Desanima mucho leer un día y otro las mismas cosas en las mismas portadas. Desanima y cansa. Este viernes incluso es peor porque lo que publicaban unos este jueves, hoy lo publican otros. Llega un punto en el que el portadólogo no sabe qué cara poner, qué decir. ¿Qué puede explicar, si ya lo explicó ayer o hace diez días? Es desesperante. Muy desesperante. Especialmente si son mentiras evidentes a los ojos de todo el mundo. El Mundo cuenta este viernes la misma trola que ABC el jueves: el PP ha acabado "con la exclusión del español en València y Baleares". Esto es la letra grande. En un subtítulo —la letra pequeña, que es donde te engañan y no materialmente, sino porque en esa tipografía minúscula y tediosa se dicen las cosas importantes y no las lees por pereza y fastidio—, en un subtítulo, decía, el diario añade un detalle muy destacable, por esclarecedor: que gracias a los pactos con Vox el PP ha osado cargarse algunas medidas que protegían a los catalanohablantes que quieren usar su propia lengua igual que los españoles la suya: con el médico, con el maestro, con el cartero.

La principal medida abrogada es la exigencia de saber catalán (o valenciano, da igual) para ser funcionario. Si el funcionario no lo sabe, ¿cómo podrá dirigírsete o cómo podrás dirigirte a él si no es renunciando a tu lengua? ¿Quién excluye a quién? Advertir todo esto, hacerse cargo de la realidad básica, es una especie de urbanidad social que se aprende con un mínimo de juicio, una cortesía casi espontánea, incluida en el cotidiano de la vida en casa, con tus padres. Es parte de actitudes y destrezas tan elementales, incluso vulgares, que se enseñan solas, como quien dice. Lavarse la cara, atarse los zapatos, utilizar el tenedor. Llamar a casa, recoger las fotos, pagar la multa.

ABC, además, insiste este viernes, en un título que tiene aire de queja y todo: "El pacto valenciano de PP y Vox es más exigente que el balear", como si en las Baleares les hubieran perdonado la vida. En el antetítulo se lee: "Desmontar el nacionalismo lingüístico". ¿Hay nacionalismo lingüístico más obvio que desproteger la lengua de tus conciudadanos para imponerles la tuya? Es la mala leche cómica, el mal humor agrio que siempre gasta el tabloide monárquico cuando habla de Catalunya y del catalán. Lo que inquieta, sin embargo, no son las paranoias catalanófobas, sino la falta de talento y de juicio para aprender que se manifiesta en la reiteración de la misma comedia ayer, anteayer, hace una semana, tres meses, todo el año, ochenta y siete años, trescientos nueve años. Triste.

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