L’advocat Gonzalo Boye (Viña del Mar, Xile, 1965) aborda en un nou llibre, ¿Cloacas? Sí claro, el tercer que publica a Roca Editorial, la seva feina al capdavant de la defensa jurídica de Carles Puigdemont i d’altres dirigents de Junts, com el conseller Lluís Puig, que el passat mes de gener va aconseguir una de les victòries més destacades dels polítics independentistes a l’exili, amb el rebuig del Tribunal d’Apel·lacions de Brussel·les a l’extradició sol·licitada pel jutge instructor Pablo Llarena. 

Precisament, reproduïm aquí un ampli extracte d’un capítol que es refereix a aquell episodi. El llibre, però, recull també el cas de presumpte blanqueig obert contra el mateix Boye i que l’advocat denuncia que obeeix a una persecució judicial arran de la seva feina de defensa dels líders independentistes. En els fragments que avança El Nacional.cat figura la declaració de l’advocat a l’Audiència Nacional per demostrar aquesta falsedat. El llibre estarà a la venda a partir del proper dijous, 18 de març.

"Enero de 2021

Este mes no iba a ser sencillo, pues vendría marcado por diversos temas como la sentencia de Lluís Puig prevista para el 7 ante la Corte de Apelaciones de Bruselas, la audien­cia del suplicatorio señalada para el 14 en el Parlamento Europeo y las indagatorias del proceso que con tanto inte­rés personal estaban siguiendo la jueza Tardón y el fiscal De Lucas en mi contra.

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Es imposible negar que este procedimiento me estaba afectando, y me afecta, en lo emocional; a nadie le gus­ta verse acusado de algo que no ha hecho, mucho menos cuando se es absolutamente consciente de las razones por las cuales se le persigue y se conoce ya el cómo se ha mon­tado toda esta persecución.

En todo caso, el problema no es tanto cómo esto afecta en lo anímico, que en definitiva es algo íntimo, sino en el trabajo a desarrollar, porque además de ocuparme de mi problema tenía, en paralelo, que ir trabajando y solven­tando múltiples cuestiones que afectan a la defensa de los exiliados y de otros políticos catalanes como el president Torra o Laura Borràs, así como de otras víctimas de la re­presión como Josep Lluís Alay y Lluís Escolà.

 

Libro cloacas Gonzalo BoyePortada del nou llibre de Gonzalo Boye: '¿Cloacas? Sí, claro' (Roca Editorial) 

Una a una se iban practicando las indagatorias sin sorpresa alguna; Isabel estaba ahí y en los recesos nos informaba de los detalles; se estaba dando una auténtica paliza también bajo una tremenda presión en lo emocio­nal.

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Durante los más de dos años en que secretamente se me ha estado investigando, nadie, absolutamente nadie se puso en contacto con el TSJM. Cuando se lo hicimos ver a la jueza, ella se negó a que se pidiese a dicho Tri­bunal copia íntegra de todo el expediente… Era eviden­te que esa sentencia firme le complicaba los planes y el relato porque, como digo, un hecho no puede ser y dejar de ser al mismo tiempo, no sin vulnerar derechos funda­mentales muy concretos.

Por lo tanto, de una parte el SEPBLAC, que es la máxi­ma autoridad española en materia de blanqueo de capitales, no había detectado blanqueo alguno, y de otra tampoco lo habían hecho los cinco jueces del TSJM que se pronuncia­ron en el recurso que habíamos interpuesto. Ni al fiscal Ignacio de Lucas ni a la jueza parecía importarles nada… El objetivo era yo y el resto era secundario

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En medio de todo esto, y mientras González Rubio montaba su numerito en la Audiencia Nacional presen­tándose como una pobre víctima, una simple «mula» al que pillaron trasladando dinero de un narco (al que tam­bién se acusa de dos homicidios en grado de tentativa), el Tribunal de Apelaciones de Bruselas desestimaba la ape­lación que el fiscal belga interpuso en contra de la senten­cia de 7 de agosto de 2020 por la cual se denegó la entrega de Lluís Puig, basándose en una de nuestras alegaciones: la falta de competencia del Supremo para entender de este procedimiento y, por tanto, también para reclamarle a él y a todos los demás exiliados.

