En los últimos años, desde la comunidad médica, se está realizando una gran campaña para informar a la población acerca de la necesidad de llevar a cabo una alimentación saludable para mejorar la salud del organismo y prevenir enfermedades como la obesidad, las patologías cardiovasculares o el cáncer.

En este sentido, la comida precocinada es uno de los grandes enemigos de la alimentación y debe ser consumida de forma ocasional, sobre todo, en el caso de los niños. Es cierto que existen alimentos precocinados de más calidad que otros, pero en el fondo, los procedimientos industriales que se utilizan para cocinarlos disminuyen de manera notable la calidad nutricional de los mismos.

Para que el producto sea lo más atractivo posible en el momento de la compra –y no suponga ninguna complicación para los consumidores–, se suelen emplear ingredientes que no deberían estar presentes en nuestra dieta de manera frecuente. Por ejemplo, las grasas saturadas, los azúcares o los almidones incluidos de forma artificial para vender más.

Estantería

Los aditivos

Otra de las cuestiones que afecta a estos alimentos es la presencia de aditivos, que se utilizan con el objetivo de conservar mejor los alimentos y transformarlos en productos más duraderos y estables. Sobre esta cuestión hay sin duda una cierta alarma entre muchos consumidores, que cuestionan la presencia de estos productos.

Según la normativa internacional de los alimentos propuesta por la FAO y aprobada por la OMS, se define aditivo alimentario como: “cualquier sustancia que no se consume normalmente como alimento, ni tampoco se usa como ingrediente básico en alimentos. Puede tener o no valor nutritivo y su uso, con fines tecnológicos, se produce en los procesos de fabricación, elaboración, preparación, tratamiento, envasado, empaquetado, transporte o almacenamiento”.

Los aditivos se utilizan para lograr la seguridad y salubridad del alimento, conservar el valor nutritivo de los ingredientes, prolongar su vida útil, hacer posible su disponibilidad fuera de temporada, facilitar los procesos de fabricación de los productos o también para hacer que determinados alimentos sean accesibles para grupos de consumidores con necesidades dietéticas particulares.

Algunos de ellos se llevan empleando desde hace siglos para conservar alimentos, como ocurre con la sal (en carnes como el tocino y los pescados secos), el azúcar (en las mermeladas) y el dióxido de azufre (en el vino). Pero las investigaciones científicas han llevado a la creación de un gran número de aditivos elaborados químicamente que se usan de manera frecuente en la industria alimentaria.

Su idoneidad

Lo cierto es que para poder ser utilizados tienen que pasar por rigurosos exámenes toxicológicos. Por ejemplo, en la Unión Europea, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) es la encargada de evaluarlos y la Comisión Europea es la que, cuando el dictamen es favorable, los autoriza. Actualmente, la EFSA está reevaluando todos los aditivos alimentarios autorizados antes del 20 de enero de 2009 y tiene previsto acabar la labor en el año 2020.

Para determinar si un aditivo alimentario se puede utilizar sin causar efectos negativos se ha establecido el concepto de ingesta diaria admisible, que es una estimación de la cantidad de la sustancia presente en los alimentos o en agua potable que una persona puede ingerir a diario durante toda la vida sin que llegue a representar un riesgo apreciable para su salud. En el caso de la Unión Europa, su presencia se puede comprobar en el etiquetado, pues se emplea para definirlos la letra E al comienzo de los mismos.

Mermelada

A día, de hoy, los más utilizados son los siguientes: los estabilizadores como los emulgentes, los espesantes, los antiaglomerantes o los correctores de acidez. Se suelen utilizar en sopas, salsas, zumos, productos lácteos o mermeladas. En segundo lugar, los inhibidores de alteraciones químicas y biológicas como los antioxidantes o los conservadores, que se producen en productos de panadería, bollería, lácteos, bebidas o productos cárnicos.

También existen los que modifican las características organolépticas de los alimentos como los colorantes, los potenciadores de sabor, los edulcorantes y las sustancias aromáticas. Están presentes en la mayoría de los productos procesados que encontramos en un supermercado.

A nivel internacional, los principales organismos encargados de su regulación son el Comité Científico para la Alimentación Humana en el ámbito Europeo y el Comité FAO/OMS de expertos en aditivos alimentarios en el ámbito internacional. Y ambos indican que su uso está regulado y no hay que temer ninguna consecuencia negativa, aunque también recomiendan dar prioridad al consumo de alimentos frescos. Aún así, lo más adecuado es comprobar el etiquetado y decantarse por los productos que contengan menos aditivos.