¿Cambiamos la forma en que tratamos las personas que padecen una enfermedad mental? ¿Lo reducimos todo a un “está loco”? ¿Si somos nosotros los afectados, nos da vergüenza reconocer que tenemos un problema? ¿Tenemos miedo de cómo reaccionarán los demás?

“Hace unos días tuve el placer de participar en un programa de televisión con un título parecido”, explica el jefe de servicio de psiquiatría del Hospital Quirónsalud Barcelona, el doctor Carlos Lupresti. “La lógica de un programa de entretenimiento requería de una mezcla de testimonios de diversidad y clarividencia muy distintas. El tema, sin embargo, es de tal permanente actualidad que me obligó a un cierto alto en el camino y a una toma de distancia puesto que planea continuamente en la realidad diaria de mis pacientes”.

“Mi primera posición sobre ello era, de forma resumida, que existían en nuestro entorno dos discursos que marchaban en paralelo”, expone. “El discurso moderno o políticamente correcto que consiste en considerar a la enfermedad mental como una enfermedad cualquiera (una neumonía, una apendicitis) y que por lo tanto no ‘debía’ generar rechazo social ni vergüenza alguna el manifestarlo”.

Sin embargo, la realidad nos demuestra que demasiadas veces prevalece otro discurso cual es el del prejuicio respecto la enfermedad mental. “Mi convicción inicial y la experiencia ponen con frecuencia en evidencia que la posición políticamente correcta no había calado suficientemente en el cuerpo social y que se mantenían ciertos prejuicios sobre aquellos que sufren de una enfermedad mental”, comenta el doctor. Aun así, reconoce que “estos prejuicios han mejorado en los últimos años, pero no lo suficiente como para dejar de ser precavidos antes de hacer público que estamos afectos de una enfermedad mental, aunque sea de una entidad menor”.

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“No debemos olvidar que los humanos tendemos a la simplificación, aunque nos esforcemos para entender la complejidad y busquemos explicaciones facilonas sobre la conducta del otro”, resalta. Lupresti reconoce que, aunque se nos eduque para la cooperación, podemos caer en la tentación “de utilizar cualquier fragilidad del otro como munición en su contra cuando favorezca nuestros intereses dentro del grupo”.

Hasta ahí un cierto repaso de la perspectiva social. “Pero fue un testimonio, en aquel programa, que subrayó algo que el profesional debe buscar en la visita si es que no aparece en un primer plano de la entrevista”, comenta. Según el doctor se trata de “del sentimiento y/o la convicción de que aquel estado en el que vives supone un fracaso como individuo o bien en algunos de los roles de la vida” e insiste que, sobrevolando estos sentimientos “suele aparecer, también, el sentimiento de culpa”.

Cuenta el doctor que aquel testimonio explicó, para su sorpresa, la respuesta excepcional de la dirección y de los compañeros de la empresa y de su familia, cuando un cuadro depresivo lo dejó fuera de combate social, personal y laboralmente. “A pesar de ello, expuso de forma clara los sentimientos de vergüenza y fracaso al seguir presentes en las fases de recuperación. Utilizó el concepto de “salir del armario” idóneamente para poder visualizar este sentimiento de vergüenza ante lo que percibes como un estado indigno, que te impide hacer pública tu enfermedad”, añade.

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De esta manera, la experiencia del programa reafirmó y enriqueció la posición del doctor. “Aquellas disfunciones que afectan a lo más profundo de nuestro ser, no es habitual que el entorno muestre un respeto y tolerancia hacia quien lo padece. Soy consciente de la dificultad de empatizar con alguien que está sufriendo por algo que se nos escapa, porque simplemente nos empecinamos en la búsqueda de una “causa” como si de un resfriado se tratara”, explica.

Lupresti recalca que esta obcecación bloquea el sentido común, de tal manera que se puede llegar a actuar o aconsejar como si el afectado estuviera en tal estado por voluntad propia. “Esta falta de empatía llega a generar sentencias, supuestamente beneficiosas, del calibre tal como “de que te quejas si lo tienes todo”. Si en alguna ocasión está a punto de decirlo, intente no culpabilizarlo más de lo que el mismo lo hace”, insiste.

Pero ¿cómo se puede ayudar? Según el doctor, la respuesta es bien sencilla: “Pueden ayudarle mostrándole respeto por su dolor y participando en la búsqueda de ayuda profesional. Si no pueden hacer nada de todo esto, hagan compañía, andamos escasos”.