El Tribunal de Apelaciones de Bruselas iba mucho más allá de lo que fue el juez Coopens el 7 de agosto. Ahora no solo se reforzaba el tema de la falta de competencia, sino que, además, entraba a sustentar su decisión en algo que venimos alegando desde noviembre de 2017: la vulnera­ción del derecho a la presunción de inocencia en los tér­minos en que viene establecido en la Directiva de la Unión Europea 2016/343 de presunción de inocencia.

Este punto para nosotros era y es clave por diversas razones, pero, sobre todo, porque es lo que mejor refleja la persecución política a la que se ha sometido a los exiliados y a los condenados. En dicha persecución la primera vícti­ma fue la presunción de inocencia y la segunda la verdad.

Con ese pronunciamiento el Tribunal de Apelaciones de Bruselas cerró la puerta a cualquier recurso de casación, porque tal apreciación se hizo en función de la prueba prac­ticada a lo largo de la tramitación del recurso y luego en la propia vista del 10 de diciembre. Se trataba de una valo­ración de prueba que no es revisable en casación. El fiscal lo supo inmediatamente, pero tardó 24 horas en anunciar que no recurriría porque, imagino, quería meditar y repo­sar una decisión de tales características, que, además, tiene una serie de implicaciones de futuro.

El tema de la presunción de inocencia, en términos de las normas europeas, es bastante claro, y están prohibi­das, por entender que las vulneran, ciertas prácticas que en España son el pan nuestro de cada día, y que deben ser erradicadas si queremos que la Justicia actúe conforme a parámetros europeo.

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Establecer, como se hace en la sentencia de Lluís Puig, que existe un riesgo claro de vulneración del derecho de la Unión en materia de presunción de inocencia era tan importante como acreditar que el Supremo carecía de competencia para estos hechos, cosa que ya habían dicho Naciones Unidas, diversas ONG internacionales y tam­bién el juez Coopens en agosto, de cuya sentencia traía causa la actual.

Eran momentos muy tensos porque todos los medios estaban tratando de conocer la resolución y por obligación legal no podíamos divulgarla; además, estaba escrita en neerlandés.

Simon fue el encargado de ir a buscar la sentencia y Lluís le acompañó, pero por cuestiones de agenda del Tri­bunal se fue retrasando la notificación. Los nervios iban en aumento y yo tenía la mente compartimentada entre la indagatoria de González Rubio y el Tribunal de Apela­ciones de Bruselas.

En cuanto Simon nos subió la sentencia al chat de abogados comencé su lectura, tal cual se hace en estos casos, por el final. Denegaban la entrega y ahora había que saber los motivos.

No hablo neerlandés, pero lo puedo leer a una velocidad más o menos razonable y me fui enterando del tema al mismo tiempo que hablaba con Costa, Cekpet, el president Puigdemont, Lluís, Toni, Clara y todos los que iban lla­mando en esos momentos. Además iba escribiendo en el chat del despacho para que Isabel y el resto de compañeras y compañeros se enterasen de un éxito sin precedentes, que ponía punto y final a la persecución de Lluís y vaciaba de sentido al propio suplicatorio.

Cuando terminé de leer los fundamentos jurídicos de la sentencia, tuve claras dos cosas: que daba lo mismo el resultado del suplicatorio y que ninguno de ellos sería nunca entregado… Era jaque mate y ahora dependería del Supremo establecer en cuántas jugadas se terminaría la partida.

La alegría era inmensa, difícilmente expresable. Minu­tos después tenía que entrar en una rueda de prensa tele­mática que se había organizado desde Bruselas. Mi teléfo­no echaba humo y, al mismo tiempo, la otra parte de mi cerebro estaba en la Audiencia Nacional, en la declaración de González Rubio… No podía quitarme eso de la cabeza y me estaba amargando uno de los mejores momentos de mi carrera profesional.

Christophe no paraba de enviarme mensajes. Él, que forma parte del equipo de defensa de Assange, llevaba dos triunfos monumentales en una semana y me espoleaba con eso… La verdad es que nos reímos mucho y era inevi­table, pues después de años de tensión por fin cerrábamos un importante capítulo: el de la entrega de Lluís, que ya nunca se produciría.

