En las últimas semanas, las temperaturas no dan tregua. El jueves ha sido uno de los días más calurosos de todo el año y no parece que las temperaturas vayan a bajar demasiado en los próximos días. ¿Se podría definir como ola de calor? Pues en principio este concepto hace referencia a un período de altas temperaturas –y en algunos casos humedad– que se prolonga durante un tiempo excesivamente largo y que puede llegar a generar trastornos en la salud humana si no se toman las medidas necesarias.

Generalmente, las autoridades sanitarias tienen previsto un plan para cuando se produce una subida de las temperaturas con el objetivo de anticiparse a las posibles consecuencias de la canícula en los sectores de la población que tienen más posibilidades de sufrir complicaciones: mayores de 65 años, los niños, los individuos obesos, los enfermos que padecen patologías crónicas como la hipertensión, las migrañas o la diabetes y las personas que pertenecen a los sectores más desfavorecidos de nuestra sociedad, que conforman el colectivo de riesgo principal. Se trata de una serie de normas básicas que consisten básicamente en beber más agua y otros líquidos, no exponerse directamente al sol, no salir a la calle a las horas más calurosas, bajar las persianas durante el día y alimentarse de un modo correcto.

AguaEl agua es importante para hidratarse y ayuda a pasar mejor el calor

Lo cierto es que nuestro cuerpo está preparado para adaptarse a los cambios de temperatura mediante la termorregulación que consiste en que los propios vasos sanguíneos se dilatan, las glándulas sudoríparas incrementan su actividad y comenzamos a sudar más. La transpiración permite que el cuerpo se enfríe y que mantenga la temperatura idónea. Pero el problema llega cuando el calor es excesivo, como ocurre algunas veces en verano, y se prolonga durante varios días. Si además va acompañado de una cierta humedad la transpiración disminuye y no cumple su objetivo.

Hay que estar pendiente de determinados signos que pueden indicar que algo no va bien en nuestro cuerpo, como una sensación de fatiga intensa, mucha sed, dolor de cabeza, congestión facial, calambres musculares, convulsiones e incluso alteraciones en la consciencia. En el caso de los colectivos vulnerables, como puede ser el caso de las personas mayores, se presenta un problema añadido y es que con la edad disminuye la capacidad para sentir sed y no reponen lo que han perdido, lo que puede llevarles a un estado de deshidratación. Lo mismo puede ocurrir con los niños.

Es importante estar atentos para evitar que se produzca un golpe de calor, que puede llegar a ser grave. Se produce cuando la temperatura corporal rebasa los 40° centígrados. Suele provocar pulso fuerte y rápido y aumento la frecuencia respiratoria, que a continuación disminuye. Cuando una persona lo sufre, debe ser recostada, y se tiene que intentar bajar la temperatura con paños o toallas frías, bolsas de hielo, una esponja mojada o baños de agua fría. También puede ser útil cubrir el cuerpo con una sábana mojada o rociarlo con agua fría.

Cubitos de hielo

El hielo ayuda a intentar bajar la temperatura

El objetivo debe ser lograr que la temperatura corporal regrese a la normalidad y si no lo hace, se debe acudir a urgencias, porque el golpe de calor es un trastorno agudo y perjudica el normal funcionamiento del organismo si se prolonga. Además, en personas que sufren determinadas enfermedades como lesiones cardiacas y otras patologías cardiovasculares, su nivel de resistencia es menor.