Un reciente estudio de McKinsey ha puesto cifras a una realidad que muchos intuíamos: la productividad empresarial está cada vez más concentrada en unos pocos actores. Solo el 5% de las empresas analizadas —44 compañías en total— explican el 80% del crecimiento de la productividad entre 2011 y 2019. Si ampliamos la muestra a 8.300 empresas en Alemania y el Reino Unido, apenas un centenar concentran dos tercios de las ganancias en productividad

Lejos de tratarse de una anomalía, estas cifras reflejan una tendencia estructural: la productividad está directamente vinculada al grado y la velocidad de adopción tecnológica. Aquellas organizaciones que incorporan con éxito nuevas tecnologías —ya sean plataformas digitales, automatización o inteligencia artificial— se colocan en una posición de clara ventaja competitiva. Las que no lo hacen, quedan rezagadas.

Las cifras reflejan una tendencia estructural: la productividad está directamente vinculada al grado y la velocidad de adopción tecnológica

Esta dinámica se ve agravada por lo que los economistas conocen como la paradoja de Solow: aunque la tecnología transforma radicalmente la economía, muchas veces no lo hace de forma visible en las estadísticas agregadas. ¿Por qué? Porque cuando una tecnología se difunde de forma masiva y rápida —como ocurrió con los smartphones, las tablets o ahora con la IA generativa a nivel usuario— el mercado ajusta precios y equilibra los beneficios. Todos producen más y mejor, pero el diferencial se diluye. Y sin diferencial, no hay incremento visible en la productividad agregada.

Difusión masiva, impacto invisible

En sectores donde las barreras de entrada a la tecnología son bajas, como ocurre con muchas herramientas de IA generativa, la mejora de eficiencia es generalizada y rápida. Pero eso no significa que no exista valor: significa que ese valor es efímero y debe capturarse antes de que desaparezca por efecto de la competencia.

Sin embargo, en aquellos casos en los que la adopción implica cambios organizativos o estructurales, básicamente en todos aquellos casos que implica automatización en vez de aumentar las capacidades de los usuarios, la adopción es lenta y es allí donde se encuentra la oportunidad.

Lo contrario también es cierto: no adoptar tecnologías clave como Internet, automatización o IA deja fuera del mercado a empresas que ya no pueden competir en precio, calidad ni velocidad.

Tres momentos donde capitalizar la disrupción

A lo largo de cada ciclo tecnológico pueden identificarse tres fases que determinan el tipo de valor que puede capturarse:

  1. Descubrimiento: Permite obtener una ventaja temporal. Ser pionero es útil, pero no siempre rentable. Casos como el de Google —que introdujo los Transformers en su paper “Attention is All You Need”— muestran que incluso quien lidera en investigación puede perder la carrera si no encuentra una “killer application”. OpenAI lo hizo con ChatGPT y se quedó con el mercado.
  2. Establecimiento del estándar: En mercados digitales donde la dinámica es de winner-takes-all, quien establece el estándar se lleva casi todo el valor. Este camino, sin embargo, requiere velocidad, visión y capital. Está al alcance de muy pocos. Son los casos de Google en búsqueda, de Microsoft con el Office, de Nvidia con las tarjetas y el CUDA y ahora de OpenAI con ChatGPT.
  3. Adopción diferencial: Aquí es donde reside la gran oportunidad para la mayoría del tejido empresarial. Adoptar una tecnología no es simplemente implantar una herramienta, sino transformar procesos, modelos de negocio y cultura organizativa. Las empresas que lo hacen de forma estratégica logran ventajas competitivas sostenidas frente a competidores más lentos o reactivos.

Crear permite llegar antes, pero no asegura ganar. Establecer los modelos de referencia te permite dominar el mercado, aunque solo unos pocos pueden hacerlo. Para la mayoría de las empresas, la clave está en una adopción diferencial: transformar antes y con mayor eficacia que los demás. Llegar tarde tiene un coste que no puedes permitirte.

Las disrupciones son oportunidades estratégicas

En un entorno estable, las posiciones competitivas tienden a congelarse: la gran empresa conserva su poder, la pequeña sufre para escalar. Pero en momentos de disrupción tecnológica —como el actual con la IA generativa— se abre una ventana excepcional para ganar posiciones. Quienes transforman su organización con mayor rapidez que sus competidores tienen la oportunidad de adelantarles, algo improbable en contextos de estabilidad.

Mientras unos pocos innovan y marcan el estándar, la mayoría compite transformando. La disrupción tecnológica no premia al creador, sino al que se adapta más rápido.

Las disrupciones tecnológicas no solo generan desigualdades de productividad, sino que ofrecen una oportunidad estratégica para reposicionarse

Este es el verdadero mensaje del estudio de McKinsey: las disrupciones tecnológicas no solo generan desigualdades de productividad, sino que ofrecen una oportunidad estratégica para reposicionarse. No se trata solo de adoptar tecnología, sino de hacerlo antes y mejor que los demás.

Y ese es, quizás, el mayor reto: identificar cuándo una tecnología puede cambiar las reglas del juego, y tener la agilidad organizativa para aprovecharla antes de que el mercado la dé por descontada.