Después de la rueda de prensa pude hablar con el presi­dent Puigdemont, que era muy consciente de lo relevante de la sentencia y de lo que realmente habíamos ganado… Después de unos segundos me dijo: «Este era tu efecto do­minó, es brutal».  

El resto del día estuve dedicado a atender medios y a se­guir coordinándome con Costa y Cekpet porque teníamos una serie de temas que no dejaban margen para la cele­bración. Por otra parte, solo quería que llegase Isabel y me contase los detalles de la declaración de González Rubio; era muy importante para mí y en días como ese cobraba más sentido, si cabe, el hecho de estar siendo persegui­do por hacer cosas como las conseguidas: demostrar que existe otra forma de hacer buen derecho y que, además, es conforme con los principios básicos de la Unión Europea.

Isabel llegó por la tarde, agotada de tantas horas en la Audiencia Nacional, pero, sobre todo, por la tensión de es­tar viendo cómo un tipo se descuelga con una y otra men­tira en contra de tu pareja; para ella esto es muy duro, pero ha sabido siempre estar a la altura y mantener la cabeza fría e implementar la estrategia de defensa que habíamos diseñado.

Los detalles que me contaba Isabel no dejaban de lla­marme la atención, pero su resumen fue muy lapidario: «Ha metido más y más la pata… ahora toca desmontarle todo».

Lo que a Isabel más le llamaba la atención es que todo lo que había dicho González Rubio lo hizo a preguntas de su abogado, es decir un «compañero» estaba siguiendo una estrategia de «defensa» que pretendía hundirme y, de paso, cargarse el derecho de defensa en términos generales… lo que él no sabía era que me estaba haciendo un favor al mentir y mentir, y también que su estrategia de defensa solo serviría para perjudicar a su defendido.

Este tipo de estrategias se basan siempre en la búsque­da de un beneficio a cambio de decir lo que sea; no es este el primero ni será el último de los procedimientos en que se usen estas «técnicas» a cambio de beneficios de todo tipo… En el caso de González Rubio se trataba de conser­varle el patrimonio, que hasta ahora no ha sido tocado a pesar de constar suficientemente acreditada en la causa la existencia de ese patrimonio y de toda la ingente actividad económica que mantenía y mantiene esta persona, a quien jueza y fiscal presentaban como una simple «mula» porta­dora de dinero ajeno.

(...)

Éramos conscientes de que habría mucha hostilidad por parte de los miembros de la Comisión de Asuntos Jurídi­cos pertenecientes a Vox, PP y Ciudadanos, que llevaban meses preparándose para realizar una performance des­tinada más a sus respectivas parroquias que a sus compa­ñeros del Parlamento… No nos preocupaba y estábamos convencidos de que eso iría en nuestro favor.

Terminamos tarde y cuando Toni, Clara, Laura y Aleix se marcharon, nos quedamos los cuatro hablando un rato más hasta que Costa y la otra persona se fueron también al hotel que habían conseguido; por mi parte subí a acos­tarme y el siguiente recuerdo que tengo es cuando sonó mi despertador a las cinco y media de la madrugada.

Ya era 14 de enero, un día muy importante y para el cual nos veníamos preparando desde primeros de 2019, cuando el president Puigdemont, Toni Comín y Clara Ponsatí deci­dieron presentarse a las elecciones europeas que se celebra­ron el 26 de mayo de ese año.

A primera hora tenía que ir a Bruselas, había quedado con Christophe para una reunión en la que revisaríamos las consecuencias de la sentencia de Lluís Puig de la se­mana anterior y dejaríamos planificado el curso de acción para los siguientes meses.

Bruselas estaba vacía y así lo pude comprobar durante el trayecto que caminé con Christophe entre la estación Cen­tral y su despacho. Como suele suceder entre quienes nos co­nocemos desde hace tantos años y nos une una buena amis­tad, la primera parte estuvo dedicada a cuestiones personales para, una vez sentados en su despacho, entrar en materia.

Christophe estaba también muy preocupado por la ca­cería a la que yo estaba siendo sometido, especialmente por mi procesamiento. Revisamos una serie de documen­tos que le llevé, de los cuales se desprendía, claramente, que estábamos ante un montaje, le expliqué cómo intenta­ríamos desmontarlo y, sobre todo, los tiempos en los que iríamos dando cada paso para implementar una estrategia de defensa que sigo confiando sea la acertada.

