Roald Dahl, esté donde éste, se revuelve estos días un poco menos: después de que Puffin Books, el sello del conglomerado Penguin, que es actualmente propietario de los derechos de edición de sus obras en lengua inglesa, haya hecho pública su intención de “retocar” el contenido de los relatos para “adaptarlos al lenguaje inclusivo y no ofensivo”, las editoriales Alfaguara y Gallimard, propietarias de los derechos de edición de Dahl en, respectivamente, castellano y francés, han dicho que no, que ellos no piensan hacer nada parecido.

También son de Penguin

Alfaguara y Gallimard, pertenecen también a Penguin Books pero sus gestores, sin duda, parecen más sensatos e inmunes a las modas y las imposiciones que sus equivalentes ingleses. Así, en toda la Francofonía y el el orbe hispanohablante Augustus Glupp seguirá siendo un niño gordo, las brujas continuarán estando calvas debajo de sus pelucas, Matilda podrá leer a Rudyard Kipling y los umpalumpas seguirán siendo unos enanos y no unas personas pequeñas.

Justificaciones peregrinas

La Roald Dahl Story Company, empresa del grupo Netflix que gestiona los derechos de autor de Dahl explicaba su peregrina idea indicando que es la única forma de “asegurarse” de que “todos” puedan seguir disfrutando los relatos del que fuera piloto de la Royal Air Force y, a decir incluso de sus hijos, “arisco e imprevisible” padre. Habida cuenta que, poco antes de morir, se plantó delante de los cines en los que se estrenaba una adaptación de su relato Las Brujas con un megáfono para protestar porque no le gustaba el final, no es descartable que se las ingenie para volver de donde sea y leerles la cartilla a los que gestionan su obra. No olvidemos que Dahl, entre otras cosas, fue quien inventó los gremlins.