Las consecuencias económicas de la paz… en Oriente

- Fernando Trias de Bes
- Barcelona. Domingo, 12 de octubre de 2025. 05:30
- Tiempo de lectura: 2 minutos
Keynes tituló su célebre ensayo de 1919 Las consecuencias económicas de la paz. Advertía entonces que las reparaciones impuestas a Alemania tras la Primera Guerra Mundial serían insoportables. Que una paz mal diseñada podía convertirse en la semilla del siguiente conflicto. La historia acabó dándole la razón.
Más de un siglo después, la expresión vuelve a tener sentido. La devastación de Gaza obliga a pensar no solo en términos políticos o humanitarios, sino también económicos. Según estimaciones conjuntas de Naciones Unidas, la Unión Europea y el Banco Mundial, el coste de reconstruir el enclave superará los 50.000 millones de dólares. Más del 90% de los edificios está destruido o dañado. Si la paz es el horizonte, reconstruir será una de las tareas más colosales de este siglo.
En este contexto, se habla de que Estados Unidos podría liderar un plan internacional de aportaciones financieras. Sería una forma de reparación indirecta o de corresponsabilidad política. Es previsible que Estados Unidos exija a Israel que participe, al menos parcialmente, en ese esfuerzo económico. Washington mantiene vínculos estrechos con la economía israelí y con su red de aliados financieros. Por eso no es descabellado pensar que parte del coste de la paz recaerá sobre los hebreos, aunque no de forma oficial ni sanción, sino como contribución a un nuevo equilibrio regional.
Trump (que sueña con una “Florida de Oriente Medio”) ya ha insinuado su visión de reconstruir Gaza como un polo turístico y comercial. Una especie de “Benidorm del desierto” que transforme la destrucción en oportunidad. Es una idea que encaja con su pragmatismo y visión del mundo como el escenario de mil promociones inmobiliarias: convertir el desastre en ladrillos rentables, en una vitrina de poder económico estadounidense. Pero una paz basada solo en la rentabilidad económica y operaciones inmobiliarias corre el riesgo de repetir los errores de 1919: si la carga no se reparte bien, si la reconstrucción no incluye a todos los actores, la semilla del resentimiento volverá a germinar.
Si la paz es el horizonte, reconstruir Gaza será una de las tareas más colosales de este siglo
La paz solo será sostenible si las reparaciones y ayudas no se convierten en un lastre financiero para ninguna de las partes. Si Israel acaba asumiendo costes excesivos, crecerá la tentación de volver al enfrentamiento. Si, en cambio, la ayuda se diseña con lógica de inversión —con transparencia, supervisión internacional y beneficios compartidos—, la paz puede ser también un motor de desarrollo.
Porque reconstruir un territorio devastado no es solo una cuestión moral o humanitaria. Es también una oportunidad económica. Una inyección masiva de capitales puede dinamizar sectores enteros: construcción, transporte, energía, servicios tecnológicos. Para Europa, podría representar incluso un estímulo indirecto en un momento de estancamiento económico, a través de sus empresas de ingeniería, infraestructuras o energías renovables.
Pero, como ha ocurrido tantas veces, el riesgo de corrupción y mala gestión está ahí. Las ayudas pueden desviarse, los proyectos sobredimensionarse, las promesas diluirse en burocracia. Además, se ha pedido la retirada política —directa e indirecta— de Hamás como condición previa a la reconstrucción, algo imprescindible si se quiere que los recursos lleguen a donde deben llegar y no se pierdan en redes clientelares o ideológicas.
No basta con firmar acuerdos. La paz debe poder sostenerse económicamente. La factura de la guerra ya se ha pagado con demasiada sangre
Si la comunidad internacional logra coordinar este proceso con visión de largo plazo, las consecuencias económicas de la paz podrían ser positivas. Pero si se improvisa o se castiga en exceso, volverá la historia que Keynes advirtió: una paz que engendra la siguiente guerra.
En definitiva, no basta con firmar acuerdos. La paz debe poder sostenerse económicamente. La factura de la guerra ya se ha pagado con demasiada sangre. Ahora toca la factura que se paga con dinero. Esperemos que se repartan adecuadamente las cargas, costes y beneficios futuros, que los habrá.