Nada más salir de su despacho deshice el camino has­ta la estación Central y cogí el siguiente tren a Waterloo, donde me esperaban Costa, la persona que le acompañaba y el president Puigdemont. La idea era comer algo ligero y a las 15.30 horas salir ya rumbo al Parlamento.

Durante la comida ya no hablamos de la audiencia, ese tema estaba zanjado, y nos dedicamos a comentar anéc­dotas de otras situaciones ya vividas y a pensar en los es­cenarios futuros, que es algo que siempre ayuda de cara a hacer lo que toca en el momento adecuado. Sin planifica­ción y estrategia nada de lo conseguido hasta el momento hubiera sido posible.

A las 15.30 horas en punto salimos de Waterloo, en co­che, el president Puigdemont y yo rumbo al Parlamento; por los protocolos implementados a raíz del covid solo podían entrar los diputados, un asistente por diputado y, en este caso, yo como abogado de ellos tres. Costa y la otra persona que le acompañaba se quedaron en Waterloo y no paraban de enviarme mensajes con cosas que podían ser útiles.

Al llegar al Parlamento fuimos hacia la entrada prin­cipal y, a pesar de la inusual laxitud de los guardias de seguridad, esperamos fuera a que viniese Valeria, la res­ponsable del caso en la Secretaría de la Comisión; la per­sona que había gestionado mi acreditación y con la que coordinamos todo lo referente a la audiencia.

Nada más pasar el control, ya con mi acreditación, su­bimos a las oficinas que ocupan los eurodiputados y sus respectivos equipos y nos reunimos con Clara, Toni, Aleix y Laura; estos dos últimos me soltaron una serie de car­petas con impresiones de lo que habíamos decidido el día anterior, todo perfectamente ordenado, indexado, marca­do con rotulador y con cuantos detalles fuesen relevantes para encontrarlos y usarlos en el momento en que se nece­sitase… Así da gusto trabajar.

Aleix y Laura, cada uno en su estilo, son piezas fun­damentales porque están atentos a todo, saben cómo fun­ciona el Parlamento y son capaces de solucionar cualquier cosa a una gran velocidad.

A las 16.30 horas el president dijo: «Vamos ya, no pode­mos llegar tarde» y todos nos pusimos en marcha… Bue­no, casi todos porque Toni Comín estaba al teléfono y una vez más hacía ademán de llegar tarde. Le hicimos gestos para que nos fuésemos ya, pero Toni, que siempre llega tarde, estaba en esta ocasión gestionando bien el tiempo porque nos encontrábamos a menos de cuatro minutos de la Sala donde se celebrarían las audiencias.

A pesar de que el Parlamento Europeo parece un labe­rinto, no es demasiado difícil encontrar los sitios porque todo está bien señalizado, así que rápidamente caminamos hasta la Sala de Audiencia designada y justo al girar para acercarnos a su puerta nos encontramos de frente con un grupo importante de periodistas, no solo catalanes y espa­ñoles sino también de otros países… Comenzaba a cum­plirse la peor pesadilla de la extrema derecha: el Parlamen­to Europeo se estaba llenando del «caso catalán».

Valeria nos indicó cómo serían las audiencias, el turno de estas y que ella saldría a buscarnos cuando llegase el momento; la hora señalada eran las 16.45 horas, pero te­niendo presente que parte importante de los miembros de la Comisión entrarían por conexión remota, no nos extra­ñó que se retrasase unos veinte minutos.

Por normativa legal no puedo contar nada de lo sucedi­do dentro ni de lo que hace referencia a datos concretos del procedimiento, pues prima la regla de la confidencialidad; es una regla cuyo sentido no es otro que el de garantizar la presunción de inocencia y la honorabilidad de cualquier eurodiputado que se vea sometido a un suplicatorio. En este caso, no obstante, sería mucho más adecuado atender al planteamiento de los afectados, que no quieren ampa­rarse en dicha regla sino poner luces y taquígrafos a todo el procedimiento que, en definitiva, acredita que estamos ante una persecución política.

Las comparecencias, una tras otra, se alargaron bastante más de lo previsto y mucho más de lo que algunos hubiesen deseado, pero el tema merecía dicha extensión.

