y que ofreciera un compromiso a largo plazo con la explotación del espacio", dando a entender que ya había inversores interesados.

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La fachada del cine Comèdia es el único elemento que, a pesar de los cambios, se conserva del original Palau Marcet / Foto: Carlos Baglietto

Ahora bien, la noticia del cierre del cine fue seguida del posicionamiento del Departament de Cultura en favor de buscar alternativas que permitieran preservar al menos la esencia y la memoria cultural del cine. La consellera, Natàlia Garriga, manifestó este mismo miércoles la intención de evitar la pérdida de un "cine histórico" abriendo la puerta a su utilización como equipamiento cultural, o destinándolo a otros usos como sanitarios, docentes, religiosos o de servicios de la administración. De hecho, la finca está calificada urbanísticamente como equipamiento, que entre otras cosas impide su uso residencial. En todo caso, Garriga anunció la disposición a hablar con el Ayuntamiento de Barcelona para encontrar una vía de salida al local. A falta de novedades, solo una constatación, el espacio ya fue teatro en el pasado y conserva una gran sala de más de 800 butacas. Además de un lugar importante en la memoria colectiva de muchos barceloneses.