El motor económico de Europa se ha calado. La economía alemana, la indiscutible locomotora de la zona euro y el principal polo de crecimiento del continente, ha registrado un estancamiento preciso durante el tercer trimestre del año, según los datos avanzados publicados este martes por la Oficina Federal de Estadística. El Producto Interior Bruto (PIB) se mantuvo absolutamente plano, con una variación del 0%, entre los meses de julio y septiembre, un reflejo exacto de la incertidumbre y los cabos sueltos que asedian el modelo productivo alemán. La nueva cifra, meticulosamente ajustada para eliminar las distorsiones de los precios, la estacionalidad y los días laborables, dibuja una trayectoria preocupante: después de un primer trimestre con un ligero, aunque insuficiente, avance del 0,3%, la economía retrocedió un 0,2% entre abril y junio.

La suma de estos dos periodos ya configuraba lo que los analistas llaman una "recesión técnica", y el tercer trimestre, con su parada, confirma que la recuperación postpandemia se ha desvanecido y que el riesgo de una contracción más profunda es bien real. Los expertos económicos señalan un cúmulo de factores que explican esta parálisis. La inflación, aún persistente en los precios de la energía y los alimentos, continúa erosionando el poder adquisitivo de los hogares alemanes. El consumo privado, tradicional pilar de la demanda interna, muestra signos evidentes de debilidad, con los ciudadanos forzados a una prudencia extrema en sus gastos.

Simultáneamente, el sector industrial, el epicentro de la potencia exportadora alemana, se enfrenta a vientos en contra de gran intensidad. El encarecimiento de las materias primas, las disrupciones aún latentes en las cadenas globales de suministro y, sobre todo, la fuerte desaceleración de la economía china –uno de sus principales mercados– están pasando factura a fábricas y manufactureros. Los pedidos se estancaban, y la confianza de los inversores se encuentra en mínimos del año. No despreciable es el efecto de los tipos de interés. El Banco Central Europeo (BCE), en su batalla sin cuartel contra la inflación, ha continuado subiendo los tipos de interés, una medida que, si bien es necesaria para enfriar los precios, también actúa como un freno potente a la inversión y al crédito, tanto para las empresas como para las familias que pretenden financiar grandes adquisiciones.

El estancamiento alemán tiene implicaciones que traspasan con facilidad sus fronteras. Una Alemania débil significa una zona euro débil. La Comisión Europea y los estados miembros observan con preocupación cómo el principal contribuyente al presupuesto comunitario y el mayor mercado para los productos de sus vecinos se ve incapaz de tirar de la carreta europea en un momento de gran fragilidad global. Las previsiones para los próximos meses no son muy optimistas. La mayoría de instituciones financieras y organismos internacionales han revisado a la baja sus predicciones de crecimiento para Alemania para todo el año 2023, y muchas ya hablan de la posibilidad de una contracción leve pero simbólicamente devastadora en el cuarto trimestre.

El invierno, con su presión adicional sobre la demanda energética, se presenta como un reto colosal. En definitiva, la noticia del crecimiento cero es mucho más que una simple cifra estadística. Es el síntoma de una economía bajo asedio, que lucha por encontrar su nuevo rumbo en un panorama geopolítico y energético profundamente cambiado. La pregunta que resuena ahora en los círculos de poder de Berlín y Bruselas ya no es cuándo se reactivará el motor alemán, sino si este dispone aún del combustible y la resistencia necesaria para liderar Europa en esta nueva y turbulenta era.