Al salir, los periodistas seguían allí, cumpliendo con su deber, pero lamentablemente tuvimos que explicarles que no podíamos decir nada y seguimos nuestro camino hasta el despacho de Toni, donde nos volvimos a reunir para una primera evaluación.

Fue una media hora durante la que, entre comentario y comentario, lo que estaba claro es que salíamos muy con­tentos. Aleix y Laura querían todos los detalles y Costa tampoco paraba de hacerme preguntas… Mi teléfono echa­ba humo porque Isabel, Batet, Rius, Alay y todos no para­ban de enviar mensajes para saber qué tal había salido todo.

Todos estábamos cansados y el viernes no sería menos ajetreado ni menos intenso. El president Puigdemont y yo nos marchamos hacia Waterloo y el resto se fueron a sus casas, era tarde y allí ya no teníamos nada más que hacer.

Al llegar a Waterloo, Costa y la persona que le acompa­ñaba me sometieron a un duro y desordenado interrogato­rio, por lo que me puse firme y pedí poder hacer el relato en orden; todos nos reímos y así fue como comencé a ex­plicar los detalles, a la vez que íbamos viendo de qué modo los encajaríamos en el trabajo que estábamos terminando para presentar en los próximos días.

Cuando me dieron una tregua nos fuimos a la co­cina y entre los cuatro preparamos algo para cenar. El cansancio ya estaba pasando factura, y al día siguiente todos teníamos agendas complicadas: a Costa le habían cancelado el vuelo de regreso, así que él y su acompa­ñante tendrían que ir en tren hasta París, el president tenía que estar en la televisión belga a las 7.10 horas y yo quería salir de Waterloo a Madrid a las 6.30 horas.

La noche se me hizo muy corta porque me levanté sobre las 5.30 horas para terminar un artículo que tenía que entregar ese día. Una vez duchado y con mi equipaje listo, bajé a la cocina y me preparé un café, momento en que apareció el president Puigdemont, que ya se había puesto en marcha para su comparecencia en la televisión belga.

Intercambiamos algunas impresiones y antes de marcharse me recordó que no había prisa, que regresase con calma a Madrid. También me deseó mucha suerte para mi declaración indagatoria prevista para el lunes siguiente, el 18 de enero a las diez de la mañana.

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El lunes 18 me levanté muy temprano, como siempre, pero teniendo claro que no era un día más, pues debía com­parecer ante la Audiencia Nacional y prestar declaración como procesado por unos hechos que no eran ciertos y que formaban parte de un claro montaje cuyo fin era destruir­me como profesional, como persona y sacarme de circula­ción durante muchos años. No me perdonaban el trabajo bien hecho, en una nueva demostración de cómo funcionan las cloacas que tanto marcan el rumbo de España.

Producto de la tormenta de nieve, mi hija Elena estaba esos días en casa, haciendo las clases por videoconferen­cia, así que la despertamos a la hora de siempre y después de que desayunara, Isabel y yo nos fuimos a la Audiencia Nacional. Nuestra hija era ajena a lo que estaba pasando, pero no a la presión a la que hemos estado sometidos todo este año. Intuitivamente, me dio un gran abrazo y me dijo: «Que te vaya bien hoy en la oficina, papá». Eso bastó para enfrentar un día amargo y triste, si bien sirvió para inten­tar comenzar a revertir una situación que ya se arrastra por espacio de dos años.

En la Audiencia Nacional nos esperaba Paco, con quien nos tomamos un café y repasamos los últimos detalles. La noche anterior Costa y Rius me habían anunciado que ve­nían para acompañarnos a la comparecencia, lo que fue un gran gesto y un reflejo de lo que muchos desde Catalunya, Bélgica, el Reino Unido, Suiza, Alemania y tantos otros sitios habrían querido hacer: estar con nosotros.

A la hora prevista entramos en el edificio anejo a la Audiencia, donde están las salas de vista —que antes eran un aparcamiento subterráneo—, y nos dirigimos a la planta -2, donde se celebraría la misma.

Los golpes empezaron desde la propia puerta de en­trada, donde el policía encargado del acceso me hizo una pregunta muy inusual para un abogado que se estaba identificando como tal: «¿Hoy en qué condición viene?». Era evidente que sabía muy bien quién era yo y a qué iba ese día a la Audiencia Nacional. Simplemente le contes­té: «Como procesado», con lo que procedió a darme otra credencial distinta mientras Paco resoplaba y me decía: «Uf, qué mal».

