Una banda que no existe toca canciones que nadie compuso. Ningún instrumento, ningún ensayo, ningún estudio, ninguna gira. Solo un puñado de archivos generados con inteligencia artificial (IA). Así apareció Velvet Sundown en las plataformas: sin antecedentes, sin historia, sin presentaciones en vivo, sin entrevistas previas. Pero en cuestión de días, superaron los 500.000 oyentes mensuales en Spotify. También estaban en Amazon Music, Apple Music, Deezer. Cientos de miles de personas escuchaban sus temas. Nadie sabía quiénes eran. Los algoritmos los empujaron a listas de reproducción populares, y de ahí, la bola de nieve. La gente creyó que eran reales. Nadie lo verificó. 

Cuando la sospecha de que era una banda creada con IA se volvió imposible de ignorar, el vocero —que ni siquiera es un miembro real del grupo, lo admitió: sí, es todo un art hoax. Una broma. Pero también una demostración: usaron Suno, un generador musical con IA. Usaron voces sintéticas para dar continuidad. Mintieron diciendo que era música hecha en un bungalow californiano. Lo negaron en redes sociales. Se burlaron de los periodistas. Y todo funcionó mejor que si hubieran dicho la verdad. Porque la verdad es esta: la música ya no necesita músicos.

No es una exageración, es un hecho. Hoy una persona sola, sin conocimientos técnicos ni entrenamiento musical, puede generar una canción entera, con letra, melodía, estructura, instrumentación, mezcla y voz. Puede pedir una balada triste con guitarras acústicas y armonías vocales al estilo Fleetwood Mac, o un hit pop como Dua Lipa, o una fusión de reggaetón con techno berlinés. Y lo tiene en segundos, sin contratar a nadie. Sin lidiar con egos, caprichos o demoras ¿Para qué seguir formando músicos?

El caso de Velvet Sundown es solo la primera prueba masiva de que el sistema ya cambió. Y no hay vuelta atrás, los músicos ya no son necesarios. Los que ya existen, que toquen para sí mismos, como quien pinta acuarelas el fin de semana. Que disfruten de su hobby. Pero el que crea que va a vivir de eso, que se despierte. Esa carrera murió. Murió porque ahora cualquier resultado que puedan dar, una máquina lo da mejor, más rápido, más barato, más preciso, y sin errores humanos.

El fin de los músicos no es el fin de la música. Al contrario: habrá más música que nunca. Música perfecta, infinita, adaptada al gusto de cada usuario, reproducida por sistemas que entienden al oyente mejor que él mismo. Pero no habrá músicos. Y lo mismo ocurrirá pronto con actores, directores, guionistas, fotógrafos, editores. El arte sigue, los artistas desaparecen. Solo queda el producto, porque lo que importa, como siempre, es solo el resultado.

Las cosas como son