La calle de Balmes de Barcelona nació del tiralíneas de Ildefons Cerdà, que la concibió como la vía 26 de su proyecto de Eixample, con un recorrido de mar a montaña que unía la Gran Via en el ámbito de la actual plaza Universitat con la Diagonal. Tras varias correcciones la actual calle de Balmes mide casi cuatro kilómetros de largo, más del doble que la vía inicialmente concebida, y con dos tramos bien diferenciados, el rectilíneo del tramo inicial, al más puro estilo Eixample, y el que desde la Diagonal se encarama hasta la avenida Tibidabo, con un recorrido más sinuoso que aprovecha el recorrido de la antigua riera de Sant Gervasi.
La de Balmes es, precisamente por esta configuración, una calle singular de Barcelona, pero lo es también por su historia ferroviaria, porque la evolución de la calle va íntimamente ligada al paso del Tren de Sarrià, los actuales Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya (FGC). La simbiosis tren-calle es, en este caso, tan distintiva, que una realidad es inseparable de la otra. Por eso mismo es justificable y del todo oportuna la reciente edición del libro El carrer de Balmes. Aproximació històrica (Mirador Llibres, 2025), una obra que complementa otros trabajos del pasado ferroviario de Barcelona como los libros sobre los tranvías del llano, de Collserola o del Maresme.

Como es la tónica de estas obras, escritas por el especialista Gerard Roger, este volumen dedicado a la calle Balmes reúne textos breves, pero precisos con una ingente profusión de fotografías históricas que redescubren al lector una Barcelona en blanco y negro que, favorecida por el crecimiento del transporte público, en este caso el ferrocarril, se hizo grande a fuerza de fagocitar los pueblos del llano y llegar a las estribaciones de Collserola. Tanto es así que la gran Barcelona de principios del siglo XX no se entiende sin la proyección de un transporte público que une barrios y villas, posibilitando el movimiento entre los trabajadores y las fábricas tanto como entre los patricios y las segundas residencias, en este caso, de las villas de Sarrià y Sant Gervasi.
Una calle con vía de tren
La creación de la calle 26 del Eixample, bautizada en honor al filósofo osonense Jaume Balmes por obra y gracia del nomenclátor de Víctor Balaguer, no preveía, inicialmente, que fuera una calle ferroviaria. Pero en 1863 se determinó que el ferrocarril de Sarrià llegaría al centro de la ciudad por esta calle. Desde entonces y hasta el soterramiento definitivo de la línea entre los años 1926 y 1929, la calle de Balmes estuvo condicionada por el paso de un tren que, además, lo hacía en superficie, a diferencia de la calle Aragó, donde el tren pasaba en trinchera. Este hecho comprometió durante tiempo la misma construcción de edificios, ya que no era una primera opción para los futuros residentes o, como se indica en la obra, “las molestias por el humo y el gran estruendo de las locomotoras a vapor” no facilitaban la edificación.
Ahora bien, la electrificación de los trenes a principios del siglo XX supuso un salto cualitativo, ya que el paso del tren aún era una molestia para los vecinos, pero algo más soportable. Con todo, la existencia de un tendido ferroviario en una calle cada vez más poblada comportó, de manera casi inevitable, un aumento de los accidentes y, en una tónica barcelonesa que ha llegado hasta nuestros días, se optó por el soterramiento para satisfacer las demandas populares. En Barcelona, es bien cierto, cada vez hay menos lugares donde disfrutar del simple placer de ver pasar trenes, y la megaestructura de la Sagrera aún lo hará más difícil.



En todo caso, el proceso hasta el soterramiento de las vías no fue fácil, con estadios intermedios como la protección del ferrocarril con vallas de madera, que evitaban accidentes, pero generaban protestas de los vecinos que tenían que hacer recorridos más largos hasta los pasos habilitados. El soterramiento finalmente fue posible gracias a un acuerdo entre el Ayuntamiento de Barcelona y el gobierno español que daba luz verde a la obra que eliminaría el tren de la superficie de la calle Balmes, que se concluyó, en el tramo del Eixample, en el año 1929, gracias a una obra de soterramiento que, además, se hizo sin suspender la circulación regular.
En cuanto al tramo de la calle Balmes por encima de la Diagonal, ya en el actual distrito de Sarrià - Sant Gervasi, la urbanización de la vía estuvo condicionada también por la creación de una nueva línea, ya soterrada, hacia la avenida Tibidabo, de manera que esta segunda parte de la calle también se convirtió en ferroviaria. De hecho, inicialmente se preveía alargar la línea por la avenida Tibidabo hasta la parada inferior del funicular, pero este proyecto no llegó a realizarse. En todo caso, la obra referenciada es un buen testimonio de una época de una calle con un pasado ferroviario que determinó parte de su historia.
Imagen principal: Una unidad Brill cerca de la calle de Bergara en los años veinte del siglo pasado / Foto: Mirador Llibres