A los pocos minutos llegó Isabel, que se había quedado esperando a Costa y a Rius. Una vez dentro nos saludamos todos y les agradecí la paliza del viaje y su presencia.

Estaba citado a las 10.00 horas, pero no fue hasta las 10.30 horas cuando salió una oficial a pedirnos las identifi­caciones y aproveché para indicarle que Rius y Costa, abo­gados en ejercicio, entrarían como parte de mi equipo de defensa. Esto le sorprendió y me dijo que tendría que con­sultarlo con la secretaria judicial, así que entré y expliqué que eran parte de mi defensa y que si quería le hacía, en el acto, una designación de ambos, pero no fue necesario.

A eso de las 11.00 horas salió la jueza a explicarnos que había un problema informático y que por eso el acto esta­ba retrasado. Nos pidió disculpas y yo pensé que estas no tendrían que ser por el retraso, sino por su trato personal desde que defiendo a los políticos catalanes, por haber in­tentado imputarme por distintos hechos dos veces y por haberme procesado en esta ocasión por unos hechos abso­lutamente falsos. Fueron muchos los motivos por los que pensé, y pienso, que debió disculparse, y sin duda el retraso no era el que me importaba.

A pesar de la experiencia acumulada en los muchos años que llevo ejerciendo como abogado, esta no sirve para volver a asumir la condición de procesado. No es un trago fácil, y menos cuando se tiene la absoluta convicción de ser inocente y víctima de una auténtica caza de brujas a la que se ha ido apuntando todo aquel que ve que puede sacar algún partido de esta situación.

Sobre las 11.30 horas nos hicieron pasar y de manera muy formal la jueza procedió a explicarme los «hechos» por los que me había procesado, a preguntarme si estaba de acuerdo con los mismos y si quería decir algo. Era sorprendente no ya el desapego a la verdad, sino, sobre todo, a los más básicos derechos de toda persona contra la que se sigue un procedimiento penal.

Los hechos, sus hechos, los presentaba como ciertos, con un carácter de cuasi definitivos y sin siquiera acudir a la fórmula clásica, en esa fase procesal, de «presuntamente», «indiciariamente», etcétera.

A su pregunta de si estaba de acuerdo con el auto de procesamiento le contesté con otra pregunta: «¿Con cuál de ellos? ¿El notificado a los medios de comunicación el 18 de diciembre o el notificado a mí el 28 de diciembre?». No se trataba de un juego de palabras, sino de una realidad en la cual primero existió una resolución notificada a los medios, y luego otra distinta finalmente notificada a mí y al resto de procesados.

Aclarado el tema, y dejada constancia de que eso vul­nera el derecho a la presunción de inocencia —lo mismo que pasó con Lluís Puig en Bélgica—, procedí a indicarle que por supuesto no estaba de acuerdo con dicho auto de procesamiento y que iba a contestar a las preguntas de mis abogados, entre los que estaban Francisco Andújar, Isabel Elbal, Josep Costa y Josep Rius.

Estoy convencido de que ni la jueza ni el ausente fiscal De Lucas, que no se dignó a presenciar ni esta ni ninguna de las demás indagatorias, esperaban que declarase, razón por la cual habían hecho señalamientos cada quince mi­nutos; pero declaré porque estoy ya cansado de aguantar mentiras, insultos, insidias y cuanta falacia se han ido in­ventando para criminalizar mi trabajo y destruirme pro­fesional, humana y económicamente.

La acusación se sostiene, única y exclusivamente, a partir del testimonio de dos coprocesados: Manuel Puen­tes Saavedra y Manuel González Rubio; cada uno con sus respectivos premios por mentir e incriminarme.

Nada más comenzar dejé claro que González Rubio no solo no era la «mula» o «correo humano» que la jueza des­cribe en el auto de procesamiento y que se permitió re­cordarme esa mañana, sino que se trata de un acaudalado empresario que continúa gestionando sus empresas desde la prisión; por tanto, que González Rubio mentía cuando hizo creer a la jueza que era un pobre desgraciado de la vida… No sé si la engañaba o si ella se dejaba engañar, porque las evidencias que tenemos son tan brutales que cuesta entender que no las conociera antes de procesarme.

