Háblale a la inteligencia artificial en su propio idioma
- Mookie Tenembaum
- Porto Ercole (Italia). Viernes, 24 de octubre de 2025. 05:30
- Tiempo de lectura: 2 minutos
El mayor secreto de quienes trabajan con inteligencia artificial (IA) no está en conocer algoritmos ni en tener acceso a supercomputadoras, está en saber pedir. El arte de conversar con una máquina se llama prompting, y aunque parece algo trivial, como darle una instrucción y esperar la respuesta, en realidad es el punto de fricción más grande en esta frontera tecnológica. Mucha gente se frustra porque la IA no les devuelve exactamente lo que quieren. Y ahí es donde aparece un concepto clave: recursive prompting.
Para comprender esta tarea evolutiva, imaginemos que queremos hornear una torta. Una manera es pedirle a alguien: “Hágame una torta”. Probablemente, obtengamos algo comestible, pero no necesariamente lo que teníamos en mente. Otra manera es ir paso a paso: primero pedimos la lista de ingredientes, después las cantidades, luego cómo se mezclan, más tarde cómo debe ser el horno, y al final armamos todo junto. Esa segunda forma de pedir da un resultado más parecido a lo que imaginábamos y nos permite controlar cada etapa. Eso es recursive prompting: dividir la instrucción en pequeños pasos que se retroalimentan hasta lograr la versión final.
En la práctica, cuando alguien le pide a la IA “escríbeme un artículo de mil palabras sobre la historia de la electricidad”, puede recibir algo genérico. Si, en cambio, la instrucción se desarma recursivamente, la IA responde mejor: primero arma un índice con los grandes temas, luego desarrolla cada parte, después agrega ejemplos y, finalmente, une todo en un solo texto. Cada salida parcial se convierte en la entrada para la siguiente etapa. Es como si uno hablara con la IA de la misma forma en que la IA se organiza internamente: paso a paso, corrigiendo y afinando en espiral.
Este modo de interacción da tres beneficios claros. Primero, ahorra tiempo: en lugar de recibir un texto que luego hay que reescribir entero, se va ajustando sobre la marcha. Segundo, ofrece más precisión: al trabajar por capas, cada sección se pule antes de integrarse. Y tercero, multiplica la creatividad: el propio proceso recursivo hace que surjan enfoques que no aparecerían en una única respuesta directa.
Mucha gente se frustra porque la IA no les devuelve exactamente lo que quieren. Y ahí es donde aparece un concepto clave: 'recursive prompting'
Hoy existen inteligencias artificiales capaces de generar prompts por sí mismas, lo que abre la puerta a modelos que ya no solo responden, sino que también saben preguntarse. Sin embargo, para la mayoría de los usuarios el desafío sigue siendo aprender a formular las instrucciones correctas. No hace falta dominar el lenguaje técnico: basta con adoptar una forma de diálogo más estructurada, más cercana a cómo razona la máquina.
La idea no es volverse programador ni especialista. Es pensar como la IA piensa. Si se quiere resolver un problema complejo, conviene imitar la lógica recursiva: pedir primero un esquema, después detalles, luego ejemplos y, al final, una versión integrada. Así se habla en el idioma de la inteligencia artificial. No se trata de complicarse, sino de descubrir que, al igual que en una conversación humana, el secreto está en cómo se formulan las preguntas. Y en este nuevo mundo, quienes sepan hacerlo no solo tendrán mejores respuestas, también llegarán antes a las soluciones.
Las cosas como son.