Todavía faltan veinte días para al inicio de la campaña electoral, y poco menos de un mes para las elecciones generales. Eso no es obstáculo para que Albert Rivera hable de un hipotético escenario donde tenga que asumir responsabilidades" por un fracaso en las urnas. "Sé que muchos se debaten entre la abstención y Ciudadanos", admitía el líder del partido unionista este jueves. Recordaba que él "tiene una profesión" y que no tiene necesidad de aferrarse a una poltrona. Sin duda, el panorama es desolador en la dirección de la formación. Desde su entorno son conscientes de que las malas encuestas, que en algún caso incluso pronostican un sorpasso de la extrema derecha de Vox, pueden acabar siendo una realidad si no consiguen hacer una buena campaña. De aquí también el giro radical en el discurso: los críticos tenían razón.

Desde el núcleo duro de Albert Rivera lo admiten: tienen el electorado que más pronto se desmoviliza. De las grandes formaciones son la que corre más riesgo. ¿Por qué? Porque creen que su votante es el menos fiel, y por lo tanto el que antes se puede quedar en casa. En la formación detectan un enfado generalizado con toda la clase política, ellos incluidos. Según sus propias encuestas, de los votantes que perderían, tienen muchos más que se irían a la abstención que los que votarían por otro partido.

Huyen de hablar de boicots de las casas de encuestas, y creen que no será tan desastroso. Justifican que sus votantes son difíciles de detectar, no tanto por un voto oculto como porque no se acaba de decidir hasta los últimos días antes de las elecciones.

Desde Ciudadanos, sin embargo, lo venden de manera optimista, y así lo trasladan a sus bases: si hacen una buena campaña, conseguirán mantener el resultado del pasado 28-A. Pero el sorpasso al PP ya parece prácticamente descartado; el líder de la oposición seguirá siendo Pablo Casado el 11 de noviembre. Lo juegan toda a la carta de la movilización. Tienen detectado que donde se lo juegan todo está en las dos Castillas y en Andalucía. Es su Ohio.

Todo ha tenido una traslación evidente en su discurso político, en forma de golpe de timón. Ahora hace una semana, el sábado pasado, Albert Rivera daba el pistoletazo de la salida a la precampaña. Y lo hacía levantando su veto al PSOE de Pedro Sánchez. Ya se muestra abierto a pactar si es necesario. Desde la formación admiten que el periodo de reflexión empezó después de la nueva convocatoria electoral, y ahora ya se han instalado definitivamente en este terreno del pactismo. Han tenido que pasar por la fuga de varios miembros de su ejecutiva para replantearse su estrategia.

Ahora desde Ciudadanos se comprometen a que no haya unas terceras elecciones. Han abandonado la postura de bloqueo de los últimos meses y ahora parecen virar hacia el pragmatismo. Aunque todo no depende de ellos, desde el entorno de Albert Rivera defienden que harán todo lo que esté en sus manos para evitar volver a las urnas. Si no forman parte del gobierno, propondrán grandes pactos de Estado con medidas concretas, también sobre Catalunya. Lo que haga falta para no acabar en la irrelevancia política.

El mismo Rivera que hace unas semanas se negaba a reunirse con Pedro Sánchez en sus rondas de contactos, este viernes pedía al resto de dirigentes políticos españoles firmar “por escrito” un acuerdo antes de la campaña donde se comprometan a “respetar que alguien gobierne y que la oposición cuente”.