A Steve Jobs, aunque su figura no me entusiasme, le debo el haber reunido presencia de ánimo y redaños suficientes como para mandar a tomar vientos a la farola a un cliente que, además de pagar tarde y mal y creerse mi jefe, tuvo un día la mala idea de recordarme que, cuando no trabajas para cumplir tus sueños, acabas contratado por alguien que sí se atreve a cumplir los suyos. Sólo por eso, ya le guardo cierta simpatía. Y esa admiración, lo admito, ha crecido además esta semana al enterarme que, según cuenta Walter Isaacson en su libro Steve Jobs, el fundador de Apple sentía algo tal que un odio africano por una aplicación que también a mí (y seguramente a ti) me repugna: el PowerPoint o, si lo prefieres, esa herramienta que sólo sirve para que burros que no saben nada guíen a otros burros que todavía saben menos. ¿Será por eso que Trump lo usa?

El refugio de los ignorantes
Quien sabe de lo que habla no necesita PowerPoint. Lo decía Jobs, por lo visto y según Isaacson, y yo, aunque no sea relevante para nadie más que mi mujer y según el día, lo comparto. Por eso, porque Jobs pensaba así, en Apple, las reuniones no incluían jamás presentaciones, diapositivas u órdenes del día. Eran, simplemente, encuentros en los que todos podían hablar y que se convocaban cuando había algo que solucionar o alguna novedad importante que comunicar y no por mera rutina. Sobre el asunto, Jobs fue siempre muy claro: “odio la forma en que la gente utiliza presentaciones de diapositivas en lugar de pensar. La gente se enfrentaba a un problema creando una presentación. Yo quería que participaran, que discutieran las cosas en la mesa, en lugar de mostrar un montón de diapositivas”, decía.
Muleta para necios
Si bien es cierto que las presentaciones puede ser útiles para compartir decisiones con un grupo de personas que no han tomado parte en el proceso de gestación de las mismas y van a tener que acatarlas, no lo son en modo alguno para articular encuentros en los que; a partir de un hecho, dato o circunstancia; hay que crear algo nuevo. Distraen, aburren y desvinculan. Y no lo dice Steve Jobs únicamente: lo dice un estudio elaborado por muy serios académicos.
Las ayudas visuales no son imprescindibles
El estudio en cuestión se elaboró en 2017 en Harvard y, según el mismo, la falta de compromiso y la escasa retención de la información que se presenta –es un clásico aquello de “¿nos pasarás la presentación por correo?”- son la norma en las reuniones en lo que importa más lo chula que es la presentación que ha hecho alguien que lo que ese alguien cuenta. En una reunión, concluye el estudio, no es imprescindible disponer de ayudas visuales para presentar nada: basta con un orador hábil y experto capaz de centrar sobre su persona y su discurso la atención del auditorio. De hecho, según Steve Jobs, el resultado es mejor si se puede contar con alguien así y, por eso, el procedía justo de ese modo cuando llegaba la hora de explicar algo importante. Las diapositivas, y esto ya es cosecha mía, no son más que aquellos dibujitos y textos trufados de colorines que los más repipis de tus compañeros de clase colocaban en los trabajos que presentaban. Antes de volver a torturar a alguien con un PowerPoint pregúntate donde están hoy aquellos virtuosos de la nada y dónde estás tú ahora. Y, sí, entonces lo verás: Steve Jobs tenía razón.