Vivimos en una sociedad aquejada por múltiples males. La criminalidad persistente de bandas multirreincidentes que transitan con impunidad entre comisarías y juzgados. Las listas de espera en la sanidad pública, la inaccesibilidad de la vivienda, los resultados educativos mediocres reflejados en el informe PISA, y una corrupción que salpica tanto a la administración como a buena parte de la clase política. La lista es larga, sin duda.

Sin embargo, entre todos estos desafíos hay uno que destaca por encima de los demás. Un problema silencioso, estructural y persistente: la evolución estancada de los salarios reales.

📉 Evolución del salario medio real en España 1990–2023

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Desde 1993, el salario medio real en España apenas ha crecido un 3,6% en términos reales. En tres décadas hemos pasado de 29.588 euros a 30.654 euros. Prácticamente nada. Mientras tanto, los precios han seguido una tendencia opuesta:

📈 Evolución de precios

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Precios globales, salarios locales

El diagnóstico es claro: los precios se han globalizado, mientras que los salarios permanecen anclados a dinámicas locales. El resultado es devastador para la clase media: pérdida de poder adquisitivo, imposibilidad de acceder a bienes esenciales como la vivienda y, en general, un retroceso generacional evidente. Vivimos peor que nuestros padres, en una sociedad que financia a duras penas un Estado del bienestar que se tambalea.

Mientras tanto, economías como la china florecen. China está forjando una clase media en expansión, con acceso a niveles de bienestar que hoy nos resultan lejanos. Mientras nosotros lidiamos con unas pésimas cercanías, precios industriales de la energía 2,5 veces superiores a los de Francia y listas de espera interminables, en China proliferan taxis autónomos, trenes de 600 km/h y no hay listas de espera.

Productividad: la clave de todo

Paul Krugman lo resumía en 2021 con una frase lapidaria: “La productividad no lo es todo, pero a largo plazo lo es casi todo.”

Los recortes en Francia, las dificultades estructurales en Alemania, la deuda crónica en España o la incapacidad para financiar el sistema de pensiones —no en el futuro, sino ya— son síntomas de un mismo mal: una productividad estancada.

La frase de Krugman resuena una y otra vez y cobra todo su sentido cuando hacemos una simple observación. Los países que van bien son paises con una gran productividad, con una tecnología avanzada, y logran trasladarlas a todos los sectores productivos.

Falsas soluciones: limitar precios

Hay propuestas que se orientan a limitar los precios como si eso fuera posible, la vivienda ha sido en España el objetivo de este tipo de propuestas. Es bastante obvio que limitar precios limita los incentivos para construir más vivienda, es decir a medio o largo plazo no funciona, pero además al disminuir la oferta hace que el “casting” para obtener una vivienda sea aún más exagerado, perjudicando a aquellos que supuestamente pretendía beneficiar. Eso sí beneficia a los que son arrendadores y permite que puedan continuar en su vivienda, mientras el propietario no opte por venderla, claro.

Es decir, supone un alivio para unos pocos a costa de empeorar el problema para unos muchos y hacer aún más difícil su solución para todos.

Este es el mejor de los casos, otros precios como los iPhone, un café o una cerveza o la cesta de la compra en el supermercado, simplemente no es posible limitarlos.

En precios somos dependientes, en la medida en que estos son más o menos globales, algunos totalmente como los iPhone y otros a nivel Europeo como la vivienda.

Si tus vecinos ganan más y quieren mudarse a tu ciudad, pues los precios subirán, es obvio.

¿La única salida? Incrementar ingresos

No hay escapatoria: o ganamos más o nuestro modelo se erosiona. Y ganar más sólo es posible con mayor productividad y un modelo económico basado en nichos de innovación donde la competencia sea menor porque dispones de una solución temporalmente única o escasa.

Nuestra única solución como sociedad está en ganar más, y ello no es posible sin incrementar nuestra productividad y conseguir nichos que innovación donde la competencia sea limitada.

En buena medida tenemos un modelo productivo limitado por sectores de bajo valor añadido como el turismo. Ello sin duda lastra nuestras posibilidades, pero al tiempo proporciona riqueza, empleo y oportunidades. Este tipo de servicios también han atraído a una población con mayores dificultades de evolucionar hacia ocupaciones de mayor valor añadido. No cabe duda, pues, que encontrar una solución viable es problemático y no tiene nada de sencillo.

¿Qué podemos hacer, pues?

Buena parte del crecimiento del PIB español en los últimos años se explica por el aumento de la población. Pero el PIB per cápita —la verdadera medida de bienestar— apenas crece. En algunos países, como EE. UU., la inmigración genera contribuciones netas ya en la primera generación. En otros, como muchos europeos, no ocurre lo mismo.

La solución es una: incrementar la productividad, y para ello hay que incorporar tecnología en todos los sectores, desde la agricultura hasta los servicios públicos.

La buena noticia: estamos ante una nueva revolución tecnológica. La inteligencia artificial generativa, los coches autónomos y los robots humanoides están aquí. Y su potencial para multiplicar la productividad es inmenso.

La movilidad autónoma puede reducir los costes logísticos y de transporte personal hasta cinco veces. Los robots avanzan a una velocidad insospechada. Esta misma semana, la empresa china UBTree ha presentado un robot humanoide con movilidad avanzada e integrado con modelos de lenguaje, por tan solo 5.900 dólares. Imaginen su potencial en hostelería, logística, hospitales o atención domiciliaria.

El cambio es inevitable, no seamos los últimos de la fila porque pagaremos la fiesta

El cambio asusta. Eso es humano. Pero hay momentos en la historia en los que el cambio deja de ser una opción para convertirse en una necesidad. El cambio es inevitable. Luchar contra lo inevitable es de necios y te hace un perdedor inevitable.

Nuestro gran problema —el problema número uno— es la falta de crecimiento sostenible. Y este depende directamente de la productividad. La solución está en abrazar la tecnología y apostar decididamente por la innovación.

No hay alternativa. Simplemente, no la hay.