En los últimos años, hemos asistido a una transformación profunda en el modo en que la sociedad percibe y afronta el odio. No hablamos solo de un sentimiento personal, sino de una realidad que está siendo tipificada, cuantificada y perseguida penalmente bajo la figura del delito de odio. Pero, ¿qué significa esto realmente? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí y hacia dónde vamos como sociedad?
Hoy, más que nunca, urge pensar qué tipo de sociedad queremos ser: una que responde al odio con castigos y represión, o una que decide apostar, radicalmente, por la construcción del amor y la comunidad. Porque el odio no se elimina reprimiéndolo, sino transformando su raíz. Y esa raíz—la convivencia, la fraternidad, el respeto—solo puede germinar si volvemos la mirada a lo humano.