En mis charlas con directivos me he dado cuenta de que seguimos teniendo una idea bastante limitada de lo que es el riesgo. Casi todos lo identifican con una cosa: la posibilidad de que el precio de un activo baje. La volatilidad, los altibajos de la cotización o del valor de un activo. Y sí, esa es una dimensión del riesgo. Pero ni de lejos la única.

El riesgo es un concepto mucho más amplio. Y más importante aún: más posible de gestionar de lo que parece.

En materia de inversiones financieras, hay quien compra deuda pública. Y hay quien compra criptomonedas. A simple vista, uno invierte en estabilidad, el otro en volatilidad, esperando un retorno de doble dígito. Uno busca rentabilidad con baja exposición al precio, el otro busca multiplicar por cinco. Pero si algo he aprendido, es que el riesgo no está solo en el activo. Está, sobre todo, en el inversor.

¿Por qué digo esto? Porque el riesgo se multiplica cuando no se entiende aquello en lo que se invierte y, especialmente, en lo que rodea al activo. Es decir, cuando uno no sabe en qué está metido. Lo más peligroso no es comprar cripto. Lo más peligroso es comprar cripto creyendo que es como un depósito. O lo peligroso de invertir en renta fija es pensar que es líquida cuando no lo es.

El riesgo no está solo en el activo, está, sobre todo, en el inversor: se multiplica cuando no se entiende aquello en lo que se invierte

El riesgo tiene varias caras. Hay varios tipos de riesgo que deberíamos tener siempre presentes. Apunto algunos que suelen olvidarse:

El primero y, por supuesto, el clásico: riesgo de precio. Que el valor del activo baje. Pero este es solo uno más. El más visible. El que sale en pantalla. Pero no necesariamente el más determinante.

Poca gente se fija (si no son expertos) en el riesgo de liquidez: no poder salir de una inversión cuando lo necesitas. Esto le pasa a quien invierte en activos no cotizados, pero también en fondos con ventanas largas o sin mercado secundario. Mucha gente se da cuenta tarde. En criptos esto es un tema clave. Hay plataformas donde puedes entrar con tres millones de euros, pero solo puedes salir de tres mil en tres mil.

Después está el riesgo de contrapartida: ¿quién te debe el dinero? ¿Qué pasa si el emisor del activo no puede cumplir? Esto no es solo un problema de empresas. Los países también entran en default. El subyacente. ¿Qué hay aquí detrás? Son muchos los países, no solo iberoamericanos, sino también asiáticos que han impagado deuda pública a su vencimiento. Obtuvieron los inversores un 25% de intereses, pero perdieron todo el principal. Sri Lanka es un ejemplo reciente. Resultado: -75%. Pas mal.

En criptos, la liquidez es clave. Hay plataformas donde puedes entrar con tres millones de euros, pero solo puedes salir de tres mil en tres mil

Por eso hay que considerar el riesgo político. Los cambios gubernamentales o de poder que alteran las condiciones del activo.

Después tenemos el riesgo fiscal y legislativo, pues muchas decisiones de inversión se toman por la fiscalidad esperada. Pero esa fiscalidad cambia. Y cuando cambia, cambia la rentabilidad. Es a lo que en esta columna me he referido tantas veces como “inseguridad jurídica”. España es un claro ejemplo. Sin ir más lejos y hablando claro.

No podemos desdeñar el riesgo operativo. Inversiones que precisan de la acción humana y, por ende, la inversión está sujeta al riesgo de errores humanos, fallos de proceso, errores de ejecución. Desde una transferencia que no se realiza a tiempo hasta una orden mal cursada. Sí, también es riesgo.

Y, finalmente, el riesgo de inflación: cuando la rentabilidad nominal es positiva, pero en términos reales pierdes poder adquisitivo. Esta ha sido una gran lección de los últimos años.

Un mismo activo puede ser de alto o bajo riesgo dependiendo de quién lo compre, cuándo, con qué horizonte y con qué objetivo

¿Y cómo se gestiona el riesgo? Aquí es donde entramos los directivos. Porque lo que diferencia a un inversor especulador de un gestor profesional es precisamente esto: que el segundo se anticipa al riesgo. Lo identifica. Lo mide. Lo segmenta. Y, sobre todo, lo contextualiza.

Un mismo activo puede ser de alto o bajo riesgo dependiendo de quién lo compre, cuándo lo compre, con qué horizonte y con qué objetivo. La inversión, como la medicina, depende del paciente. Una misma dosis puede curar o matar. A veces, lo que creemos que es una inversión prudente es en realidad una bomba de relojería. Y al revés: lo que parece osado, si se entiende bien y se gestiona con control, puede ser incluso más seguro que muchas inversiones tradicionales.

Porque el riesgo no es nuestro enemigo. Nuestro enemigo es desconocer todas sus caras.