Un año después de la DANA de Valencia, todavía observamos la absoluta desfachatez con la que funciona todo. Políticos que no asumen su responsabilidad, que se esconden y no cuentan la verdad; infraestructuras que no se cuidan, dinero que no se gestiona correctamente, falta de acción que ha costado vidas.
Un año después, España no sabe bien lo que sucedió. Nadie tiene claro por qué el agua invadió en cuestión de minutos, y las riadas asolaron a la población que caminaba con tranquilidad por las calles, sacando sus coches de los garajes, trabajando. Parece mentira, pero toda esta pesadilla es real. Y es tan real como la falta de explicaciones sobre la ausencia absoluta de servicios de emergencias desde el primer instante; de todos los servicios de emergencias que hubieran podido hacerse llegar desde cualquier rincón del Estado y desde países vecinos. ¿Cómo es posible que hubiera tantísima gente ahogándose, sola, muriendo encerrada o atrapada?
Fueron muchas las cosas que se pudieron hacer y no se hicieron. Y lo que es más grave, todavía: las que se debían hacer y no se hicieron, ni antes, ni durante, ni después, ni todavía después de un año.