Hemos leído todos en la prensa que España ya ha alcanzado el porcentaje del PIB que la Unión Europea le exigía dedicar a defensa. ¡Qué bien! Lo sorprendente es que ese dato se comunica en agosto, cuando el año todavía no ha terminado. Es decir, se anuncia que ya se ha cumplido un objetivo que en realidad no puede calcularse hasta que acabe el ejercicio. Y, además, con dinero que ni siquiera se ha gastado todavía. Se ha asignado a futuro a ciertas partidas y, con esa contabilidad de anticipación, se da por hecho que el país ha alcanzado la cifra. A mí me parece de broma. Una noticia que da risa. Estamos hablando de gasto militar, de porcentajes del PIB, de miles de millones de euros. No de una partida menor. Y la Unión Europea lo presenta como un éxito.

Quiero detenerme en cuatro elementos. El primero es el más evidente: el cachondeo contable. Si yo en mi empresa o en mis cuentas personales digo que ya he ingresado lo que voy a facturar en diciembre, cualquiera me diría que estoy falseando la realidad. Y, sin embargo, cuando lo hace una institución europea, se presenta como un logro. Es pura ingeniería financiera al servicio de un titular. Y lo grave no es solo que se haga, sino que se haga con normalidad, como si no pasara nada.

En segundo lugar, la paradoja del ciudadano. A un autónomo, a una pyme, a cualquier contribuyente, no se le permite esta ligereza. La administración exige precisión, pagos trimestrales, sanciones si se adelanta mal una cifra. No hay margen para el error. El trato al ciudadano es de control férreo. El trato de la administración hacia sí misma es de una flexibilidad insultante. Y este contraste es sangrante. Porque al final, el que paga es el mismo: el contribuyente.

El trato de la administración hacia sí misma es de una flexibilidad insultante. El trato al ciudadano es de control férreo

En tercer lugar, la falta de transparencia sobre de dónde sale este dinero. No me quejo de que se invierta en defensa. Entiendo el contexto geopolítico. Pero sí me parece preocupante la manera. Si se asignan miles de millones de golpe, ese dinero tiene que salir de algún lado. ¿Qué partidas se recortan? ¿Educación? ¿Sanidad? ¿Investigación? No se explica. No hay debate parlamentario. No hay rendición de cuentas. Solo una cifra lanzada al aire que se vende como objetivo cumplido. Y estamos hablando de un esfuerzo fiscal enorme que se maneja con ligereza.

Y, en cuarto lugar, el golpe a la credibilidad europea. Europa se ha pasado años exigiendo disciplina fiscal a los países, imponiendo recortes y medidas durísimas en nombre de la estabilidad presupuestaria. Y ahora, con el gasto militar, se permite estos trucos de ilusionista. El mensaje que llega al ciudadano es devastador: lo que es rígido y estricto para unos, es flexible y maleable para otros. ¿Cómo confiar en instituciones que se comportan de esta forma tan asimétrica con su propia ciudadanía?

Si se asignan miles de millones de golpe, ese dinero tiene que salir de algún lado. ¿Qué partidas se recortan? ¿Educación? ¿Sanidad? ¿Investigación?

Todo esto no erosiona solo la credibilidad de Europa. Empieza a sembrar dudas más profundas sobre cómo estamos funcionando como sociedad.

Durante décadas vivimos en la ilusión de un oasis. Europa parecía un remanso de paz, un lugar donde las reglas funcionaban. Pero han bastado dos terremotos, el geopolítico y el arancelario, para que la marea baje y se vea quién no llevaba bañador en el mundo. Y lo que se ve preocupa. Porque Europa, en un entorno estable, parecía funcionar. Pero ahora que llegan las tensiones, se revela que tenemos carencias estructurales de funcionamiento que deberían alarmarnos. No es un problema de cifras. Es un problema doble: de funcionamiento y de confianza.

Europa no funciona bien. Reconozcámoslo de una vez por todas. Llevamos muchos años diciendo que, o damos un paso adelante y se centralizan políticas fiscales y no solo monetarias o esto no va a funcionar. Ahora que hay verdaderos problemas y nos enfrentamos a cuestiones que pueden determinar el futuro de muchos países y millones de personas se está viendo el riesgo y peligro de tratar de presentarnos al mundo como un bloque unido, compacto y coordinado cuando, en realidad, nos parecemos más a una comunidad de vecinos donde conviven familias bien distintas y con intereses bien dispares.

Europa, en un entorno estable, parecía funcionar. Pero ahora que llegan las tensiones, se revela que tenemos carencias que deberían alarmarnos

Las socialdemocracias tienen dos herramientas económicas fundamentales, la política monetaria y la fiscal. Haber cedido una sin haber cedido la otra ya es de por sí un problema porque es como conducir con freno, pero sin acelerador. Uno de dos pedales. Y a Europa le pasa lo mismo: ha de gobernar la totalidad con solo el acelerador y sin un freno.

Una treintena de coches en una misma competición, solo con un pedal y a punto de empezar una carrera contra las grandes potencias del mundo. Con un solo pedal, Europa se lanza a competir con China y Estados Unidos. Un pedal y un salpicadero que arroja parámetros de conducción tergiversados. ¿De verdad alguien cree que esta carrera puede ganarse así?

Esto empieza a ser un problema.