"Se ha confirmado el peor escenario", decía el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, con voz temblorosa, dentro de un comité federal decisivo, que ya se alargaba durante más de 10 horas. Sánchez anunciaba a sus compañeros que dimitía al frente del partido, después de recibir 132 votos en contra y 107 a favor de su plan de celebrar un congreso extraordinario el 12 y 13 de noviembre, con primarias el 23 de octubre. El objetivo de la propuesta era reafirmar su liderazgo, "cuestionado" por los que rechazaban el 'no' sin cesiones a Mariano Rajoy. Era la última carta para coser una formación fracturada, ante el envite de los críticos, con la presidenta Susana Díaz como líder de la guerrilla.

El comité se había presentado complicado. Primero, había habido disputa sobre qué miembros tenían que integrar la mesa –órgano que gestiona el debate–, después, sobre el censo; finalmente –y más relevante– sobre qué orden del día se votaría. Había dos. Los 17 miembros del partido que habían dimitido a principios de semana consideraban ilegítima a la ejecutiva federal porque con la mitad menos uno, creían que se tenía que disolver y pasar a la creación de una gestora. Eso querían decidir. Paralelamente, Sánchez y los suyos eran partidarios de dar apoyo a la hoja de ruta del congreso, que hubiera permitido al líder blindarse con el calendario acordado.

A lo largo del día la reyerta había sido constante y no se había podido votar ninguna de estas posiciones. La única vez que se pudo acceder a una decisión fue cuando, al margen de la voluntad de los críticos, Sánchez había ordenado poner las urnas, tras una cortina, para decidir sobre el congreso en votación secreta. Ello avivó el enfrentamiento con la facción sublevada, a gritos de "sinvergüenza", mientras abucheaban a la ejecutiva "en funciones". "Estás jugando sucio", le repetían. El PSOE se rompía de forma total por momentos, como confirmaba uno de los afines a la izquierda socialista, José Antonio Pérez Tapias, mientras se marchaba de la sede de Ferraz.

La división era de tal envergadura, que también había costado formarse la mesa, que finalmente ratificó a los tres miembros que ya la integraban de antes: Rodolfo Ares, del sector oficialista; Verónica Pérez, del sector crítico, y Núria Marín, alcaldesa de L'Hospitalet, sanchista. Esta mayoría le permitió al secretario general frenar la votación sobre su moción de censura, a propuesta de los críticos después del bloqueo constante a lo largo de la jornada. Con 129 que avalaban la moción, se podía preconizar la derrota en una votación posterior, porque en el censo había 253 inscritos hoy. Es decir, mayoría absoluta de opositores.

El secretario general estaba deslegitimado, ya no sólo por la aritmética, sino también por la pérdida del poder moral como autoridad máxima del PSOE. En uno de los intentos por calmar el escenario, Sánchez ofreció al bando de los críticos ser readmitidos en la ejecutiva y reunirse el lunes para decidir un nuevo comité federal. Pero el presidente de Aragón, Javier Lambán, le constató el descrédito que vivía: "ya no eres el secretario general", le dijo, volando los puentes para coser el partido.

Con el agua ya al cuello, Sánchez propuso a la presidenta andaluza, Susana Díaz, la antagonista y líder de los sublevados, crear esa gestora, a cambio de un congreso extraordinario en las fechas que el líder socialista defendía. Eso le habría permitido evitar el escarnio de la dimisión, y en poco más de un mes, iniciar el proceso para escoger a un nuevo secretario general y presentarse. El líder había confiado todo el tiempo en que la militancia le revalidaría, a modo de plebiscito: si Sánchez volvía a ser escogido como líder, entonces se acepta el 'no' a Rajoy. Pero Díaz rechazó el trueque porque satisfacía de facto el plan de su rival.

Vuelve la votación para el congreso extraordinario

De golpe, la situación volvió al punto inicial, y Sánchez accedió a votar a mano alzada sobre el calendario del congreso. Este punto también había sido de confrontación a lo largo del día: los sanchistas esperaban que un voto secreto permitiera a algunos miembros críticos desmarcarse de sus federaciones. Así, se produjo la votación en formato decisivo: "Si pierdo, me voy y se crea la gestora", era la idea del líder saliente. Así fue y Sánchez compareció para explicarlo, sin permitir preguntas de los periodistas, mientras el comité empezaba a estudiar la gestora.

"Quiero hacer un llamamiento a los afiliados del PSOE, que tengan, o no carné. Hoy más que nunca hay que estar orgulloso de militar en el PSOE. Me he despedido diciendo eso, así que la comisión gestora que salga contará con mi apoyo leal", dijo voz a la militancia y así lo he defendido y creía que eso se tenía que decidir en este congreso", indicó. "Yo quería mantener el 'no' a Rajoy y no podría administrar una decisión que no comparto", aseguró abatido, repitiendo las mismas palabras que el viernes por la noche.

Sánchez se marchó por convicción política, creyendo que había posibilidad de formar un gobierno alternativo. Los críticos creían que eso era una "farsa" y la antesala de unas terceras elecciones. Pero esta noche, con una sonrisa impostada por el dolor del fracaso y de las ilusiones frustradas, quien llega a lo más alto de su carrera política, se marchó haciendo una apelación a su infancia. "Mis padres me enseñaron que lo más importante era sostener mi palabra. La di y la he defendido en el comité con firmes convicciones. Desgraciadamente no ha salido vencedora", decía Sánchez con el ruido de fondo de decenas de socialistas que habían protestado todo el día en la puerta de Ferraz, mientras gritaban "No es No".

Y así, el partido está a la espera de decidir su futuro político, tras un comité accidentado y con presencia policial todo el día, cubierto de llantos y rumores de agresividad en las palabras de muchos de los miembros de la formación, algunos de los cuales deseaban la dimisión del líder. El PSOE, el partido histórico de la izquierda española, está fracturado y sin rumbo aparente, más que el de difuminar por ahora el escenario de unas terceras elecciones.