También expliqué y acredité con pruebas incuestiona­bles que González Rubio era cliente de mi despacho desde hacía diez años. Por tanto, que mentía cuando, entre otras cosas, le dijo días antes a la jueza que me conoció en 2017.

Luego le expliqué que era falso, y acredité con pruebas irrefutables y que ya constaban en el sumario, que Gon­zález Rubio no había estado en las reuniones que le contó a la jueza, pues en esos días se encontraba en Latinoamé­rica. Por lo tanto, mentía al respecto. La jueza ya sabía esto, o por obligación legal debía saberlo, puesto que esos datos se encuentran en el sumario, si bien sepultados en más de 1,5 terabytes de memoria de escuchas telefónicas.

Como los ataques venían por dos lados, también expli­qué y acredité con pruebas incuestionables que jamás se habían producido las reuniones entre Puentes Saavedra y Sito Miñanco que tan alegremente trasladó la jueza al auto de procesamiento y consignó como una suerte de hechos probados en su resolución. Puentes Saavedra, como Gon­zález Rubio, mentía, y ahí estaba yo dándole un argumen­to tras otro con todas las pruebas objetivas e incuestiona­bles que ella debió analizar antes de ir a por mí.

Pero ahí no se quedó la cosa porque me permití acredi­tar, una vez más con pruebas irrebatibles, que tampoco se habían producido las reuniones entre Puentes Saavedra y González Rubio, en mi despacho, que ambos describían… vaya uno a saber a instancias de quién. Por tanto, y cono­ciendo el premio recibido por ellos, estaba claro que una vez más mentían.

Finalmente demostré, de forma irrefutable y en base a pruebas que constan en el sumario desde el año 2017, que el dinero que le intervinieron a González Rubio era suyo y no de Sito Miñanco, como sostiene la policía y luego rati­fican, previo premio, Puentes Saavedra y González Rubio. Por tanto, ambos mienten, y la tesis policial no es que haga aguas, es que no vale ni el papel en el que viene plasmada, ni mucho menos un procesamiento.

La jueza estaba nerviosa, le temblaban las manos e iba frunciendo el ceño a medida que desgranaba una a una las imputaciones que ella y el fiscal De Lucas construyeron sobre la base de los testimonios de dos coprocesados.

Paco me iba haciendo preguntas, cada vez más precisas, y yo las aprovechaba para hacer lo que habíamos acordado: contar la verdad, desmontar las falacias del auto de procesa­miento y decir todo aquello que me viniese en gana… Tanto Paco como Isabel, y Eduardo desde el hospital, me habían dado «libertad de discurso» para decir lo que se me antojase, y así lo hice.

Dejé muy claro el motivo por el cual estaba allí: defen­der a los políticos catalanes y hacerlo con éxito.

Dejé muy claro que teníamos todas las pruebas para acreditar lo que estaba diciendo, y que muchas constaban ya en la causa y otras se aportarían ese mismo día.

Hablé de los exiliados, de los presos políticos y del tra­bajo que exitosamente estábamos haciendo en Europa; sa­bía que eso no ayudaba en mi defensa, pero sí en mi co­herencia. No fui procesado por ningún delito, porque no lo he cometido, sino por defender, hacerlo bien y hacerlo desde el compromiso con aquello que defiendo.

Llegado un momento, Paco indicó que no tenía más preguntas, pero me abrió la vía a decir lo que quisiese con la clásica fórmula de: «¿Tiene usted algo más que decir?». Respondí mirando fijamente a la jueza: «Me voy a defen­der hasta el final, que no les quepa duda alguna».

Salimos de allí con la cabeza muy alta y sobre todo con la sensación de haber hecho y dicho no solo la verdad sino lo que correspondía. Cosa distinta es saber, en estos momen­tos, cómo terminará todo esto, pero no cabe duda de que ha sido un año intenso, un año extraño y, sobre todo, un año marcado por la pandemia y la actuación incuestiona­ble de unos aparatos paraestatales que, sí, son cloacas".

Foto principal: L'advocat Gonzalo Boye durant una vista al Tribunal General de la Unió Europea (TGUE), a Luxemburg, el desembre del 2020