"La prisión no enseña nada, solo encierra", asegura el presidente de Òmnium, Jordi Cuixart. Sin embargo, en la prisión hay tiempo. Y ahí el tiempo transcurre lentamente. En el caso de Cuixart fueron tres años, ocho meses y siete días, que invirtió en la lectura, en conocer una parte del universo humano que encierra las paredes de Soto del Real y Lledoners, a esperar los vis-a-vis quincenales, a aprender cerámica... y a escribir un dietario. El resultado de aquellas reflexiones escritas, que empezó a recoger en una libreta que encontró en la celda de Soto, han dado pie a un libro que llega a las librerías este martes, bajo el título Aprendizajes y una propuesta.

La propuesta que anuncia el libro se condensa en el llamamiento a convocar un nuevo referéndum, sin adjetivos y con la mayor brevedad posible. No es un llamamiento a los partidos, sino a la sociedad. Pero también y así lo admite, una presión innegable a las formaciones políticas. "Hace falta gobernar bien Catalunya y, al mismo tiempo, comprometerse a celebrar un nuevo referéndum muy pronto y sin adjetivos. Tanto si al Estado le complace como si no le complace. Eso es el Ho tornarem a fer: votar tantas veces como haga falta", advierte.

El líder independentista, que insiste en que el único límite tiene que ser la no violencia y que no se puede renunciar a ninguna vía democrática —tampoco la unilateral—, advierte que este referéndum sin adjetivos puede aglutinar a todo el independentismo, igual como se convertía en el gran consenso de las reuniones de los presos políticos en Lledoners.

Críticas a los partidos

Cuixart no esconde los tirones de oreja a los partidos. Incluso la irritación con ellos. "Cuando hablamos de los partidos políticos, tenemos que tener siempre presente que tienen una cierta tendencia al linchamiento. Cuando se acercan elecciones, especialmente (e incluso legítimamente), pero sin que tengan una excusa delante tan clara, también," reprocha. Pero, a pesar de ellos, insiste en la voluntad de Òmnium en no caer en la trampa antipartidos.

El activista explica que se sumergió con deleite en la lectura, desde Antígona de Sófocles, a Hannah Arendt, pasando por Thoreau, Gramsci, Luther King, Gandhi, Mandela, Rosa Luxemburgo, Václav Havel, Rodoreda, Joan Sales y tantos y tantos otros que enumera y cita. Entre batallas por conseguir un flexo para leer en la gélida prisión de Soto e impactado por la incomprensible suciedad de aquel centro penitenciario, el líder de Òmnium concluyó allí mismo que el Estado español había cruzado una línea roja. Y, el independentismo, también. Porque, en realidad, la prisión no era un límite para los activistas, era más bien la evidencia de la debilidad principal del Estado.

Sin miedo a la prisión

"Que no nos amenacen más con la prisión, que ya sabemos lo que es. Y también a ella le hemos perdido el miedo y la aprovecharemos para formarnos y adquirir todavía más conocimientos, para salir todavía más fuertes, ser más útiles, para ser más sensibles y más determinantes", advierte. De hecho, esta es una de las conclusiones clave del libro y expresada desde Lledoners: "si no tenemos claro que la prisión no puede ser un límite en el ejercicio de derechos fundamentales, nos será imposible avanzar".

Cuixart reivindica el referéndum del 1-O como el mayor acto de desobediencia civil de las últimas décadas en Europa, y la huelga general del 3-O, como un acto de dignidad colectiva que "obligó al Rey de España a levantarse de la poltrona porque veía que Catalunya se iba". Pero tampoco esconde la crítica a aquello que se hizo mal el 27 de Octubre después de la proclamación de la República. "Cuando no sabes a qué puerto vas, ningún viento te es favorable", advierte citando a Séneca.

El poder del independentismo

La fuerza del independentismo en la calle es también uno de los puntos clave del relato de Cuixart. El presidente de Òmnium, no esconde la crítica a los partidos, a las instituciones catalanas que no supieron reaccionar ante la sentencia de octubre del 2019 —"me parece que podemos decir claramente ahora que la respuesta de las instituciones no estuvo ni mucho menos a la altura de la hora grave"— o a un Govern que les obligaba a responder en Lledoners los formularios sobre el programa de tratamiento penitenciario —"acaso no teníamos un gobierno que nos reconocía como presos políticos?"—, se pregunta. Pero no se cansa de subrayar la fuerza que representa el apoyo de la gente. "Posiblemente no somos conscientes de nuestro poder", advierte a la vez que apunta: "Posiblemente habrá que demostrárnoslo mucho más de lo que hemos demostrado hasta ahora".

Cuixart recurre a Hannah Arendt para diferenciar entre fuerza y poder y concluir que el Estado tiene en Catalunya la fuerza de la policía, el ejército, los tribunales, las empresas del Ibex y tantos medios de comunicación, pero ha perdido el poder que surge de la gente reunida tras un objetivo. A pesar de todo, admite que la sociedad catalana a pesar de acumular un poder insólito, "no ha sido capaz de traducirlo en fuerza".

Impacto personal

Las reflexiones políticas se van recosiendo entre el recorrido de estos tres años y ocho meses. La familia, el apoyo de Òmnium, el malestar ante el recuerdo de la primera declaración exculpatoria y el cambio de estrategia en el Supremo —"la premisa era clara: el objetivo no es salir pronto, es salir bien"— que acaba con la proclamación del Ho tornarem a fer ante el tribunal presidido por Manuel Marchena en la misma sala en que se juzgó al president Companys.

El dietario no sigue un relato cronológico, con saltos adelante y atrás, reconstruye escenas y momentos: el primer impacto de la prisión, la emoción del nacimiento de su hijo, Camí, y la batalla para poder estar presente en el parto; la salida para una intervención quirúrgica en el Hospital de Manresa con la emocionante calidez con que lo acogió el equipo del quirófano, por cierto, con sombreros quirúrgicos amarillos; o el momento en que supo que se le revocaban los permisos, mientras estaba comiendo con su familia en un lugar público y al marcharse recibió el saludo y el aplauso de los que estaban en las otras mesas...

Desde las lágrimas para encajar el impacto de encontrarse encerrado y la decisión de sacar adelante a la familia a pesar de la reclusión, hasta el apoyo de los compañeros de celda, o la indignación ante el trato de algunos funcionarios. La sorpresa a la hora de descubrir a las personas con quien ha tropezado y al descubrirse a uno mismo. Todo porque en el centro penitenciario no se aprende nada, pero, según confiesa en las últimas páginas en una anotación del dietario del 20 de noviembre del 2017: "El paso por la prisión lo cambia todo".

 

En la imagen principal, el presidente de Òmnium, Jordi Cuixart / Carlos Baglietto